Páginas de la historia

Gabino Coria Peñaloza

Gabino Coria Peñaloza ya no existe físicamente. Pero su poesía no murió. Está impresa para siempre junto a los etéreos sonidos musicales que Juan de Dios Filiberto plasmó sobre la partitura en ‘Caminito’ y en ‘El pañuelito’, que son las letras más conocidas de Gabino Coria Peñaloza. Por las que este perdura –y sin duda perdurará- en el devenir del tiempo. 

Un día 9 de febrero de 1889, nace Coria Peñaloza en la provincia de San Luis. Una versión alude a Mendoza como su provincia natal. Pero esto no es lo más importante.

Contaban sus maestros de los primeros grados, que el niño Gabino en cada pausa de su tarea escolar o incluso dentro de ella –a hurtadillas- escribía versos.

Es que “en el niño que fuimos siempre estará el hombre que seremos”. Tiene 15 años. Se revela como un chico normal, que gusta de los juegos propios de su edad. Pero también es un ser humano profundo, muy pensante para sus años.

Muy joven abandona el hogar paterno y la tranquilidad puntana de aquella época y decide radicarse en Buenos Aires. Coria Peñaloza no sufre de vanidad, que es siempre superflua. Pero tiene el orgullo de quien se sabe poseedor de algún valor espiritual y este orgullo es legítimo.

Escribe versos y su autovaloración le insufla la fuerza suficiente para presentarse un día, sin recomendación alguna, a una revista que está de moda, fundada por Frayh Mocho, ‘Caras y Caretas’. Lo aceptan de inmediato. ¡Eran otros tiempos!

Coria Peñaloza tiene 31 años cuando se acerca a un músico personalísimo, que mencionamos antes, Juan de Dios Filiberto, cinco años mayor que Gabino.

Este músico había logrado mucho prestigio porque hacia muy pocos meses había sido tocado –transcurría 1920- por el éxito con un hermoso tango instrumental: ‘Quejas de bandoneón’.

Pero tres años antes que ‘Quejas de bandoneón’, en 1917, Filiberto había creado, sin darlo a conocer, los compases de un tango que soñó que sería inmortal.

Los sonidos que el mismo Filiberto había creado lo conmovieron hasta las lágrimas y le pide a Coria Peñaloza una letra para ese tango.
Coria Peñaloza le entrega, ¡en 24 horas!, estos versos inigualables, con el título de ‘El pañuelito’: ¿Recuerdan?

“El pañuelito blanco que te ofrecí
bordado con mi pelo
fue para ti...”

El rostro áspero de Filiberto, marcado por el dolor, que es un dibujante de la fisonomía y por la pobreza extrema de su infancia, se ilumina al oír estos versos. 

Seis años después, en 1926, luego de componer con Coria Peñaloza cuatro o cinco tangos que no tuvieron mayor repercusión, les llega a ambos, al músico y al poeta, la consagración definitiva.

Hacía ya largos meses que frecuentes caminatas de los dos por las calles de La Boca les había inspirado un tango. Lo denominan “Caminito”. Pero no se deciden a editarlo.

La intendencia de Buenos Aires y la Sociedad Rural, realizan para el carnaval de ese año 1926, un concurso de canciones (el tango es todavía casi una mala palabra). Lo inscriben a ‘Caminito’, como ‘Canción porteña’, un eufemismo –que como en el caso de ‘El choclo’, que se estrenó como ‘Danza criolla’- reemplaza a la palabra tango.

El fallo unánime del jurado le otorga a ‘Caminito’ el primer premio.

HECHO SIGNIFICATIVO

El público, curiosamente, con casi idéntica unanimidad, silba el fallo, lo abuchea: “Es que solemos juzgar con una celeridad con la que no querríamos ser juzgados”.

Pero el tiempo, que es un jurado infalible, ya determinó su valía y con ello su perdurabilidad. La creencia popular supone a ‘Caminito’ relacionado con la cuadra curvada del Bo, de La Boca.

Coria Peñaloza expresó –frente a otras versiones- que extrajo el título de una calle riojana donde realmente crecían “cardos y juncos en flor”, que en La Boca no los había...

A los 42 años, repentinamente, Coria Peñaloza deja Buenos Aires para radicarse definitivamente en la riojana Chilecito, donde vivió durante 44 años, hasta su muerte a los 86 años.

Vivió alejado de la música estridente de la que suele oírse sólo la estridencia. Lejos también de los aplausos, que a veces son el prólogo de los silbidos.
Fue un poeta mesurado, armonioso, y sobre todo soñador. Porque y este es el aforismo final: “Para crear, necesitamos palabras. Pero para armonizarlas necesitamos sueños”.