Con Perdón de la Palabra

Gente de Campo

La fiscalía Federal de Rosario ordenó la detención de varios dirigentes ruralistas porque, hace muchísimos años, realizaron un corte de ruta como protesta por el aumento de retenciones que se había dispuesto para las exportaciones agrarias.

Mientras tanto los grupos piqueteros practican impunemente sucesivos cortes de calles en apoyo de sus reivindicaciones. Se trata, cosa sorprendente, de activistas que reciben subvenciones oficiales y que así reclaman les sean aumentadas. 
¿Por qué esta discriminación, a todas luces injusta, dirigida contra el sector que más divisas aporta al fisco? Ignoro los motivos de tal discriminación. Pero los sopecho.

Y creo que responde al resentimiento. Pues la gente de campo es objeto de un resentimiento originado en la envidia. De una envidia que nace de suponer que un hombre de campo es un oligarca, un estanciero explotador de su personal al cual hay que fastidiar. 

Poco conocen los magistrados las características de la mayoría de los hombre de campo actuales. Pequeños empresarios (las grandes estancias del pasado casi han desaparecido), que se valen de los adelantos tecnológicos para obtener el mayor fruto posible de sus propiedades. Y de los cuales suelen depender numerosas familias a cuyo jefe dan trabajo. 

EN PIROVANO

Mi padre tenía campo en la estación Pirovano del entonces Ferrocarril Sud. Y con él trabajaba un criollo admirable llamado Francisco Centurión. Gaucho competente en diversos menesteres, que antes había trabajado para mi abuelo materno. Buen jinete, diestro en el uso del revólver y del lazo, habilidoso para trabajar tientos, confeccionando aperos, trenzando llaveros, retejiendo botones. 

Lo llamábamos Don Francisco y jamás nos hubiéramos permitido omitir el Don para nombrarlo. Yo aprendí a montar a horcajadas en el recado de Don Francisco.
Cuando murió, Enrique Ruiz Guiñazú, primo de mi padre, escribió una nota necrológica en el diario El Pueblo que tituló: "Ha muerto un hombre del Campo". Y explicaba que lo llamaba así aunque jamás hubiera poseído una hectárea propia.

El trabajo de campo confiere cierta nobleza por múltiples razones. Porque exige sacrificio y sobriedad, porque requiere paciencia para aguardar su fruto, porque tiene como requisito el conocimiento de la naturaleza y el pálpito seguro respecto a la prolongación de sequías o a la posibilidad de que las tormentas dejen agua o sigan de largo sin dejar ni gota. Tal es el trabajo que realiza la gente de campo.
Esa gente que se ordenó procesar, cerrando los ojos ante los desmanes cometidos por los grupos piqueteros.