Claves de la religión

¡Gracias, Señor de los Ejércitos, por el regalo de Argentina!

Por Pater Christian Viña * 

 “¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los Ejércitos! Toda la tierra está llena de su Gloria”. Las palabras del profeta Isaías, que repetimos en cada Santa Misa, resonaron con particular fuerza en nuestros corazones, en este mediodía argentino. Noté, personalmente, que ellas estremecían mis fibras más hondas; al comprobar, una vez más, que Dios, nuestro único Señor, no solo no se olvida de nuestra Argentina, sino también, como Padre en extremo paciente, nos da siempre nuevas oportunidades para volver a sacar lo mejor de nosotros.

El pasado 9 de julio ver desfilar en Buenos Aires, después de un lustro, a nuestras gloriosas Fuerzas Armadas, con motivo de un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia, en Tucumán, fue otra prueba de ello. Que miles de compatriotas militares, humillados hasta lo indecible en presuntas “décadas ganadas” -que no fueron más que décadas saqueadas-, volviesen a mostrar públicamente su patriotismo y vocación de servicio, es obra de una fe que no sabe de treguas. Y que, contra todo presupuesto humano, solo pudo ser sostenida e, incluso, aumentada, en medio de la desolación, por el “Rey de la Gloria, el Señor, el fuerte, el Poderoso” (Sal 24, 8).

NUESTRA BANDERA


Lágrimas abundantes corrieron, así, por el rostro de millones de argentinos. Cobijados por nuestra Bandera, que tiene el celeste y blanco de la Virgen de Luján, y en su Corazón, el Sol de la Eucaristía, civiles y militares, gobernantes y gobernados, hicieron oír el clamor de todo un pueblo que, aun con raíces cristianas raquíticas, no quiere rendirse ante el globalismo de afuera; que fogonea los rencores, resentimientos y hasta la sed de venganza, de adentro. De un pueblo que hoy debe librar una guerra sin cuartel contra la pereza, la avaricia y la corrupción; la pobreza y la indigencia. Y que, pese a todos los lavados de cabeza, sabe en lo profundo de que sólo podrá hacerlo con unidad, sacrificio, estudio y trabajo arduos. Y que, harto de todas las demagogias de la politiquería corrupta, no quiere vivir de subsidios, sino con la dignidad de vástagos de una tierra conquistada a base de la religión, la espada, y las renuncias hondas.
Y, sí; también corrieron lágrimas por mi rostro sacerdotal. Porque evoqué al padre Diego De Valderrama

; quien, al celebrar la Primera Misa el 1° de abril de 1520 (Domingo de Ramos), en Puerto San Julián, en nuestro actual territorio patrio, marcó el acto fundacional de lo que hoy es Argentina; tres décadas antes de que se fundara la ciudad de Santiago del Estero, la más antigua del país.
Y mientras veía desfilar al Regimiento de Infantería Patricios, pensé en su nacimiento, animado por el caballero cristiano Santiago de Liniers

, en setiembre de 1806, para reconquistar Buenos Aires, tras la primera invasión inglesa; de la mano de Nuestra Señora del Rosario. Y cómo aquellos aguerridos milicianos entendieron que la victoria solo fue posible gracias al auxilio del Señor y de la Virgen.
Y mientras veía desfilar al Regimiento de Granaderos a Caballo, pensé en la famosa Batalla de San Lorenzo, la primera librada -junto a un convento franciscano-, por el General José de San Martín

. Y más ardientes fueron esas lágrimas, al recordar que allí, en el Campo de la Gloria, hace 44 años, el 9 de Julio de 1980, como soldado de la clase 1961, juré “amar y defender la Bandera hasta dar la vida”.
Y al ver desfilar a los miembros de la Armada Argentina, herederos del valiente Guillermo Brown

, evoqué sus acciones gloriosas en las batallas de la Independencia, y en la Gesta de Malvinas. Y cómo el Señor nos llama a todos a navegar mar adentro; hacia la orilla de eternidad, hacia donde “la tierra –como bien lo escribiera el genial Hugo Wast

- se besa con el Cielo”.

MIRADA HACIA EL CIELO

Y al ver desfilar a los miembros de la Fuerza Aérea, volví a elevar la mirada a lo Alto para agradecer la fe, el heroísmo, el coraje, la destreza, y el patriotismo impar de nuestros aviadores en Malvinas. Y cómo desde las aguas australes, unos treparon hacia el Cielo esperado; y otros empezaron a pregustarlo, de cara al encuentro definitivo.

Y al ver tanto afán por volver a empezar; por no rendirse jamás, ni en la guerra, ni en la paz, y por plantarle cara a tantas mentiras y medias verdades de la “historia” escrita por los enemigos, me confirmé en la convicción de que la Patria profunda, jamás será vencida por el “Estado profundo”. Y que, pese a tantos mercenarios y personeros de los “enemigos invisibles” que nos invaden con sus sectas, ideologías perversas y el mundialismo sin Dios, sin naciones, y sin familia, hay equipo (tomando una expresión futbolera) para todas las batallas que debamos dar. Y que, más allá de todo el aparataje propagandístico, tenemos una Patria que espera en Cristo Jesús; y no en las Naciones desUnidas, y otros rejuntes tenebrosos, secuestrados por el mundo, el demonio y la carne. Y que constituyen esas otras “dominaciones extranjeras”, de las que también nos independizamos, precisamente, el 9 de Julio de 1816.

Y las más claras muestras de que el futuro no nos abandonará son las infinidades de fotos de niños, en brazos de sus padres, con nuestros nunca bien ponderados Héroes de Malvinas. Muchos de esos Veteranos de Guerra son nacidos en nuestra bella provincia de Corrientes; la tierra de la Virgen de Itatí, a quien hoy celebramos. Y que, como tantos otros, de todas las latitudes argentinas, tuvieron en la Cruz y el Rosario el gran fundamento de la Batalla. Porque, como San Pablo, tenían conciencia de que “nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio”.

Sí, gracias, muchísimas gracias, Señor de los Ejércitos, por el regalo de nuestra Argentina. No nos des descanso en el “buen combate”, hasta que desfilemos ya definitivamente victoriosos, en el cielo nuevo y la tierra nueva ante tu Divina Majestad.

* Sacerdote y periodista.