El rincón de los sensatos

Entre el hechizo artístico y el ocultamiento

El arte es indiferente a la verdad científica. Una obra puede estar inspirada en un hecho político y la manipulación libre que el artista hace de él no le agrega ni le quita valor estético. En la ópera rock Evita, por ejemplo, Lloyd Weber se toma la licencia de introducir un personaje totalmente ajeno a los hechos históricos (el Che Guevara) sin afectar la calidad estética del musical. Aristóteles ya lo había advertido al afirmar que la poesía (el arte) se ocupa de lo universal, de lo que podría ser; mientras es la historia (la ciencia) la encargada de lo particular, de lo que efectivamente sucedió.

Ahora bien, que el fin sea estético no excluye que la obra de arte sirva como instrumento político de propaganda. Tan es así que Platón, el maestro y contemporáneo de Aristóteles, en su convicción de que la poesía era una deformación de la realidad, era partidario de la censura estatal de los poetas. Actividad, ésta, en la cual él mismo fracasó y en la que los tiranos José Stalin, Fidel Castro, Lenin y Adolfo Hitler fueron consumados expertos.­

La película Argentina 1985 es un típico caso en el que la discusión entre los dos grandes filósofos citados adquiere vigencia. Ello porque, por lo menos para los argentinos, tiene un doble interés: el estético y el político.

 

El primero, bienvenido sea y que el deleite personal sea el que dirima. El segundo, en cambio, debería actuar como disparador del debate de los especialistas y del público en general. Ni censura, ni amordazamiento, sin importar lo que se piense que sucedió en la cruenta década del '70.

 

Argentina 1985 no es un documental histórico, pero ejerce como tal. En ese rumbo lo primero que choca en la película, cuyo tema principal es un juicio penal, es la ausencia olímpica de los argumentos de la defensa. Todo el protagonismo es para los fiscales y sus ayudantes. Son los únicos que tienen palabra y la usan siempre para afianzar el relato (falso) de la izquierda y el kirchnerismo que sostiene que en la Argentina hubo un genocidio y no una guerra. También el fallo de los jueces es omitido. El cuál, apenas en el tercer párrafo, dice: ``Se ha examinado la situación preexistente a marzo de 1976, signada por la presencia en la República del fenómeno del terrorismo que, por su extensión, grado de ofensividad e intensidad, fue caracterizado como guerra revolucionaria''. (Es decir, fue una guerra y no un genocidio).

Por otro lado, no se dice que el fiscal Strassera y los seis jueces del tribunal fueron funcionarios de la dictadura genocida y que eran los primeros en enterarse de las desapariciones de personas. A ellos primero acudían los familiares a hacer las denuncias (después, a los políticos y a los miembros de la iglesia). Tampoco podían ignorar la presión internacional al respecto.

Prueba del uso político de Argentina 1985 es la orden de asistir a su exhibición que el ministro de Defensa, Jorge Taiana, impartió a los oficiales de las Fuerzas Armadas. No hubiera estado demás si, en dicho acto, Taiana hubiera pedido perdón a los presentes por los asesinatos de militares que la banda criminal que integraba perpetró (Montoneros). Después, que les dé a los militares y policías todas las lecciones de moral y derechos humanos que quiera.­

 

Argentina 1985 debe ser una gran película para los que pueden desentenderse de lo cotidiano y encantarse con la belleza moral del cine. No es mi caso. Su hechizo no es más fuerte que el saber que miles de policías y militares argentinos son perseguidos y encarcelados injustamente por librarnos de una dictadura comunista.­