Había una vez… una chica como vos…

- ¿Se llamaba Guada?
- Dije “como vos”, no que eras vos. En realidad, el único parecido era que tenía tus rulos, pero nada más. A esta pobre chica la habían estafado. Hubiese tenido que saber leer en primer grado, pero ya estaba en sexto y apenas con dificultad podía decir palabras cortadas y sin hilo. Y por supuesto no entendía nada. Se llamaba Keyla. - ¿No había ido al colegio?
- Sí, al colegio iban casi todos los chicos argentinos, pero a una buena mayoría se los engañó haciéndoles perder el tiempo. Ante todo, por culpa de modas pedagógicas… - ¡A la abuela no le gusta que digas malas palabras!
- Bueno, a veces se me escapan, pero ésta no es estrictamente una mala palabra. Aunque a veces sí… Te decía que la “forma de enseñar” había cambiado desde los tiempos de sus abuelos, y ya no se terminaba primer grado sabiendo leer y escribir. Pasaban los años aprendiendo de lo bueno, poco y, en cambio sí muchas cosas malas…
- ¿Cómo cuáles?
- Ni loco te las digo. Sólo te cuanto que hay gente enferma obsesionada por enseñar cosas que no se deben ni mostrar a los chicos, porque se los arruina. Y no me preguntes más… Lo cierto que esta pobre chica pasaba los años en la escuela sin aprender. Muchísimas veces no tenía clases: parece que sus maestras vivían enfermas. Las operaciones matemáticas, apenitas; Historia real, menos que menos; Geografía, siempre lo mismo; y así con todo. Estafada. Una vez su mamá se dio cuenta (al padre no lo conocía). La mandó a comprar pan y de vuelto le dieron la mitad. ¡Se enojó muchísimo! Pero recién allí vio que no era su culpa. Esa mamá sólo había hecho tercer grado en una escuelita rural de Formosa, pero sabía más. Mucho más. Su madre (la abuela de Keyla) se había preocupado por enseñarle lo que la escuela no pudo. ¡Eso le habría servido para ayudar a Keyla a aprender lo que la escuela le enseñaba!, pero… ¡nunca se había dado cuenta! Claro, tenía que trabajar y creía que la escuela cumplía con su misión. Lo cierto es que la vida en el conurbano es difícil. Largas horas viajando a trabajar, cansancio, pobreza.
- ¿Y su abuela no se daba cuenta?
- La abuela vivía lejos. No la conocía más que por fotos y por cuentos. La pobre Keyla estaba muy sola. Y así no se puede aprender. Por eso la mamá, después de pensarlo mucho, se la llevó a Formosa y la dejó con su abuela en el medio del campo. Le dijo que tenía que cuidar a la viejita (que no era tan viejita), pero era al revés. A Doña Remedios (así se llamaba la abuela), le contó la triste historia. Ella escuchaba lo que en su corazón ya sabía. Se le caían lágrimas, pero no dijo nada. - ¡Mamá no sé qué hacer! –. La abuela sí supo: les dio un abrazo largo largo que puso en el olvido tantos años de vida infeliz.
- Y, ¿de quién era la culpa?
- Uh, esa respuesta es difícil; la dejamos para más adelante. Lo importante es que tenés que agradecerle a Dios por tu mamá y papá, que te quieren, se ocupan de vos y saben hacerlo.
La respuesta difícil que no le doy a mi nieta es que “la estafa” tiene responsables. No es casual. El tema ha sido estudiado y no puedo decir acá más que dos palabras. Es un camino demoledor. Podríamos remontarnos hasta la famosa ley 1420, “la ley de la desgracia Nacional” como la llamó Avellaneda; pero si miramos las últimas décadas, la mayor responsabilidad se la llevan las políticas educativas de la Unesco, teniendo como cómplice en América Latina a Flacso (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales). Aquí está la matriz de los funcionarios responsables de nuestra decadencia. Que hoy son hijos de Piaget y su constructivismo, es tan cierto como que heredan una cosmovisión materialista, marxistoide, gramsciana. Que sus políticas son una colección de fracasos, era previsible desde el principio. No se basan en realidades, las desprecian. No aprendieron “en las aulas”, sino en supuestos “estudios de laboratorio”. Cuando a Emilia Ferreiro, totem incuestionable de los ideólogos argentinos, se le ocurrió dar a luz el disparatado método de alfabetización “psicogénesis…”, se podían prever los resultados: si el maestro no enseña, no corrige, el alumno no aprende. Y así nos fue. Pero en el desfile carnavalesco de la educación moderna, el fracaso no importa. “Hay que liberar al niño cada vez más de la familia” y “a las madres de la esclavitud biológica” (sic: Unesco, ¡1948!). El Estado supuestamente “educador” debe hacerse cargo de los niños. Aquí está el secreto: desde la 1420, la Unesco y todo lo demás. Y hasta acá puedo llegar. Mientras tanto la destrucción avanza: del orden natural, de las familias, de la patria y, en el fondo, de la misma humanidad.
Lo bueno es que Keyla se les escapó. Su abuela la empezó a llamar “Anita” y a ella le encantaba, porque Ana era su mamá. Y la que llegó como una flor prematuramente marchita y sin esperanzas, al poco tiempo se reanimó y comenzó a sonreír.