Buena Data en La Prensa

Ganarás el pan con el sudor de tu frente

Lo que muchas veces se percibió socialmente como un castigo, hoy adquiere un nuevo significado. ¡Por fin es viernes!, ¿Cuándo llegará el fin de semana?, ¿Falta mucho para las vacaciones? Son consuetudinarias frases que asocian al trabajo con un mal necesario; un desagrado por el que hay que pasar para llegar al tan ansiado momento de tener tiempo para “no hacer nada”. Esta “suspensión” obligada del artículo 14 de nuestra Constitución Nacional, nos obliga a descubrir que el derecho a “trabajar y ejercer toda industria lícita” puede transformarse en privilegio de unos pocos.

Amar y trabajar

Sobre la tan mentada salud que hoy acapara la atención de todos los medios de comunicación, traemos al recuerdo una anécdota de Sigmund Freud. En el verano de 1939 un periodista pidió al padre del psicoanálisis que expresara qué era para él una persona sana, madura e integrada a la sociedad. Seguramente esperó como respuesta una larga disertación, pero el anciano simplemente respondió: “Amigo mío, cualquier persona capaz de amar y trabajar”. Definición menos rimbombante e inalcanzable que la de la Organización Mundial de la Salud, que nos pide un “estado de completo bienestar físico, mental y social…” Poco antes de su muerte, Freud ofreció una definición más cercana a la realidad cotidiana y accesible a la inmensa mayoría de los humanos, aún en circunstancias desfavorables.

Qué aprende un niño cuando ve trabajar a sus mayores

Es posible que la lista sea incompleta, pero vale la pena hacer el intento: un niño cuando ve  trabajar a sus mayores aprende: que todos necesitan de los demás, que el esfuerzo por lograr un bien arduo es valioso, que es posible superarse, que a veces hay que hacer sacrificios, que hay derechos y deberes, que hay que tratar de tener buenas relaciones con los otros, que es necesario obedecer y aceptar normas, que se disfruta más una tarea bien hecha, que es posible desarrollar la vocación aún en tareas sencillas, que no siempre se logra lo que se desea y es necesario aceptar con humildad la limitación, que aunque no siempre sea socialmente reconocido todo trabajo honesto es intrínsecamente valioso y necesario.

El trabajo de sus mayores es para el niño una escuela de autosuperación, solidaridad, compañerismo, sacrificio, negociación, esfuerzo, obediencia, liderazgo, reconocimiento, aceptación, perseverancia, humildad… y podemos seguir.

Valerse por sí mismo

Marx afirmaba que “el trabajo dignifica al hombre”, si bien no acordamos con esta declaración porque todo ser humano es digno, por el solo hecho de serlo, más allá de sus acciones, no podemos negar que el trabajo es fuente de autoestima y autovaloración. La posibilidad de autosustentarse por medio de un trabajo digno alimenta la percepción de la propia dignidad.

La cuarentena obligó a las personas adultas e independientes a volver a un estado se pseudo-niñez, pidiendo permiso para salir y esperando que “Papá-Estado” le tire unos pesos. No es orgullo desmedido, ni omnipotencia no querer depender del estado paternalista para lograr el sustento básico. La autonomía para buscar y encontrar formas de resolver económicamente la propia vida y de la familia es un deseo genuino de las personas maduras.

Sin las herramientas adecuadas

En muchos casos la entrada al teletrabajo no fue un proceso inteligente de adaptación, con instancias de capacitación y provisión de materiales necesarios para una producción eficiente. En muchos casos, el endiosado teletrabajo que nos asemejaría al primer mundo, ingreso bruscamente con un “hacelo desde casa, y arréglate como puedas”.

Horas eternas tratando de entender cómo resolverlo a la distancia, con mesas de ayuda atosigadas, las legales 8 horas pasaron a ser día-tarde-noche-día-tarde-noche. Algunas veces sin resultados positivos. Otras eficaces pero destructoras del psiquismo. Tanto como matar cucarachas con una ametralladora.      

No solo de pan vive el hombre.

Trabajar no es solo ganar dinero o proveerse de un sustento económico, que para algunos servirá escasamente para cubrir las necesidades básicas y para otros para satisfacer caprichos estéticos o recreativos. Aún así, trabajar nunca es solo eso. Trabajar es hacer con otros. Es vínculo humano y humanizante. Es desarrollar lo propio para dar y darse. Aunque el fin consciente sea egoísta, la dirección del trabajo siempre es hacia el afuera. Quien trabaja aporta algo a la sociedad, de una u otra manera. Por eso, estar desocupado es más que no tener trabajo. Es encontrarse con que los días tienen un hueco que no es posible llenar con actividades insulsas y entre cuatro paredes.

Entristece hoy, ver el llanto de hombres grandes pidiendo que los dejen trabajar.

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