Hay frases que nos dicen o leímos alguna vez que nos joroban la vida, otras que están perimidas o definen al otro.
A mí entre las que me hicieron daño puedo citar “Serás lo que debas ser o serás nada”, como si fuera tan fácil lograr en este país lo que uno desea ser y como si realmente alguien pudiera convertirse en nada.
Otra parecida es aquella que pregona que hay tres cosas que necesitas realizar en tu existencia: “Concebir un hijo, plantar un árbol y escribir un libro”. Este maldito axioma trae dos problemas: uno, si no lográs alguno de los tres mandatos te sentís incompleto; el otro es, lo que me pasó a mí, que lo conseguí hacer todo muy joven y desde entonces pienso que estoy al cuete en el planeta. Mi madre me volvía loco con “Estudiá Ciencias Económicas que es el futuro” y “La miseria golpea en todas las puertas y entra en la casa del haragán”. La aterrorizaba que yo quisiera ser escritor.
Aparte, hay algunas expresiones más graciosas que los varones decimos y jamás cumplimos: “Juro que si esta vez te viene el período, de ahora en más uso preservativo”, o “Cobro el aguinaldo y enseguida te pago lo que te debo”, o “Mañana lunes empiezo la dieta”. Hay otras que usamos vanamente cuando la chica de Tinder luce un contorneado cuerpo pero nos parece falsa la foto: “Me gustás mucho pero acabo de separarme y estoy deprimido”.
Las mujeres traen las propias: “Si me amas decime tu contraseña”, o “No desconfío de vos pero me preocupan tus amigos”, o “Hacé de cuenta que no te dije nada” después que nos lanzaron un misil.
Nunca olvidaré a aquel presidente que prometió: “Los que depositaron dólares, recibirán dólares”. Algo que nunca ocurrió. Por eso, a mí me gusta esta: “Uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”. ¿O no?
A mí entre las que me hicieron daño puedo citar “Serás lo que debas ser o serás nada”, como si fuera tan fácil lograr en este país lo que uno desea ser y como si realmente alguien pudiera convertirse en nada.
Otra parecida es aquella que pregona que hay tres cosas que necesitas realizar en tu existencia: “Concebir un hijo, plantar un árbol y escribir un libro”. Este maldito axioma trae dos problemas: uno, si no lográs alguno de los tres mandatos te sentís incompleto; el otro es, lo que me pasó a mí, que lo conseguí hacer todo muy joven y desde entonces pienso que estoy al cuete en el planeta. Mi madre me volvía loco con “Estudiá Ciencias Económicas que es el futuro” y “La miseria golpea en todas las puertas y entra en la casa del haragán”. La aterrorizaba que yo quisiera ser escritor.
Aparte, hay algunas expresiones más graciosas que los varones decimos y jamás cumplimos: “Juro que si esta vez te viene el período, de ahora en más uso preservativo”, o “Cobro el aguinaldo y enseguida te pago lo que te debo”, o “Mañana lunes empiezo la dieta”. Hay otras que usamos vanamente cuando la chica de Tinder luce un contorneado cuerpo pero nos parece falsa la foto: “Me gustás mucho pero acabo de separarme y estoy deprimido”.
Las mujeres traen las propias: “Si me amas decime tu contraseña”, o “No desconfío de vos pero me preocupan tus amigos”, o “Hacé de cuenta que no te dije nada” después que nos lanzaron un misil.
Nunca olvidaré a aquel presidente que prometió: “Los que depositaron dólares, recibirán dólares”. Algo que nunca ocurrió. Por eso, a mí me gusta esta: “Uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”. ¿O no?