Claves de la religión

¿Es la Argentina un país católico?

La pregunta estampada en el título nos lleva a considerar los orígenes de la organización nacional. El artículo 2 de la Constitución promulgada en 1853 se ha conservado invariable en las sucesivas reformas. En él se impone que el Gobierno Federal sostiene el Culto Católico, Apostólico, Romano. Los Constituyentes no quisieron formular los principios de un Estado Católico, pero tampoco optaron por la alternativa de un Estado laico o ateo. La expresión sostiene ha dado lugar a numerosas interpretaciones y a un debate entre especialistas del Derecho y enemigos de la cláusula adoptada en 1853. Por entonces se tenía claro qué significa Estado Católico; la historia ofrecía abundantes ejemplos.

En aquella segunda mitad del siglo XIX, el Papa León XIII había actualizado la tradición secular, especialmente en sus encíclicas “Diuturnum illud munus e Inmortale Dei opus”. Los adversarios de la Iglesia y de su postura eran el liberalismo y el socialismo. Entre nosotros, esas posiciones estaban corporizadas en la masonería. El citado Pontífice propuso los fundamentos de la doctrina social católica en un texto que se haría famoso, la encíclica “Rerum novarum”.

Los Constituyentes argentinos tuvieron en cuenta la realidad de la sociedad argentina y no optaron por la alternativa de un Estado laico o ateo, según la evolución de las ideas de la Revolución Francesa. El sostiene que el artículo 2 de la Constitución Nacional no se reduce al presupuesto de culto, sino que implica un reconocimiento del carácter público de la religión católica, la apoya y la fomenta.

LAS IDEAS DE ALBERDI

La opinión al respecto de Juan Bautista Alberdi causa una cierta perplejidad. El autor de las Bases que inspiraron la Constitución pensaba que un Estado no puede sostener un culto que no sea el propio suyo. Si no entiendo mal, esa expresión equivale de algún modo a la idea del Estado Católico. La religión católica es el culto propio del Estado Argentino. De tal manera se reconoce la realidad social y cultural de un país en el cual la mayoría de los habitantes está bautizado en la Iglesia Católica.

Los inmigrantes españoles y sobre todo los italianos robustecieron esa realidad. Es verdad que en las décadas finales del siglo XIX la acción de la masonería (el enemigo secular de la Iglesia) tuvo una enorme influencia en los gobiernos de la época, algunos de los cuales fueron de obediencia masónica; la Iglesia quedó prácticamente recluida en los templos, sin un influjo real sobre la cultura. Sin embargo, en varias Provincias del interior la fe y la vida cristiana tuvieron amplio desarrollo y presencia.

VIDA RELIGIOSA DEL PUEBLO

Para responder a la pregunta que se formula en el título de este artículo, hay que juzgar sobre el estado de la sociedad y la vida religiosa del pueblo. ¿Es la Argentina un país católico?

El padre Leonardo Castellani respondía: “sí, es católico mistongo”. Esta expresión tanguera y lunfardesca significa poco serio. El gran pensador y escritor eximio acertó con aguda perspicacia. La condición que afecta al catolicismo argentino explica de algún modo los vaivenes históricos. Me permito añadir una característica de esa condición.

Tradicionalmente, los católicos argentinos no van a misa. El nuestro es un país sin Eucaristía. El análisis que hoy día podría hacer un estudioso de la historia religiosa argentina, puede reconocer dos momentos de apogeo protagonizado por laicos. En los años 80 del siglo XIX, un grupo de católicos de vida pública, con cargos políticos -diputados, especialmente- luchó contra la masonería en los campos de la cultura y la educación: José Manuel Estrada, Pedro Goyena, a los que se sumaron Achával Rodríguez Pizarro y algunos más defendieron la tradición nacional adoptando una postura católica. que recibía el influjo del liberalismo cristiano de Charles de Montalembert. Fueron laicos, anticipando en su experiencia lo que sería la vocación laical según el Concilio Vaticano II, ochenta años más tarde. Obispos había muy pocos y no tuvieron una participación directa en los acontecimientos.

El segundo momento fue el fenómeno de los Cursos de Cultura Católica, entre 1920 y 1945. Es interesante señalar que se acercaron a ellos intelectuales y artistas que no tenían ninguna pertenencia a la obra y presencia eclesial. En los Cursos se formó toda una generación. Unos pocos sacerdotes acompañaron a este otro movimiento laical.

JAVIER MILEI

Quemando etapas, aplico el mismo interrogante a la actualidad, y me fijo como objeto la toma de posesión del Presidente recién elegido, Javier Milei. El cual es exalumno de un colegio católico, en el que, por hipótesis, debe haber recibido siquiera información sobre la doctrina católica. Salta a la vista que no vive como católico, y llama la atención su simpatía por el judaísmo. Inclusive, alguna vez ha mencionado su deseo de convertirse al judaísmo. Mirando su caso superficialmente, notamos que no se hace correctamente la señal de la Cruz, y que al entrar a la Catedral de Buenos Aires esbozó una genuflexión mediante una “agachadita”. Deben ser restos de su paso por el Colegio Cardenal Copello, de Buenos Aires.

A medias, el inicio del período presidencial respetó la dimensión religiosa de la jornada con un acto en la Catedral. Pero no fue el tradicional Tedéum, sino una especie de conferencia interreligiosa, con la participación del judaísmo, de la ortodoxia griega, de la confesión islámica y del evangelismo. La impresión que causó la ceremonia -si vale este nombre cuando no hubo oración- es que la Argentina ya no es un país católico, ni siquiera mistongo. Es verdad que el arzobispo de Buenos Aires ejerció la presidencia y leyó un pasaje del Evangelio. Era el final del capítulo 7 de San Mateo, la comparación entre la casa edificada sobre roca -invulnerable a todas las tormentas- y la levantada sobre arena movediza y por tanto frágil. El comentario del Arzobispo Primado valoró los cimientos que nos permitieron conservar la casa a pesar de todas las peripecias vividas. Es preciso fortalecer los cimientos: fraternidad, libertad y memoria. Invocamos -dijo- al Espíritu Santo para que nos ayude a fraguar los cimientos y así construir nuestra casa, la Argentina. Olvidé citar la confesión anglicana, que estuvo representada por un arzobispo.

Me llamó la atención cómo el Presidente siguió emocionado la intervención del rabino Shimon Axel Wahnish, con el cual se estrechó largamente en un abrazo. Se explica, porque éste es para él un padre espiritual. A propósito, éste es el lugar para preguntarse: ¿cómo es posible que no haya habido uno solo del más de centenar de miembros del Episcopado Argentino que se acercara a Javier Milei durante la campaña, o después de su elección? La Iglesia, oficialmente, lo ignoró. La responsabilidad de esa omisión recae sobre la dirigencia de la Conferencia Episcopal. Es evidente que los ejecutivos del Episcopado esperaban el triunfo de Massa. ¡Siempre fuera de foco!

Recuerdo, en cambio, la perspicacia de dos Cardenales Primados en su comprensión del papel político que le corresponde al cargo: Antonio Caggiano, durante muchos años Obispo de Rosario, y luego de Buenos Aires, y Antonio Quarracino, arzobispo de Buenos Aires. A pesar de los cambios registrados en la religiosidad de la sociedad, aquellos dos no dudaron del carácter religioso como identidad nacional. Siendo obispo auxiliar de Quarracino, lo acompañé en los Tedéum de las fiestas patrias. Su Eminencia presidía la celebración revestido de capa pluvial y llevando mitra y báculo. Las autoridades y otros invitados especiales asistían con respeto. Era impensable un 25 de Mayo o un 9 de Julio sin Tedéum. Se manifestaba claramente que los gobernantes estaban convencidos de esa realidad histórica: la Argentina es un país católico. Oficialmente, la Iglesia acompañaba al orden político, aunque los gobiernos fueran de distinto origen partidario. Así fue desde siempre. Herencia de las raíces en España que respetaron nuestros próceres.

Debo apuntar aquí el influjo del Concilio Vaticano II, y la transformación de la sociedad avalada por el progresismo contra el orden tradicional. En los últimos 50 años ha decaído notablemente la práctica religiosa, se multiplicaron los grupos evangélicos y pentecostales, el desbarajuste litúrgico fue total, la Iglesia estuvo ausente de los centros donde se gestaban las vigencias culturales; a pesar de las inquietudes religiosas de muchos jóvenes, hay que decir que la evangelización católica de la sociedad ha fracasado.

Concluyo este informe retomando el significado de la simpatía del nuevo Presidente por el judaísmo. Asistió a una celebración tradicional de la comunidad judía, la fiesta de Janucá, que se realizó en una plaza del barrio de Palermo, en Buenos Aires. Se trata de una festividad de la luz; luciendo una kipá, como corresponde ritualmente, encendió una vela en el candelabro de nueve brazos. Señaló, desde el escenario, que “la principal lección es que la luz se impone sobre la oscuridad; después de tantos años va a salir la luz y eso va a ser una revolución moral porque la vamos a hacer sobre los valores”. Acompañaron a Milei varios funcionarios. El Presidente no nombró a Dios, sino que invocó a “las fuerzas del Cielo”, que según aseguró “van a apoyar a la Argentina y a Israel”. Su participación fue más activa que en el acto interreligioso de la Catedral.
Retomo lo que ya he mencionado, la indiferencia de los obispos, entretenidos en sus divagaciones estratosféricas. Ni uno solo se acercó al Presidente, como era su deber; esto constituye una verdadera vergüenza, que no debe ser olvidada.