UNA EVOCACION INTIMA DE JORDAN BRUNO GENTA

“Era mi abuelo y no le temía a los enemigos de la Patria”

POR GABRIELA CAPONNETTO *

Corría el año 1974. Yo era una chiquilina de 4 abriles que saltaba a la rayuela. Entre mis juegos y risas ignoraba que se había desatado una guerra cruenta en mi país. No tan alejada del sonido de las bombas, seguía rodando en un carrusel, meciendo mis muñecas y encastrando rastis.

Por aquel entonces no entendía por qué no eran mis padres los que me llevaban a la plaza o me retiraban del cole… con los años comprendí que me estaban protegiendo del horror y del odio de la guerrilla marxista.

En aquel entonces brillaba con la luz fulgurante de la verdad, voz de trueno, oratoria magistral y arquetipo de cristiano, Don Jordán Bruno Genta. Ese era mi abuelo, quien no le temía a los enemigos de la Patria. Antes bien, salía a refutar el error con su pluma y su palabra. Palabras proféticas que al día de hoy parecen escritas para el hombre actual.

Todas las virtudes de los Santos se conjugaban en él: hombre alegre que supo disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, aún en las adversidades más terribles; amigo de sus amigos; respetuoso y compasivo con quienes estaban en el error sin dejar por ello de señalarlo; amante fervoroso de Dios, la Patria y su familia; inspirador de generaciones de pilotos y miembros de las FF.AA., al punto de que -como ya es sabido- ha sido reconocido en la guerra de Malvinas como el mentor de los valerosos pilotos que entraron en combate (y esto reconocido por los mismos ingleses): “El factor Genta”.

El enemigo sabía muy bien que tenia que acallarlo pues era un peligro para sus planes apátridas y revolucionarios. Y así cuidadosamente lo siguieron durante meses, lo amenazaron telefónicamente y estudiaron sus movimientos.

No obstante Jordán permanecía fiel a la Verdad y al testimonio. Por eso bien puede decir su epitafio a la manera de San Pablo: “He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he preservado la fe”.

Y así la mañana del domingo de Cristo Rey, aquel 27 de octubre de 1974, cuando Jordán se disponía para ir a la Santa Misa, once arteros balazos cruzaron su cuerpo en la puerta de su domicilio. Él sólo atinó a hacerse la señal de la Cruz que quedó inconclusa y cayó “sobre el asfalto y el lirio”, en palabras de mi abuela.

PLEGARIAS ATENDIDAS

Filosofar es aprender a morir, repetía incansablemente mi abuelo, junto con Platón. Y también le pedía a Dios que si la muerte le llegase de manera violenta lo librase de la tortura y le regalase una muerte limpia.

Sus plegarias fueron escuchadas porque aquella mañana el Cielo se vistió de fiesta para recibir a un gran mártir de Dios y la Patria.

Quizás lo esperaba San Pedro con una palma de olivo, quizás conversó con Sócrates, Platón, Aristóteles; y se encontró con sus amados San Agustín, Santo Tomás y todos los santos y mártires del Cielo.

Los que quedamos en este Valle de Lágrimas lloramos su muerte. Vivamos al paso de su féretro ¡PRESENTE!

Y ahora me dirijo no al mártir, ni al filósofo, sino al abuelo que Dios quiso concederme con su gracia.

Querido abuelo: No fue fácil para nosotros, tu familia cercana, dejarte partir. Porque más allá del honor de tener en nuestras venas tu sangre martirial y, que nos llena de orgullo, el dolor humano de la partida es inevitable.

Yo nunca jugué con vos (y si lo hice poco me acuerdo), ni te puse un apodo cariñoso, ni hice nada de lo que los nietos hacen con sus abuelos.

De todos modos, sé que tengo el mejor premio de todos: tu ejemplo.

Pueden reír los personeros del odio que te asesinaron, pueden creer ilusamente que te acallaron (todo lo contrario, ya que tras tu muerte tu voz resonó más que nunca y resuena aun hoy, cincuenta años después).

En lo personal he perdonado a quienes apretaron el gatillo, y eso fue mérito de mi difunta madre. A ellos les deseo una sincera conversión.
Las víctimas del terrorismo no hemos guardado rencor ni albergado odios irracionales. Queremos una Patria que sea el reflejo de la Patria Celeste, aquella que soñaron nuestros mártires como Sacheri, Genta y tantos más.

Por ellos, hoy, como nunca, levantemos la antorcha, hagamos relucir el celemín, libremos el buen combate. Porque, aunque nosotros no lo veamos, algún día volverá a reír la primavera. * La autora es nieta de Jordán Bruno Genta, filósofo católico y una de las máximas expresiones del nacionalismo católico en nuestro país, asesinado hace cincuenta años, el 27 de octubre de 1974, por un comando desprendido del llamado Ejército Revolucionario del Pueblo.