Excursión al tiempo de la discordia

Los días de la violencia

Por Eduardo Sacheri

Alfaguara. 320 páginas

Eduardo Sacheri continúa con la serie de libros sobre historia argentina iniciada en 2022. Después de Los días de la Revolución (1806-1820), el período abordado en este segundo volumen, de los cuatro previstos, se titula Los días de la violencia (1820-1852).

Repite el tono, el estilo y el tratamiento del primero, aunque podría decirse que de manera más acentuada. Probado narrador de ficción, Sacheri es profesor de Historia en ejercicio en el nivel secundario y por lo tanto eligió organizar el libro con la estructura similar a la de una clase.

Pero el formato no se agota allí. Se dirige a los lectores como si fueran sus alumnos: es informal, coloquial, irónico, un profe canchero que todo el tiempo procura salvar la distancia con el pasado acudiendo a comparaciones tomadas de la cultura popular de las últimas décadas, especialmente de la música, el cine o la televisión. La idea es allanar las dificultades y resultar accesible para un público que presume joven, incluso adolescente.

Es una apuesta riesgosa que en más de una ocasión lo empuja a simplificar las situaciones o a explicar lo obvio. Y el juvenil desparpajo de sus guiños cómplices, sembrado de vocablos o expresiones como “guita”, “tarasca”, “piantarse”, “ojo al piojo” o “flor de lío”, puede que atraiga a lectores debutantes pero al costo de provocar cierta extrañeza o incomodidad en los más veteranos.

Dado el período histórico tumultuoso que abarca el libro, Sacheri avisa desde el comienzo cuáles son sus intenciones y los límites de su mirada como autor. Reivindica la tarea de los investigadores académicos y reprueba por anticuado, moralizante o anacrónico el conocimiento histórico que circula en paralelo a esas fuentes. Muy pronto advierte a los lectores: “No esperes encontrar en estas páginas un relato cargado de épica que ensalce personajes del pasado o justifique proyectos políticos del presente”.

Tampoco adhiere al revisionismo histórico en ninguna de sus vertientes. En cambio toma distancia de la “gresca interminable entre mitiristas y revisionistas”. “De hecho -apunta-, creo que va siendo hora de dejarla atrás y atender a lo que numerosos historiadores profesionales han aportado en las últimas décadas, que es muy útil para entender mejor la historia y para dejar atrás aquella polémica”.

Un dato curioso es que, puesto a escribir sobre historia, el novelista de Sacheri adopta un método más bien temático o conceptual, en lugar de preferir las evidentes ventajas narrativas que ofrece la materia. Su enfoque histórico, aclara, “está más atento a los procesos más amplios y menos atento a las acciones individuales de los hombres, aun de los más ilustres”. Se decanta por las explicaciones y las “detenciones analíticas” que interrumpen un relato que nunca deja de ser ensayístico.

Dicho eso, en más de un punto las explicaciones del profesor Sacheri son instructivas para el lector no especializado. Por ejemplo, cuando analiza el sistema electoral de la décadas de 1820 y 1830 en la provincia de Buenos Aires, o al discernir la demografía de los partidarios de Juan Manuel de Rosas en su ascenso como figura política, o cuando repasa la manera elemental y bastante caótica en que se libraban las guerras en aquellos treinta años de implacables enfrentamientos civiles enmarcados entre las batallas de Cepeda (1820) y Caseros (1852).

Remitiéndose a las investigaciones de “los historiadores actuales”, Sacheri no condena ni exalta a los “caudillos” dominantes en la época estudiada (Quiroga, López, Ramírez, el propio Rosas). Entiende que no fueron ni destructores ni héroes románticos. “Todos estos personajes -observa- resisten el encasillamiento ramplón. Van y vienen. Cambian. Actúan. Se arrepienten. Y en todas esas sinuosidades desmienten esas caracterizaciones apasionadas que los inmortalizan en tal o cual posición, supuestamente tallada en piedra”.

Tampoco cree Sacheri en “teorías conspirativas” ni en exaltaciones nacionalistas retrospectivas, en concreto las referidas a la batalla de la Vuelta de Obligado, a la intromisión anglofrancesa en el Río de la Plata o a la discutida alianza de Urquiza con el Brasil que finalmente puso fin al largo gobierno del Restaurador de las Leyes.

Quiere eludir la utilización política del pasado y aspira a ubicarse en una posición equidistante que rechaza por igual las simpatías y las antipatías frente a los personajes históricos (aunque corresponde decir que en sus páginas, Rosas sale mucho peor parado que, por caso, Rivadavia).

“Estudiar historia, pensamos, no pasa por ahí”, es la frase que resume su actitud general como divulgador.