SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ COMO ESLABON DE LA CADENA DE POETAS TEOLOGOS

Figura de la civilización barroca

POR BERNARDINO MONTEJANO

Hoy pasaremos a la grandeza poética y humana de Juana Inés de la Cruz, monja mejicana, jerónima, personaje del siglo XVII, pues nació en 1651 y murió en 1695, víctima de una peste que asoló a Méjico.

Ante todo, una aclaración, porque el Papa Francisco en este festival de beatificaciones en el cual vivimos, autorizó la beatificación sin milagro alguno de su homónima Juana de la Cruz, española (1481-1534), abadesa del convento Nuestra Señora de la Cruz, en Cubas de la Sagra, Madrid, que nada tiene que ver y es muy anterior en el tiempo.

El nombre completo de la monja jerónima es Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana y fue hija natural del capitán Pedro Manuel de Asbaje y de Isabel Ramírez de Santillana. De increíble precocidad aprendió a leer a los tres años, y entre los seis y siete años, pretendió ir a la Universidad disfrazada de varón.

A los trece años ingresa en la vida cortesana y en 1667 sorprende su incorporación a las carmelitas descalzas.

Por motivos de salud abandonó el convento y un año después entra como novicia en las monjas jerónimas hasta el fin de su vida terrenal.

Como expresa Luis Ortega Galindo, sus últimos años son “de interiorización y dedicación a la vida conventual. Por los pobres vende su biblioteca, que contenía unos cuatro mil volúmenes y al declararse una peste, se niega a abandonar el convento cuidando a sus hermanas de religión; se contagia y muere” (Gran Enciclopedia Rialp, Madrid, 1981, T. XIII, p.597).

TEXTO FUNDAMENTAL

Para encarar el tema, tenemos un texto fundamental de nuestra amiga Inés Futten de Cassagne, titulado “Sor Juana Inés de la Cruz, en la línea de inculturación de los Padres”, parte del libro Recepción y Discernimiento de textos literarios y temas humanísticos, Del Umbral, Buenos Aires, diciembre de 2004.

En su elaborado estudio, la autora prueba “la presencia viva y orientadora de los Padres de la Iglesia en el Humanismo español y por lo tanto en la inculturación del Nuevo Mundo a través de una figura de primer orden tanto en lo literario como en lo teológico, sor Juana Inés de la Cruz, intelectual mejicana, nutrida en los Santos Padres, juzga lo hecho por España en la Nueva España, Méjico, en los siglos XVI y XVII, viéndolo como una evangelización a los gentiles, semejante a la de los tiempos patrísticos” (p. 59).

También cita a la historiadora Josefina Muriel, quien escribe que “en las ciudades de la Nueva España, al lado de los palacios, se levantan grandes iglesias y conventos y mientras los artistas dejan sus mejores obras en la imaginería sacra o en la temática religiosa de sus pinturas, los escritores y poetas dan obras que contribuyen a la formación y desarrollo de ese pueblo, ya no español, sino criollo”.

Sor Juana pertenece a la comunidad religiosa de los jerónimos y se siente hija de san Jerónimo, quien estimuló los estudios y letras entre sus discípulos.

Este Jerónimo fue un hombre muy especial, en el cual, como lo expresa su biógrafo Angelo Penna, “bajo la ruda corteza de hombre irascible, de rudo polemista o de ácido exégeta, latía un alma anhelosa siempre de una unión más íntima con lo divino” (San Jerónimo, Luis Miracle, Barcelona, 1952, p. 443).

Recomiendo este libro, que nos permite conocer a este multifacético personaje, Jerónimo de Estridón, el Doctor Máximo.

AUTOS SACRAMENTALES

Al principio de la evangelización de México, los franciscanos introdujeron representaciones teatrales y en esa línea escribió sor Juana sus autos que le fueron encargados.

En el auto El divino Narciso, escrito para ser estrenado en 1688 en Madrid, ante los Reyes; ni lerda ni perezosa la monja “aprovecha para vincular la misión evangelizadora confiada a los reyes españoles a partir del Descubrimiento con aquella primera misión apostólica que arranca de san Pablo” (Ob. cit., p. 67).

Sor Juana reflexiona desde los sucesos reales y se llena de compunción ante lo que ve: en la fiesta del gran Dios de las semillas, sus rituales para obtener buenas cosechas se inmolaban más de dos mil prisioneros o “Flores de guerra”. Ante esta barbarie, la Religión cristiana, afligida por estas supersticiones y tan cruenta idolatría, se dirige a los indios instándoles:

“¡Abrid los ojos! ¡Seguid

la verdadera doctrina,

que mi amor os persuada!”.

Esto figura en el famoso “Requerimiento” a los indios para que reciban la fe cristiana. Pero, al no surtir efecto esta invitación, debe realizarse la conquista armada. Pero acabada ésta, vuelve a tomar la delantera la Religión Cristiana abogando por América y dice:

“A mi piedad le toca:

el conservarle la vida,

… el reñirla

con razón…

con suavidad persuasiva…

condición que mueran,

sino que se conviertan y vivan”.

De inmediato tiene lugar un diálogo entre la Religión cristiana y los indios, que es una síntesis poética de los históricos Diálogos de los doce, consignados por fray Bernardino de Saghún entre los franciscanos y los sacerdotes idólatras.

Según éstos la sangre vertida “fertiliza los campos”, “limpia los pecados” y se hace “manjar” que alarga la vida. La Religión Cristiana queda conmovida por la respuesta y reflexiona para sí:

“¡Válgame Dios! ¿Qué dibujos,

qué remedos o qué cifras

de nuestras Sacras verdades

quieren ser estas mentiras!

….

Pero con tu mismo engaño,

Si Dios mi lengua habilita

Te tengo que convencer

esos visos, esos rasgos

que debajo de cortinas

supersticiosas asoman…

Atribuyendo sus efectos

a sus deidades

obras son del Dios verdadero

y de su Sabiduría…

Por medio del teatro la Religión prosigue su catequesis. Se adapta a la mentalidad y a los gustos de ese auditorio indiano y se lo hace notar:

“… que ya

conozco que tú te inclinas

a objetos visibles. Más

que a los que la Fe te avisa

que el oído; y así

es preciso que te sirvas

de los ojos, para que

por ellos, la Fe recibas”.

“Los indios terminan cantando con gozo:

conozcan las Indias

al que es Verdadero

Dios de las semillas”.

Para concluir, citamos de nuevo a Inés de Cassagne: Juana Inés de la Cruz es un eslabón de la larga cadena de poetas teólogos… así fue la civilización barroca, con Calderón de la Barca, Lope de Vega y Tirso de Molina…

Esta gran tradición inculturadora quedará cortada a mediados del siglo XVIII cuando el despotismo ilustrado de Carlos III y su masónica camarilla cercenaron esta áurea flor del teatro de España.

Para decirlo con Francisco Elías de Tejada, fueron sus pezuñas las que aplastaron las verdes praderas de las libertades concretas y rompieron con la tradición cultural de las Españas.