A PROPOSITO DE LA BIOGRAFIA DE JORDAN BRUNO GENTA

Filósofo, centinela y mártir

La obra firmada por Mario Caponnetto y María Lilia Genta traza la semblanza intelectual del profesor asesinado en 1974. Sus páginas destacan la parábola de una vida signada por la gracia de Dios.

Mario Caponnetto ha cumplido con la tarea que él mismo se había propuesto y que tantos le reclamaban: componer la esperada biografía de su suegro y maestro, Jordán Bruno Genta.

El libro, publicado a comienzos de este año, también lleva la firma de su esposa, María Lilia Genta, apodada Lis, porque juntos lo proyectaron y juntos empezaron a escribirlo. La muerte en 2021 interrumpió la colaboración de Lis, pero no ha borrado su presencia, perceptible ya en el uso de un plural narrativo que designa, en primer lugar, al matrimonio que conformó con Mario, esa familia nacida a partir de un fecundo discipulado filosófico y político.

Con el título significativo de El filósofo y la ciudad. Biografía de Jordán B. Genta (Ediciones del Alcázar-Editorial Santiago Apóstol, 574 páginas), la obra se divide en tres partes: la primera registra los principales datos vitales de Genta y se concentra con minuciosa atención en sus escritos y en el tiempo que le tocó vivir; la segunda, a cargo de Lis, es una simpática y conmovedora “Evocación del padre”. En la tercera parte, titulada “Documentos y testimonios”, se recopilan cartas y esquelas enviadas a Genta por parte de personajes relevantes de su época, más una selección de semblanzas del biografiado a cargo de autores como Antonio Caponnetto, Alberto Caturelli o Rafael Breide Obeid.

DOS HISTORIAS

Genta vivió entre 1909 y 1974, cuando fue asesinado por un comando guerrillero al salir de su casa para dirigirse a misa, un domingo a la mañana. Fue filósofo y pedagogo, y una de las grandes figuras intelectuales del nacionalismo católico argentino. Un “contemplativo”, según la definición de Mario Caponnetto, que no desdeñó la función pública (siempre en tareas docentes) ni el compromiso político en momentos de zozobra nacional.

Según se aclara en el prólogo, la biografía relata las dos historias que se entrelazaron en Genta: la “historia exterior”, que se refiere a “todo aquello que rodeó su larga y fecunda actuación”, y la “historia interior”, un devenir que puede seguirse en sus escritos, que la obra analiza con detenimiento. Esta segunda historia es la que da forma al libro por una razón que no cuesta comprender.

“Es que la vida de Genta fue un testimonio de lo que puede el poder inmenso de la gracia de Dios -agrega el prólogo-. Si hay algo que signó esta vida fue justamente la acción constante de esa gracia que operó en ella de manera visible. Desde los errores de la juventud a la muerte mártir hay una admirable parábola, un misterioso camino cuyos hitos fundamentales hemos tratado de transmitir con la mayor fidelidad y objetividad posibles”.

Los críticos de Genta suelen olvidar o desconocen que nació en un hogar ateo, anarquista y masón. Que de joven fue un marxista activo y convencido, formado en la universidad reformista y laica por tutores célebres que prometían llevarlo a una promisoria carrera académica en sintonía con las corrientes dominantes de su tiempo, que eran el socialismo ateo y el positivismo materialista.

Pero la gracia divina torció ese camino. La intervención oportuna de algún maestro, una enfermedad de curación milagrosa, el amor de quien sería su esposa durante cuatro decenios (María Lilia Losada) y ciertas lecturas decisivas contribuyeron a obrar la asombrosa transformación.

Es que a comienzos de la década de 1930 Genta redescubrió la “filosofía perenne” y profundizó el conocimiento de Platón y Aristóteles, alejándose de antiguos mentores como Alejandro Korn o Francisco Romero.

El cambio puede apreciarse ya en su primer ensayo Sentido y crisis del cartesianismo (1938), en tanto su Curso de Psicología (1939) revela, según Mario Caponnetto, al “pedagogo, al formador de juventudes”. En ese libro explicó su pedagogía de los arquetipos, “quizás lo más original de su propuesta pedagógica”.

Debido a esos estudios y a un traslado por motivos laborales a la provincia de Entre Ríos, Genta incorporó nuevas amistades que lo impulsaron a conocer la historia de la patria a través de los grandes historiadores revisionistas. Y de allí llegó a la fe católica, que abrazó hacia 1940, cuando fue bautizado y contrajo matrimonio sacramental.

ACTUACION PUBLICA

De aquel tiempo data su relación doctrinal con las Fuerzas Armadas, un vínculo que se mantuvo constante hasta su muerte. Consumada la “revolución” de 1943, de cuya gestación fue partícipe, Genta asumió como Rector Interventor de la Universidad Nacional del Litoral, que Caponnetto considera “sin dudas el período más cuestionado, y el menos conocido, de su larga carrera docente”.

Luego se desempeñó como Rector del Instituto Nacional de Profesorado Secundario de Buenos Aires, cargo en el que permaneció once meses y que debió dejar, ya bajo la creciente influencia de Juan Domingo Perón, tras sufrir el ataque de una turba enardecida que revelaba el abandono en el que lo habían dejado las autoridades superiores. Abandono “al que más encuadraría el nombre de traición”, observa Caponnetto.

A partir de 1946, marginado por igual en regímenes peronistas o antiperonistas, Genta se abocó a su magisterio privado de filosofía, que ejerció por un tiempo en la ciudad de La Plata y luego en la legendaria casa familiar de la calle Céspedes, en el barrio porteño de Colegiales.

Comenzaba así “un fecundo período caracterizado por su total dedicación a la educación privada y personal”, apunta Caponnetto, quien a partir de 1956 fue uno de los muchos discípulos del maestro.

En esas clases semanales orientadas a los clásicos griegos (de ellas surgieron “sus dos libros más específicamente filosóficos”: El Filósofo y los sofistas, y La Idea y las ideologías, de 1949), a San Agustín, a la Suma de Teología y a un repaso general de la filosofía en Occidente hasta Heidegger y Sartre, podía apreciarse el carácter fundamental de la labor filosófica de Genta, según lo resume el título de su biografía. Era la tarea de “un filósofo que medita las verdades esenciales pero, a la vez, vela sobre la Ciudad, la Polis, a la que se debe como exigencia de la virtud de la pietas”.

Por ello ese magisterio se vio interrumpido ocasionalmente ante el comienzo en la Argentina de la “guerra revolucionaria”, cuya esencia Genta detectó y comprendió antes que muchos. Ya en julio de 1960 anticipó en el periódico nacionalistaCombate, del que cinco años antes había sido uno de los fundadores, las características del enfrentamiento que asomaba y la encerrona en la que quedarían atrapadas las Fuerzas Armadas durante la lucha.

Ese mismo año publicó el ensayo Libre examen y comunismo, en el que sondeaba las raíces teológicas de la revolución marxista, cuyo objetivo final “no es otro que la destrucción de la Civilización Cristiana”, movida por un “incurable resentimiento nihilista”.

EN GUERRA

En función de su vínculo personal con la Fuerza Aérea, y por pedido de algunos de sus jefes y oficiales, Genta llegó a redactar, de forma anónima y gratuita, una “doctrina de guerra contrarrevolucionaria” que debía servir como manual para la fuerza, pero que no pudo concretarse debido a la temprana denuncia pública formulada por un dirigente socialista y masón. (En la biografía se deja en claro que el liberalismo, la masonería y las izquierdas armadas o desarmadas, nativas o foráneas, nunca vacilaron a la hora de ver en Genta a uno de sus principales enemigos).

El manual frustrado se convirtió en Guerra contrarrevolucionaria (1964), uno de sus libros esenciales. Genta lo escribió, apunta Caponnetto, porque “las fuerzas armadas debían entender a qué enemigo se enfrentaban, qué cosas debían defender y cuáles eran las supremas razones para matar y morir en un guerra, cuyas características distaban mucho de la guerra clásica”.

En el último decenio de su vida, Genta se abocó a llevar ese mensaje a los uniformados para comunicarles “una fortaleza ante todo moral y espiritual”. Durante esos años de violencia guerrillera, tercermundismo en la Iglesia, asonadas y proscripciones, el profesor propició una salida militar como solución a la crisis de un sistema político deslegitimado que, a su juicio, no hacía más que incentivar los planes de los revolucionarios socialistas. Pero esta prédica, se aclara en varios pasajes de la biografía, no fomentó ni convalidó lo que después se conocería como “guerra sucia”.

Caponnetto recuerda que Genta era un hombre dotado de “inteligencia poderosa, una pasión inflamada y una fuerza de liderazgo que cautivaban a quienes se acercaban a él”. A medida que se aproximaba el desenlace martirial que parecía intuir, su piedad religiosa se fue profundizando y tornándose cada vez más evidente pese a sus pudorosos intentos por preservarla.

Como es sabido, los asesinos lo sorprendieron en la mañana del domingo 27 de octubre de 1974, cuando salía de su casa para asistir a la santa misa.

Lis Genta vio en la muerte de su padre “la rúbrica de toda su pedagogía”. Mario Caponnetto acota con sobriedad en el epílogo de esta biografía esperada y necesaria que aquel domingo infausto de hace medio siglo, el centinela se hizo mártir: “sin abandonar su puesto de vigía se abraza a la Cruz, esa Cruz en la que pendió y pende la salud del mundo y en la que se afirma toda genuina esperanza”.