El neorrealismo italiano ha generado algunas de las películas más conmovedoras del siglo XX, pero no sólo eso. También engendró algunos libros que, si bien son espejo fidedigno de una época de transición (de la miseria a la prosperidad), no han perdido ni una candela de fulgor estético. Es el caso de Cuentos Romanos de Alberto Moravia (1907-1990).
La colección de relatos breves y costumbristas data de los cincuenta. Esa década se incluye en el período más fértil de un polígrafo que se convirtió en una verdadera institución cultural de la Ciudad Eterna. Era hijo de un acaudalado arquitecto judío de Venecia y de una condesa austrohúngara. Su verdadero nombre fue Alberto Pincherle, pero se cambió el apellido para no ser molestado por el fascismo. Pobre ingenuo. La aberración parda no se privó de censurarlo y hostigarlo; en lo peor de la cacería nazi, Moravia, incluso, debió ocultarse en las montañas, donde sobrevivió con lo puesto.
El volumen de Alianza Editorial (508 páginas, edición 1970) incluye 61 cuentos. Muy pocos son intrascendentes. Narran picardías, granujadas, la vitalidad de la vida popular y de la sexualidad. Textos simples en la forma pero profundos en el contenido porque van al hueso de la condición humana. El tono suele pendular entre lo cómico y lo sentimental. Como dato curioso, digamos que el Vaticano ubicó este libro en el Index librorum prohibitorum hasta 1963 por inmoral.
LA POBREZA ES MALA
La miseria tercermundista de la posguerra italiana es el telón de fondo de los cuentos. En “El terror de Roma”, un muchacho sale a robar parejas por la noche para poder comprarse un par de zapatos.
Mario Vargas Llosa adoraba las novelas y los cuentos de Moravia. Dos aspectos destacaba (1). En primer lugar, su "convicción antirromántica". Para el escritor italiano, "la pobreza no espiritualiza ni sublima al ser humano; más bien lo encallece y lo degrada". Era un anti Francisco, por así decirlo.
En segundo lugar, el maestro peruano sentenció: "...lo mejor de Moravia no es la visión sombría y desesperada de una época sino la galería de seres humanos que desfilan por sus páginas".
Tiene razón. ¡Qué personajes encontramos aquí! ¡Qué buenos retratos! El cantor de fondas que una mañana decide ahorcarse (“El payaso”). La hija del posadero que induce su asesinato (“Lluvia de mayo”). El pelmazo que se compra un auto (“El pelmazo”). El tapicero engañado por su esposa (“Tómate un caldo”). Un camarero que pierde la chaveta (“El pensador”). El neurótico obsesivo abandonado por la mujer (“No ahondes”). Una princesa codiciosa (“El intermediario”). El librero resentido que estropea la cena de fin de año (“El picnic”). El pillo deshonesto que aduce que la mala suerte lo persigue (“Un hombre infortunado”). Y la lista continúa...
¿Son el producto de una imaginación frondosa? No parece. Tienen el sabor de lo vivido. Se trataría de un magistral aprovechamiento de la realidad. Nada mejor para un escritor realista que aquello que llamamos "tener calle". Esa legión de plumíferos de taller literario que tanto mal le han causado a la literatura argentina del siglo XXI deberían leer mil veces los Cuentos romanos.
En algunos relatos, incluso, hay un leve suspenso que gira en torno de una pregunta tremenda: ¿Lo mata o no lo mata?. Por ejemplo, en “Hasta la vista”, Roberto abandona la cárcel de Portolongone y, después de visitar su casa y el bar, se va derechito para el taller de Guglielmo ("una cara meliflua, mitad de Judas y mitad de sacristán"), el responsable de que -por un falso testimonio- gastara dos años en prisión. ¿Lo mata o no lo mata?, nos preguntamos hasta la última línea.
DRAMAS BIOLOGICOS
En su ensayo más reciente (2), el antropólogo israelí, Yuval Harari, sostiene que, desde la Edad de Piedra, los argumentos del arte que más nos conmueven son aquellos que se agrupan bajo la categoría de "dramas biológicos". Moravia los manejaba con fluidez, quizás aquí estribe su mayor grandeza. La temática de la infidelidad de la compañera; de la necesidad de procurarnos sustento; de la lealtad de la familia y los conocidos cercanos; del drama de envejecer, son algunos. En “Los amigos sin dinero” se pregunta: ¿"La amistad es una costumbre como tomar café o como comprar el diario; una comodidad como la butaca y la cama; o un pasatiempo como el cine o el cuartillo de vino"?
Moravia fue amado y venerado por sus compatriotas. Siete veces los propusieron para el Premio Nobel de Literatura. Fiel a sí misma, la Academia Sueca lo desdeñó.
(1) 'La verdad de las mentiras', Seix Barral, edición 1990.
(2) 'Nexus', Debate, edición 2024.