MARIO CAPONNETTO, REFERENTE MAXIMO DEL NACIONALISMO CATOLICO, ANALIZA LA DECADENCIA ARGENTINA
Entre la anomia y el despotismo
POR NICOLAS KASANZEW
El nacionalismo católico argentino ha tenido excelsos exponentes en pensadores de la talla de Leonardo Castellani, Julio Meinvielle y Jordán Bruno Genta, este último asesinado por la guerrilla marxista en 1974. Tuve el privilegio de ser un alumno de Genta en la cátedra privada de filosofía que dictaba en su casa de la calle Céspedes en Buenos Aires, y allí conocí a quien sería su yerno y sucesor intelectual: Mario Caponnetto; filósofo, médico y militar. Exponente máximo del nacionalismo argentino verdadero, tradicional y contrarrevolucionario, ese que nada tiene que ver con el chauvinismo, ni el racismo, ni el fascismo, ni el populismo, ni la izquierda. Hace unos días tuve el gusto y el honor de entrevistarlo en su morada de Mar del Plata.
-Mario, en esas clases de filosofía que tuve el privilegio de atender con el profesor Jordán Bruno Genta, los lunes él hablaba puramente de filosofía, y los jueves hacía algo que me apasionaba. Abría el diario La Nación y nos comentaba las noticias del día desde el punto de vista del filósofo, mostrándonos profundidades insospechadas hasta ese momento. Me gustaría que hicieras lo mismo, imaginariamente, con el diario de hoy, analizando lo que está pasando en la Argentina actual, desde una mirada filosófica. Vos, que sos el patriarca del nacionalismo católico argentino.
-Muchas gracias por tus palabras, pero no soy ningun patriarca.
-No lo dije por la edad, je.
-Trato de ser un discípulo fiel de mi suegro, mi maestro. Muy bien definiste vos la manera como hacía Genta. El tomaba el diario del día y de esa noticia subía, filosóficamente, y después volvía otra vez a la noticia. Si yo tuviera que hacer algo parecido, diría que hoy la Argentina está en una situación que podríamos definir como oscilación, entre la anomia por un lado, anomia de un nivel del cual yo no tengo memoria en mi larga vida, y por otro lado, el despotismo. El despotismo de una persona que en su psicopatología y su perversidad moral se ha convertido en el árbitro de la Argentina: Cristina Kirchner. ¿Qué reflexión puedo hacer? Lo dice Dante Alighieri en uno de sus textos: "La confusión fue siempre el principio de la ruina de las ciudades". Y yo creo que desde hace mucho tiempo la Argentina vive una enorme confusión intelectual y moral. Estamos en una confusion de las ideas. Falta claridad. Aquellos que tienen claridad de ideas, no tienen suficiente volumen de voz, o no los dejan tener, como para que estas ideas claras puedan iluminar lo que los griegos llamaban la polis y los romanos la civitas. Confusión que lamentablemente abarca incluso a aquellos que por su propio oficio o misión deberían ser los encargados justamente de clarificar las ideas y de discernir donde está la verdad y donde el error. Vivimos en ese estado de confusión estructural, y esto nos ha llevado a la desintegración de la polis, a la desintegración de lo que sería, hablando en términos modernos, de la sociedad.
HARTAZGO
-Pero el hartazgo, justamente ante esa confusión y ante quienes la provocan, que se observa en la sociedad argentina, ¿no es una luz de esperanza? Ese hartazgo ¿no puede obligar a que se tenga que barajar y dar de nuevo?
-El hartazgo, como diría mi querido Santo Tomás de Aquino, es una pasión y puede, potencialmente ser algo positivo, en la medida en que ese hartazgo movilice suficientes fuerzas para hacer surgir un movimiento capaz de regenerar a la Argentina. Pero el hartazgo también puede ser destructivo. Y es lo que estamos viendo hasta ahora, El hartazgo, como pasión, como emoción, es en sí ambivalente. Si es bien encauzado, ese hartazgo puede ser el principio de una restauración de la Argentina. Pero si sigue por el camino del resentimiento social, del caos social, podemos correr el riesgo de terminar como Chile, o como Colombia.
-Y en una anarquía.
-Una anarquía. Fijate en el proceso de Colombia, que es muy interesante y no se le ha dado la importancia que tiene. Este señor que ha sido electo presidente, este Petro, ex guerrillero, un intelectual, es un hombre que está adscripto totalmente al pensamiento de Antonio Negri, filósofo italiano, que ha superado las ideas de Gramsci sobre la guerra cultural. Negri habla de la guerra social, la guerra del hartazgo, habla de movilizar multitudes. Incluso el libro fundamental, capital de Negri, se llama Multitud. Petro, que estudió con Negri en Italia, que se formó en la Universidad Católica de Lovaina, es comunista y católico al mismo tiempo, cosa que en nuestra desdichada Latinoamerica no llama demasiado la atención. Con gran inteligencia y gran visión estratégica -yo lo he venido siguiendo bastante de cerca-, Petro movilizó, capitalizó el hartazgo de la sociedad colombiana y llegó a la presidencia. No se que va a a pasar ahora, pero no cabe augurar nada bueno.
LOS LIBERALES
-La confusión en la Argentina también abarca -y especialmente- el tema económico. ¿Cómo es esto de que los liberales son los dueños de la libertad?
-Esa es otra confusión. Suponer que el liberalismo defiende la libertad. O que el liberalismo es garantía de libertad económica. Eso no es cierto.
-¿Por qué?
-En primer lugar, porque el liberalismo, si lo tomamos en un sentido lato, reposa todo él, en un fenomenal error acerca de la libertad del hombre. Porque no es una libertad entendida en el sentido de una propiedad fundamental del ser humano, en órden a su perfección, sino una libertad que no tiene absolutamente ningún contenido. Genta siempre nos enseñaba una cosa, que él tomaba de Aristóteles, aunque no está textualmente en la obra de este. Genta lo resumía así: La libertad es la preferencia reflexiva de lo mejor. En esta breve síntesis está todo el tema de la libertad. Preferencia, ¿por qué? Porque es algo que surge entrañablemente, es una inclinación. Reflexiva, ¿por qué? Porque la razón canaliza o informa esa tendencia de la voluntad. Y lo mejor, porque la libertad siempre tiene un objeto que debe ser el bien.
-¿Puede haber una economía de la libertad fuera del liberalismo?
-Yo creo que si.
-¿De qué manera?
-En primer lugar promoviendo la propiedad privada, después promoviendo la libertad de empresa, después promoviendo todo lo que significa el aparato productivo del país. Eso no tiene porqué ser necesariamente liberal. Hay toda una doctrina de la Iglesia, de León XIII hasta ahora, que promueve la libertad económica sin necesidad de apelar al liberalismo. La diferencia es grande y estriba en esto: en la perspectiva de la doctrina social católica, es decir en la tradicional, el Estado juega el rol de gerenciar el bien común, no de dirigir la economía. El Estado no tiene que fabricar sombreros. Aunque parezca mentira, alguna vez hubo una fábrica estatal de sombreros.
-Y de caramelos.
-Sí. Y no es lo que el Estado debe hacer, sino gerenciar el bien común. En cambio, para el liberalismo, el Estado debe estar ausente. La economía tiene que ser una actividad regida por la libertad humana, pero debe tener un objeto, y ese objeto no puede ser otro que producir bienes necesarios para una suficiencia de la vida humana. Y el liberalismo carece de esa perspectiva finalista, sólo está en el juego de las finanzas del mercado. Yo creo que estamos cediendo indebidamente el terreno de la economía al liberalismo. Al nacionalismo se lo ha acusado muchas veces de estatista. En el reproche hay algo de cierto, porque el nacionalismo argentino como doctrina política ha tenido distintas variantes y vertientes. Existió, sobre todo, el innegable influjo producido por el fascismo, no así por el nazismo. El nazismo nunca tuvo ninguna influencia sobre nuestro nacionalismo, pero el fascismo sí, cosa que me parece negativa. Creo que no hubiera podido vivir ni diez minutos bajo el régimen de Mussolini, por más que reconozco que hizo algunas cosas buenas. Ese influjo estatista a Mussolini le venía más bien por el lado de Pareto y Gentile. El mejor nacionalismo, el que se nutre de la tradición católica, de la doctrina social de la Iglesia, de la concepción aristotélico-tomista, para nada es estatista.
DESVIADOS
-Como decía Tito Livio, el Estado se debe ocupar solamente de guerra, justicia y caminos. Hablando de nacionalismo, hemos observado a lo largo de las décadas la tendencia del nacionalismo argentino de desviarse hacia la izquierda, desde la década de los "60 e inclusive pasando por líderes militares nacionalistas: Rico abrazado a Cristina Kirchner, Seineldín elogiando a Fidel Castro y a Nestor Kirchner, ¿Por qué ocurre esto?
-Por la confusión de las ideas, siempre estamos en lo mismo. Pero además hay un hecho importante, Nicolás, que es el siguiente. Hasta el año 1955 el comunismo tuvo a nivel nacional -lo cual respondía a una estrategia internacional- la política de estar siempre del lado de los así llamados partidos liberales y democráticos. Eso se vio muy bien, por ejemplo, en la famosa Unión Democrática, que el partido comunista integró, en la época en que Perón sale electo presidente. Y eso siguió. En la Revolución Libertadora hubo grandes sectores socialistas y de izquierda, incluidos comunistas.
-Inclusive el partido comunista apoyó a Videla.
-Exactamente. Eso como un resabio de aquella vieja táctica del comunismo. Pero después de 1955, ciñéndonos al tema local, aparece una figura, para mí muy importante, que fue Rodolfo Puiggrós. El tiene un libro, en cuyo prólogo dice exactamente esto: Nos hemos equivocado, hemos estado aliados a la burguesía y a los partidos democráticos, es hora de que el marxismo asuma un rol nacionalista. Ahí surge eso que se conoce como nacionalismo de izquierda.
-O sea que la izquierda se propuso ensillar al nacionalismo.
-Precisamente, ensillar. Cambió su discurso prodemocrático por un discurso nacionalista.
El recuerdo de Lis
-Mario, yo te conocí siendo muy jóven, tu novia era Lis Genta, hija del profesor Jordán Bruno Genta. A todos nos duele que haya partido. Quisiera que me trazaras una semblanza de ella, como figura del nacionalismo argentino.
-Me resulta muy difícil. Se llamaba Maria Lilia, pero siempre le dijimos Lis. Es que nació el día de San Luis, Rey de Francia, la flor de lis era el emblema de la monarquía y mi suegra, que era muy dada a esas cosas, le puso Lis de apodo. Lis había heredado de su padre no solamente ideas, sino también una esperanza inasequible al desaliento. Cuando ella murió Agustín de Beitia y Jorge Martínez hicieron una nota muy hermosa en el diario La Prensa con un título que la define toda a Lis: ÇLa mujer de la esperanza inquebrantableÈ. Siempre, hasta el último momento tuvo esperanza. Ella luchaba y peleaba donde podía. Su arma predilecta eran las cartas. Nunca quiso escribir un libro. Esas cartas, que podían ser de cualquier tema y dirigidas a cualquier público, siempre propugnaban la esperanza. Lo cual no es mi característica.
-¿No sos inasequible al desaliento, mirando el futuro de la Argentina?
-Sí y no. Inasequible al desaliento en el sentido de que mientras Dios me de vida, seguiré dando la batalla que pueda dar. Si me llaman para dar una charla, me piden un prólogo, o un escrito, lo hago. También hago cosas por iniciativa propia. Pero que esta lucha pueda tener un resultado positivo, al menos en lo inmediato, lo dudo mucho.
-Pero Mario, ¿no pensás que el orden natural finalmente se impone? La antropofagia se terminó cuando un día llegó el hombre blanco con su carabina.
-Sí, pero no creo que yo lo alcance a ver. Hace falta realmente un milagro para salvar a la Argentina.
-Ojalá ocurra entonces. Gracias, Mario.