Había una vez… un chanchito consumista

- Abuelo, Guada quiere leer todo el día el mismo libro: ‘Los tres chanchitos’… Ya nos cansa…

- Ja, todos ustedes hacían lo mismo. En el fondo es una forma natural de aprender. Repitiendo se dan cuenta de las cosas que van a pasar y por qué pasan. Está bien el cuento: tenemos el triunfo del bien sobre el mal, que es el gran tema de la humanidad… la previsión… tiene muchos temas.

- Pero a mí hay algo que no me gusta… No sé explicarlo, pero no me gusta – dijo el mayor.

- El otro día soñé con ese cuento, debe ser culpa de la obsesión de Felipito, ¿quieren que se los cuente? Sería una continuación. El protagonista era un hijo del chanchito Práctico. Vestía un overol azul como su padre, pero no trabajaba. Los chanchos suelen tener muchos hijos, pero éste era hijo único. Me acuerdo haber oído que Práctico dijo: “Quiero que tenga todo lo que necesite y que no sufra como he tenido que sufrir yo con mis hermanos”. Cuando nació lo llamó Cómodo. Él dijo que por un emperador romano (acordate que los sueños son medio locos), pero un nombre es un destino y el chanchito Cómodo, resultó ser un comodón y un nuevo tirano, digno de su antepasado romano. Su frase preferida era: “¿Me comprás esto?” Y el padre se lo compraba. Yo creo que no era que lo quisiese tanto; parecía que, con eso, se lo sacaba de encima y podía seguir dedicándose a lo que le gustaba: trabajar y trabajar.

- ¡Eso está mal! -dijo uno de los chiquitos casi con indignación. A lo que tuve que mediar:

- El trabajo es un gran don de Dios, pero sí está mal cuando nos lo proponemos como único fin en la vida. La virtud está en el medio de dos vicios opuestos. Acá uno de esos vicios es el “ser vago” y el otro, el verlo cómo nuestra única finalidad. Práctico era de esos y por trabajar y trabajar, permitió que Cómodo se fuese transformando en un verdadero monstruo. Cada vez quería más cosas y se hacía más egoísta. Porque en el fondo eso es lo que pasa: el consumismo destruye.

- ¡Abajo el comunismo! -dijo el más batallador de los nietos, pero tuve que corregirlo:

- Dije “consumismo”… Parece algo contrario, aunque tienen un origen común: son dos “materialismos” antihumanos… me hacés pensar y distraer. Volvamos a los chanchitos. El consumismo es como una fiebre por comprar cosas que no se necesitan. Te las imponen, creándote necesidades que no tenés. Una vez que te enfermás de ese vicio, nada te alcanza. Y como te hace egoísta te termina separando de los demás. Cómodo era hijo único pero tenía muchos primos hijos de los otros hermanos: Flautista y…

- ¡Violinista!

- Claro… Casi todos los chicos eran músicos, armaron una orquestita, tocaban y bailaban contentos. Amigos y buena gente… buenos chanchitos. A Cómodo lo querían y trataban de invitarlo, pero él se encerraba con sus juguetes, con todas sus cosas y cada vez vivía más aislado. Y cuando el viento le traía el sonido armonioso de la orquesta de sus primos, en vez de alegrarse, le daba una rabia tremenda y empezaba a romper todo. Total, sabía que su papá iba a volver a comprar lo que rompía. “Quiero esto”, “quiero lo otro…” es lo único que se oía.

- ¡Eso está mal! -volvió a decir “el indignado”.

- Horrible. Su padre había salvado a sus hermanos de caer en las fauces del lobo, es cierto. Pero a su hijo lo había abandonado en las garras de un enemigo peor…

- ¡El comunismo! – y sí, fue de nuevo el “batallador”…

- El “consumismo”.. Parecido no es lo mismo. Los dos destruyen al hombre, lo embrutecen; son hijos de la misma mala madre... ¡Y no me distraigas, que si no, no les cuento qué pasó con el chanchito consumista!

La cosa es que su papá, Práctico, un día se cayó de un andamio y se quedó paralítico. Nunca pudo volver a caminar. Ni a trabajar. Pareció que se les derribaba el mundo. Cómodo tuvo que incomodarse y empezar a ayudar en su casa. Como no estaba acostumbrado a mirar a sus costados, no pidió ayuda. Es más, cuando sus tíos y primos se la ofrecieron, la rechazó con violencia. Ahí apareció otro vicio que anda siempre cerca: la envidia. Y no se habló más.

Pero sí se “tocó”. Los hermanos le regalaron a Práctico un acordeón. “Es un instrumento tan difícil que solo vos vas a poder aprenderlo”, le dijeron para animarlo. “Antes tocabas con nosotros… Y te necesitamos para que la orquesta suene mejor.” Y al poco tiempo fue así. La música, si en buena y en compañía, ayuda a sanar el alma. Práctico recobró la alegría de su niñez; cuando tocaba con sus hermanos ya no pensaba en sus dificultades, ni en el lobo, ni en el trabajo, ni en sus ganancias, ni en lo que le tuvo que comprar a Cómodo para que no hiciese berrinches.

- ¡Yo sabía que los otros chanchitos eran mejores! – dijo el mayor. -Y, ¿qué pasó con Cómodo?

- No sé, me desperté…

- ¡Noooo! ¡Ese final es una porquería…! - empezaron a gritar todos saltándome encima. Y temiendo por mi vida dije:

- Ja, es cierto, ¡es una porquería! Lo que pasó es que le hizo bien ocuparse de “otro” que no sea él mismo; con el tiempo se “desenojó” con la vida y empezó a entenderla. “Porque nada enseña tanto, como el sufrir y el llorar...” Pero es otra historia.