Por Eliseo Bottini *
La historia responde preguntas fundamentales de nuestra existencia. No todas, pero sí muchas. Y una de esas nos ayuda a comprender el legado de personalidades relevantes, en este caso de la más relevante de todas: el sucesor de San Pedro. Para rastrear un antecedente similar al Papa Francisco vale la pena retroceder medio siglo.
Los 12 años en que reinó sobre la Iglesia Católica representaron un carácter aperturista que poco tuvo que ver con el semblante de sus antecesores. Pero sí tuvo mucho de similar con un pontífice del siglo XX que puso todo su empeño en reformar la Iglesia; Juan XXIII, quien ejerció el poder desde 1958 hasta 1963.
De nombre secular Angelo Giuseppe Roncalli, Juan XXIII fue el autor de la línea de pensamiento conocida como el “aggiornamento”, que en italiano significa modernizar. Fue el gestor intelectual y político de llamar al Concilio Vaticano II, cónclave que inauguró criticando abiertamente a los sectores conservadores llamándolos “profetas de las calamidades”.
No pudo ver el concilio terminar porque murió a los pocos meses de abrirlo, pero lo que sí perduró fue la fumata de su política, una aureola de humo que todavía es motivo de discordia y que le dio argumento y sentido al Papado de Francisco.
La muerte de Francisco nos toca el corazón como católicos, pero también como argentinos. Nos llama a la reflexión sobre cómo un mundo tan descreído aún se paraliza frente a la solemnidad de la Iglesia y sus procesiones, sus misas de réquiem, el carácter ceremonial del cónclave y sus cardenales, etc.
El recambio papal siempre paraliza, pero el paso de Francisco llegó a impactar a quienes quizás no son tan fieles o tan devotos.
Y eso se debe a que Francisco intentó hablar como un Papa aperturista, dialoguista y tolerante. Aunque también tuvo sus críticos, y no pocos, que lo catapultaron con denominaciones como demagogo, permisivo, tibio, o progresista. Su agenda fue muy similar a la de Juan XXIII, que desde su cargo de Patriarca de Venecia en 1957 ya pedía reformar la Iglesia.
“Ya habrán escuchado repetidas veces la palabra “aggiornamento”. Veréis, nuestra Santa Iglesia, siempre joven, debe tomar la actitud de seguir los diversos giros de las circunstancias de la vida, para adaptarse, para corregir, para mejorar y para hacerse más fervorosa. Ésta es la naturaleza del Sínodo”, expresaba Roncalli.
En 1958 fue elegido Papa e inmediatamente avanzó con su prédica y convocó a un nuevo concilio para modernizar el Código de Derecho Canónico. En 1961 publicó su primera encíclica, “Mater et Magistra” (Iglesia madre y maestra), donde aprovechó para meter un bocado sobre el concilio que ya estaba dispuesto a celebrar.
Decía textualmente: “Nos sentimos felices de anunciar la celebración próxima de un Concilio Ecuménico, del que esperamos el comienzo de una gran renovación de la Iglesia. Será ocasión propicia para que la Iglesia adapte sus estructuras y su disciplina a las necesidades de nuestro tiempo”.
CONCILIO VATICANO II
En octubre de 1962 finalmente lo inauguró diciendo: “En el ejercicio cotidiano de nuestro ministerio pastoral, a veces nos llega a los oídos, ciertamente no sin disgusto, la voz de algunos que, aunque ardiendo en celo, carecen de sentido discreto y de juicio equilibrado. En los tiempos modernos, no ven más que prevaricación y ruina... Dicen que nuestro tiempo, comparado con los pasados, ha sido peor; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que es, sin embargo, maestra de la vida. Nos parece necesario decir en voz alta: nos oponemos a esos profetas de calamidades, que siempre anuncian lo peor, como si el fin del mundo fuera inminente.”
El Concilio duró 3 años, hasta 1965. Juan XXIII falleció en el medio, en junio de 1963 debido a un cáncer de estómago. La primera gran reforma tuvo que ver con la introducción del uso de las lenguas vernáculas en vez del latín, implementar una participación más activa de los fieles, y un cambia en la manifestación del sacerdote, que en vez de dar la misa hacia el altar ahora debía darla de frente a los fieles, al pueblo. También se incorporaron los conceptos de libertad religiosa y tolerancia con los cultos no cristianos.
El aggiornamento se había plasmado en Vaticano II. El problema es que hubo infinidad de reacciones inesperadas, tanto por los más conservadores, que rechazaban por completo los cambios, como por los movimientos más progresistas, que entendieron el Concilio en clave política, ideológica y hasta demasiado aperturista. Desde ambos extremos hubo una especie de confusión litúrgica y doctrinal. Muchos fieles y sacerdotes interpretaron las reformas como una “liberación total”, y aparecieron las misas creativas, cambios profundos en la catequesis y muchos teólogos más progresistas que ya llamaban a cambios aún más radicales sobre el celibato, las mujeres y la moral sexual.
Aparecieron del otro bando grupos tradicionalistas en todos los países. En el interior de Francia la oposición fue brutal, y de esas entrañas salió Monseñor Marcel Lefebvre, un arzobispo francés que se convirtió en el opositor más radical del aggiornamiento. Fundó la Fraternidad San Pío X, un grupo abiertamente cismático que presumía del nombramiento de obispos. Bajo el papado de Juan Pablo II, en 1988, la Congregación para Obispos de la Santa Sede confirmó la excomunión automática para Lefebvre y todos sus fieles.
CONSECUENCIAS EN EL PRESENTE
Evidentemente, Juan XXIII prendió una chispa que derivó en un incendio de confusiones que tal vez no eran pretendidas pero sí fueron el resultado de la misma. Podemos responsabilizar al Concilio tanto como podemos culpar a quienes hicieron interpretaciones garrafales de lo expuesto en aquel cónclave. En 1972, el propio Papa Pablo VI, sucesor de Juan XXIII, dijo en una famosa frase: "El humo de Satanás ha entrado en el templo de Dios". Pero no nos corresponde a nosotros imponer condenas, solo Dios juzgará todo a su tiempo. “Inde venturus est iudicare vivos et mortuos” (desde allí vendrá a juzgar a vivos y muertos), rezamos en el credo.
Cincuenta años después de la muerte de Juan XXIII llegó al trono de San Pedro el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, tal vez el primero en elevar su figura con mucha más efusividad que sus antecesores. La similitud se observa a simple vista. Francisco fue un fiel sucesor de su aggiornamento y también de su semblante y carácter, usando palabras muy parecidas, con mucho énfasis en la solidaridad social, en las políticas intervencionistas, en la justicia social y combatiendo también a sectores más conservadores.
Hoy, con su muerte tan reciente, no sabemos qué podrá pasar en el futuro. En esta discordia de corrientes cristianas, más tradicionalistas o más “aggiornadas”, hay todavía una diferencia sustancial al interior de la vida católica de cada fiel. Al final del día, el recambio papal pesará poco a la hora de la conversión de la gente de a pie, pero la influencia de la persona que sea elegida por el Cónclave sí marcará el rumbo de la Iglesia como institución mater et magistra, porque más allá de la vaguedad espiritual con la que los medios tratan este evento, seguirán siendo hasta el Último Día, claves regni caelorum (las llaves del Reino de los Cielos, S. Mateo 16:19).
* Licenciado en Periodismo por la Universidad de Palermo y creador del podcast Storiopolis.