Esto es lo que el miedo agudo hace con nuestro sistema inmune

El estrés desempeña un papel fundamental en el modo en que el cerebro influye en las enfermedades, según un estudio estadounidense. Comprobaron que el riesgo de padecer afecciones autoinmunes e infecciones virales se ve aumentado debido a que el estrés agudo hace que ciertas regiones del cerebro indiquen a diferentes grupos de células inmunitarias que se desplacen por todo el organismo.

La mayoría recordará aún los titulares de los diarios y la televisión contabilizando día y noche las muertes por covid o las devastadoras imágenes de personas intubadas en aislamiento, recostadas boca abajo en camas de hospitales, personal sanitario vistiendo trajes blancos y escafandras, los médicos de los medios asegurando que si no se cumplían las cuarentenas habría que “elegir a quién darle los respiradores” y tantas otras estrategias que se utilizaron en aquel momento para generar el pánico colectivo. Así, personas aterradas, invadidas por el miedo irracional, aceptaron no salir de sus casas, ni ver a sus seres queridos con tal de proteger su vida, probablemente ignorando que ese mismo terror las colocaba en una posición de mayor vulnerabilidad.
Y ahora que nos encontramos en lo que algunos denominan “la era de la industria de las pandemias, conviene conocer cómo estas estrategias de miedo impactan sobre el modo en que nuestro organismo se defiende frente a las enfermedades. Es otra forma de estar mejor preparados ante nuevas propagandas del terror.
En ese sentido, una interesante investigación publicada en Nature en mayo de 2022 ya advertía sobre la alteración del sistema inmune producida por el estrés agudo y echa luz sobre los mecanismos que se desencadenan en el cuerpo humano. 
“En respuesta al estrés o al miedo extremadamente agudos, se producen muchos cambios fisiológicos. Eso se sabe desde hace tiempo”, afirma Filip Swirski, doctor y profesor de Medicina (Cardiología), director del Instituto de Investigación Cardiovascular de Mount Sinai e investigador del PrIISM.
“Nuestros latidos aumentan. Todos sabemos cómo nos hace sentir el miedo. Pero no está tan claro qué ocurre realmente con el sistema inmunitario”, añade el investigador, quien sostiene que “una pregunta natural que cabe hacerse es si el estrés agudo modifica la inmunidad periférica”, que es esencial para el correcto funcionamiento del sistema inmune.
Para responder esta pregunta, Swirski y su equipo estudiaron cómo el estrés agudo altera la respuesta inmunitaria a la infección viral y los desencadenantes de enfermedades autoinmunes.
MAYORES DAÑOS 
En la investigación publicada en Nature, estos científicos comprobaron que el SARS-CoV-2 se replicaba más rápidamente en ratones tras un estrés agudo, y que los ratones estresados tenían muchas más probabilidades de morir.
El estrés agudo tuvo efectos similares en ratones infectados con gripe. Los ratones estresados produjeron menos anticuerpos neutralizantes contra el virus de la gripe, lo que provocó una mayor producción de virus y daños más extensos en el tejido pulmonar.
“Estamos muy interesados en conectar los puntos del cerebro, donde se percibe el estrés y se lleva a la conciencia, con los acontecimientos que se producen en la periferia y que implican a las células inmunitarias”, puntualizó Swirski.
La idea de investigar la comunicación entre el cerebro y el cuerpo, y entre los sistemas nervioso e inmunitario durante el estrés agudo, surgió a partir de lo que se sabía sobre cómo reaccionan el cerebro y el cuerpo durante el estrés crónico. En un contexto crónico, el sistema nervioso simpático modula con el tiempo la hematopoyesis, el proceso por el cual se producen nuevas células inmunitarias en la médula ósea.
“Pero esto no ocurre durante el estrés agudo”, aclaró Swirski, para luego añadir:  “Durante el estrés agudo, no vemos grandes cambios en la producción de leucocitos, pero sí vemos muchos cambios en la distribución y función de los leucocitos”.
De hecho, los investigadores descubrieron que el estrés agudo desencadena cambios sísmicos en la localización de diferentes poblaciones de células inmunitarias. Se observó que los linfocitos B y T -células inmunitarias que producen anticuerpos neutralizadores de virus o que eliminan las células infectadas- abandonaban los ganglios linfáticos y entraban en la médula ósea.
En cambio, los neutrófilos, que actúan como primera línea de defensa contra las bacterias, se desplazaron en dirección contraria. Salieron de la médula ósea y entraron en tejidos como la piel, activando los genes que les permiten causar inflamación y combatir la infección bacteriana.
LUCHAR O HUIR
Según el investigador, nuestras respuestas al estrés agudo son el resultado de importantes evoluciones fisiológicas e inmunológicas para protegernos en momentos de peligro extremo. En realidad, es la anticipación de un daño físico potencial que puede sobrevenir, donde el cuerpo se prepara fisiológicamente para defenderse mediante las respuestas de lucha, huida o parálisis, si hay un depredador.
“Creemos que ocurre algo parecido con el sistema inmunitario y los cambios que hemos observado en el estudio”, detalló Swirski. La migración de los neutrófilos fuera de la médula ósea es bastante sencilla de entender, aseguró: “es una forma de inflamación anticipatoria”. Los neutrófilos son las primeras células que intervienen durante una infección o lesión aguda. Es lógico que, en momentos de peligro, los neutrófilos que se desplazan rápidamente a los órganos periféricos que pueden sufrir lesiones e infecciones puedan salvar la vida del organismo.
Entender por qué los linfocitos abandonan los ganglios linfáticos, sin embargo, podría ser más difícil, sostuvo Swirski. 
Los autores del artículo de Nature especulan con la posibilidad de que se trate de una ventana de protección frente a una respuesta autoinmune durante las respuestas iniciales a una lesión o infección graves, cuando el daño tisular provoca la liberación de autoantígenos que podrían ser reconocidos por los linfocitos B y los linfocitos T. Y eso es lo que el equipo observó experimentalmente: en modelos de esclerosis múltiple en ratones, el estrés agudo protegía contra la sensibilización al autoantígeno y protegía contra la enfermedad autoinmune grave. “Sin embargo, esa protección tuvo un coste, que fue el deterioro de la respuesta a la infección viral”, subrayó Swirski.
GESTION DEL ESTRES
La comprensión del impacto que el estrés agudo puede tener en la inmunidad refuerza el principio de que la gestión del estrés es fundamental para la salud. Es por eso que ya distintos centros médicos del mundo están poniendo el foco en la neuroinmunología.
Así, por ejemplo, la Facultad de Medicina Icahn de Mount Sinai puso en marcha hace ya dos años el Centro de Investigación Cerebro y Cuerpo.
Entre las cuestiones clave que se abordan en el Centro figuran la investigación de las estrechas relaciones entre neuronas y células inmunitarias -dentro y fuera del cerebro-, cómo influyen en la salud y la enfermedad, y cómo el estrés psicológico puede traducirse en efectos fisiológicos. La comprensión de estos procesos podría dar lugar a opciones terapéuticas. 
El Centro ha puesto en marcha una serie de seminarios sobre sus hallazgos, incluida una conferencia inaugural de Swirski sobre cómo el estrés y los factores del estilo de vida conectan el cerebro y el sistema inmunitario con las enfermedades cardiovasculares.
Swirski y su equipo también están construyendo un mapa molecular de las vías de comunicación que unen grupos específicos de neuronas del cerebro con otras células del organismo durante el estrés agudo. “No observamos una gran aportación del sistema nervioso simpático en la respuesta aguda; más bien son la corteza motora y el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal los que desempeñan papeles cruciales en la reubicación de las células inmunitarias”, señaló.
Este descubrimiento permitirá al investigador y sus colegas empezar a probar intervenciones terapéuticas dirigidas a estas señales, una de las cuales podría incluir el uso de la estimulación magnética transcraneal. Se trata de un procedimiento no invasivo que utiliza campos magnéticos para estimular las células nerviosas y que actualmente se emplea para tratar a pacientes con depresión en los que los tratamientos típicos no han resultado eficaces.
“Si definimos las regiones cerebrales específicas que son críticas para una respuesta concreta tras el estrés, o durante el sueño o el ejercicio, como beneficiosas o perjudiciales, entonces podemos imaginar la estimulación o inhibición de ese tipo de actividad para terapias de todo tipo de afecciones”, anticipó Swirski. 
Manipulando regiones muy concretas del cerebro se podría generar el resultado deseado. “Puede parecer un poco de ciencia ficción, pero es probable que algo de esto no esté tan lejos en el futuro”, finalizó.