Hace más de tres décadas, el 15 de abril de 1990 entraba en la inmortalidad un verdadero mito de la cinematografía: Greta Garbo. Tenía 84 años.
Había nacido en Estocolmo, la capital de Suecia, con el nombre de Greta Luisa Gustaffson. Criada en un hogar modesto, trabajaba en su ciudad natal, en una tienda, donde a un productor cinematográfico le llamó la atención su rostro, altamente sugestivo. La convenció que efectuara una prueba cinematográfica. Resultó óptima. Greta impresionaba por su belleza diría no clásica, por su voz cálida, por su sobria elegancia.
Y ya filmó varias películas en Suecia, y luego otras en Alemania. Allí un cineasta americano, en gira por Europa, la redescubrió. Él se llamaba Louis Meyer. Era nada menos que copropietario de la famosa empresa Metro Golwin Meyer, la misma que cuando niños, nos impactaba mostrándonos al comienzo de sus películas, un melenudo y rugiente león, desperezándose. Greta Garbo tenía en ese momento 21 años. Realizó en los los Estados Unidos en total más de 20 películas, ocho de las cuales en la época muda.
Las más famosas de la época sonora fueron ‘Ana Karenina’, ‘Ninotchka’, hay otra… ‘El velo pintado’. Pero quiero detenerme en un hecho que la diferencia de todas las estrellas y astros del cine. Greta Garbo tenía sólo 36 años y todavía conservaba intactos su prestigio y su belleza física.
UN CAMBIO DRÁSTICO
Corría el año 1941, le escribió a una amiga: “Puedo ganar todavía mucho dinero. Pero ya no necesito dinero. Puedo recoger muchos aplausos. Pero no necesito aplausos. Se que lograría acrecentar mi fama. Pero no me importa la fama. Sólo querría aislarme, ver poca gente, no oír palabras vanas y superficiales. Tengo una sola vida ¿cómo gastarla en lo que no me es grato?”.
Pareció que era una circunstancia momentánea o el capricho de una diva. En ese momento dejó de filmar. Muchos creyeron que sería por poco tiempo. Pero este fue pasando. Y el tiempo, que produce cambios en el ser humano, íntimamente nunca lo cambia. Y lo que pudo parecer momentáneo, se hizo definitivo. Y Greta Garbo descubrió tempranamente que “el por qué de la vida está en lo que amamos”. Y ella, amaba la soledad. Se retiró del cine y compró un amplio y lujoso departamento en Manhatan, un suburbio de Nueva York.
Escribía un embajador sueco en sus memorias, esta anécdota. Un día encontró a la actriz en un hermoso parque neoyorkino, el Central Park. La reconoció de inmediato. Greta Garbo estaba sentada leyendo un libro. Ya estaba retirada. Tendría 45 años. El embajador se sentó a su lado. Pasaron algunos minutos. Por fin el diplomático se animó a hablarle. Lo hizo en sueco.
-Discúlpeme. ¿usted es Greta Garbo, verdad?
-Sí, lo soy.
-Yo soy el embajador de Suecia en los Estados Unidos... Si puedo serle útil…
-No, muchas gracias.
El diplomático le hizo entonces una pregunta inteligente:
“¿Desea usted que me retire, verdad señora?”.
Y la respuesta inesperada para él, pero lógica para la personalidad de la actriz: “No quiero ofenderlo, señor embajador. Pero he elegido la soledad y el silencio. Le pido humildemente que me comprenda…”.
El embajador se retiró de inmediato. Y de ninguna manera molesto ni sorprendido. Sólo le quedó la incógnita, como le pasó al mundo entero. Pero se me ocurre agregar que si Greta Garbo en la soledad no sintió soledad entonces no estuvo sola.
Es posible que en medio de la gloria y el bullicio, ella habría sentido, cuando era la gran estrella, “que vivía en un desierto. Aunque le sobrara el agua…”.
La actriz nunca se creyó por encima de nadie. “Porque quien se siente Dios, suele estar muy lejos de Dios”, porque fue auténticamente modesta. Con lo que agregó belleza a su natural belleza.
Y Greta Garbo no pretendió llenar todas sus horas para no correr el riesgo de vaciarlas. Pensó quizá que “cuando más aislados estamos, más mundo vemos”. Y un aforismo que trata de acercarse al por qué de ese apartarse del mundo de la gran actriz que había nacido un 16 de septiembre de 1906: “Quien en la soledad no siente soledad, no está solo”.
Había nacido en Estocolmo, la capital de Suecia, con el nombre de Greta Luisa Gustaffson. Criada en un hogar modesto, trabajaba en su ciudad natal, en una tienda, donde a un productor cinematográfico le llamó la atención su rostro, altamente sugestivo. La convenció que efectuara una prueba cinematográfica. Resultó óptima. Greta impresionaba por su belleza diría no clásica, por su voz cálida, por su sobria elegancia.
Y ya filmó varias películas en Suecia, y luego otras en Alemania. Allí un cineasta americano, en gira por Europa, la redescubrió. Él se llamaba Louis Meyer. Era nada menos que copropietario de la famosa empresa Metro Golwin Meyer, la misma que cuando niños, nos impactaba mostrándonos al comienzo de sus películas, un melenudo y rugiente león, desperezándose. Greta Garbo tenía en ese momento 21 años. Realizó en los los Estados Unidos en total más de 20 películas, ocho de las cuales en la época muda.
Las más famosas de la época sonora fueron ‘Ana Karenina’, ‘Ninotchka’, hay otra… ‘El velo pintado’. Pero quiero detenerme en un hecho que la diferencia de todas las estrellas y astros del cine. Greta Garbo tenía sólo 36 años y todavía conservaba intactos su prestigio y su belleza física.
UN CAMBIO DRÁSTICO
Corría el año 1941, le escribió a una amiga: “Puedo ganar todavía mucho dinero. Pero ya no necesito dinero. Puedo recoger muchos aplausos. Pero no necesito aplausos. Se que lograría acrecentar mi fama. Pero no me importa la fama. Sólo querría aislarme, ver poca gente, no oír palabras vanas y superficiales. Tengo una sola vida ¿cómo gastarla en lo que no me es grato?”.
Pareció que era una circunstancia momentánea o el capricho de una diva. En ese momento dejó de filmar. Muchos creyeron que sería por poco tiempo. Pero este fue pasando. Y el tiempo, que produce cambios en el ser humano, íntimamente nunca lo cambia. Y lo que pudo parecer momentáneo, se hizo definitivo. Y Greta Garbo descubrió tempranamente que “el por qué de la vida está en lo que amamos”. Y ella, amaba la soledad. Se retiró del cine y compró un amplio y lujoso departamento en Manhatan, un suburbio de Nueva York.
Escribía un embajador sueco en sus memorias, esta anécdota. Un día encontró a la actriz en un hermoso parque neoyorkino, el Central Park. La reconoció de inmediato. Greta Garbo estaba sentada leyendo un libro. Ya estaba retirada. Tendría 45 años. El embajador se sentó a su lado. Pasaron algunos minutos. Por fin el diplomático se animó a hablarle. Lo hizo en sueco.
-Discúlpeme. ¿usted es Greta Garbo, verdad?
-Sí, lo soy.
-Yo soy el embajador de Suecia en los Estados Unidos... Si puedo serle útil…
-No, muchas gracias.
El diplomático le hizo entonces una pregunta inteligente:
“¿Desea usted que me retire, verdad señora?”.
Y la respuesta inesperada para él, pero lógica para la personalidad de la actriz: “No quiero ofenderlo, señor embajador. Pero he elegido la soledad y el silencio. Le pido humildemente que me comprenda…”.
El embajador se retiró de inmediato. Y de ninguna manera molesto ni sorprendido. Sólo le quedó la incógnita, como le pasó al mundo entero. Pero se me ocurre agregar que si Greta Garbo en la soledad no sintió soledad entonces no estuvo sola.
Es posible que en medio de la gloria y el bullicio, ella habría sentido, cuando era la gran estrella, “que vivía en un desierto. Aunque le sobrara el agua…”.
La actriz nunca se creyó por encima de nadie. “Porque quien se siente Dios, suele estar muy lejos de Dios”, porque fue auténticamente modesta. Con lo que agregó belleza a su natural belleza.
Y Greta Garbo no pretendió llenar todas sus horas para no correr el riesgo de vaciarlas. Pensó quizá que “cuando más aislados estamos, más mundo vemos”. Y un aforismo que trata de acercarse al por qué de ese apartarse del mundo de la gran actriz que había nacido un 16 de septiembre de 1906: “Quien en la soledad no siente soledad, no está solo”.