EL RINCON DEL HISTORIADOR

En la mesa del general Roca

El miércoles pasado se cumplió el 181 aniversario del nacimiento del general Julio Argentino Roca y el 60 aniversario de la inauguración del Museo que recuerda a tan destacada figura de nuestra historia. La residencia que fuera propiedad y donara para ese fin el destacado médico y diplomático José Arce, que tuvo verdadera pasión por la figura del dos veces presidente argentino, esa tarde fue el escenario para una celebración: la presentación del libro Roca del Dr. Miguel Ángel De Marco.

La biografía de más de 400 páginas, con un valioso aporte documental y pluma ágil, destaca la figura del general, el constructor de un país que deslumbró al mundo en los albores del siglo pasado.

Roca fue hombre de buen comer, y resultan interesantes algunas referencias más allá del trillado tema del revuelto gramajo atribuido a su ayudante el coronel Artemio Gramajo. Aunque también pasó de muchacho sus penurias como lo señala el autor en el Colegio de Concepción del Uruguay, en habitaciones “invadidas por una legión del pulgas y chinches, con techos que se llueven tanto que los chicos terminan durmiendo en el piso al reparo de algún rincón sin goteras. Los alumnos carecían de tenedores y los alimentos no sólo eran magros sino en ocasiones incomibles”.

EL ZORRO

Aquel muchacho apodado por sus condiscípulos El Zorro por sus correrías, dice De Marco, para mitigar las hambrunas “solía organizar incursiones por los gallineros del vecindario para suplir con un alimento sustancioso el magro caldo que se servía con frecuencia”.

En una carta que le envió en mayo de 1894 su amigo y ex ministro Eduardo Wilde en momentos políticos preocupantes le decía: “Mañana come Mont con nosotros y contigo. No faltes -eres la gran atracción-. No todos los días, ni todas las personas pueden ofrecer a sus invitados una presunta víctima de todos los atentados, candidato perpetuo a ser asesinado, dinamitado, bombeado y cuchareado en nuestra gratitud popular metropolitana y argentina. En mi mesa no se usan las cucharas para fabricar bombas, sino para servir sopa… Se necesita valor para invitarlo a comer por todas las anarquías que pasamos”.

El mismo corresponsal, siendo Roca presidente en setiembre de 1899 lo invitaba a su mesa con esta esquela: “Tengo un pavo espléndido. Te invito a comer una centésima parte de él esta noche, comerás por lo tanto un kilo de pechuga y dos de ala. Hasta luego”. Poco después Roca, retribuía la invitación con este menú bien de nuestra cocina: “Puchero de gallina. Tortilla. Huevo. Ternera asada. Ensalada de chauchas. Fiambre”.

Cuando viajó a Europa en agosto de 1905, le pedía a su mayordomo Gumersindo García le advirtiera al coronel Gramajo el viaje en ese vapor que se había perdido: “era un comer de ravioles, macaronis, frituras, rociado todo con vino Chianti exquisito, que no hay pasajero que no haya bajado con dos kilos de más”.

En esa misma carta hacía referencia a “la jaula modelo en que vinieron los pollos”. Dos meses después en París estaba “cansado de hoteles y de la manera hábil e implacable de cómo se explota al extranjero por estos mundos. Hay que pagar hasta el aire que se respira”. Y agregaba: “Como poco y comida sana, camino mucho”, a la vez que “desde que dejé Buenos Aires ni necesito los sellos para el estómago”. Lo acompañaba Gramajo, quien hacía “el milagro de vivir en París comiendo bien sin gastar un céntimo”.

En marzo de 1906 estaba en Niza donde se encontraba con buena salud y agregaba: “Todas mis hijas están buenas y sanas. Lo único que les falta es un poco de grasa. Mi hermana Agustina se encuentra un poco mejorada, lo mismo que su hija Clara. De aquí vamos mañana a Viena por unos pocos días, y en seguida ellas se irán a un sanatorio en Kissingen unas para engordar y otras para enflaquecer”. Un mes después le agradecía a Gumersindo un dulce muy rico que le había recibido en buen estado.

Desde Río de Janeiro -ya en camino de regreso a Buenos Aires en marzo de 1907- envió un cajón de naranjas de Bahía, otro de dulces y unos ananás, que le encargaba al fiel asistente distribuyera una pequeña parte para Gramajo el resto entre sus hijas María y Agustina, a quien llama por su apodo de La Gringa.

PAVOS Y FAISANES

Ya en su establecimiento La Larga avisaba que enviaba a su casa de Buenos Aires, por medio del guarda del ferrocarril que se encargaba de esos menesteres, una canasta con tres pavos y seis faisanes. Indicaba: “El pavo más grande que va con un papelito entre las patas, se lo lleva al señor Láinez a la imprenta de El Diario, donde está siempre de las 9 de la mañana en adelante porque él madruga como nosotros. Le lleva las tres piezas, es decir el pavo y los faisanes en una bandeja, diciéndole que han sido muertos hoy”. En cuanto al resto de las aves estaban destinadas a su hija Elisa.

Desde el mismo campo, recibía noticias de la familia. Enterado que su hermana Agustina había estado en Lourdes unos pocos días y adelgazado cinco kilos, se preguntaba socarronamente: “tal ha sido la impresión que le causaron esos santos lugares”.

Lamentaba no enviarles pollos porque eran chicos todavía, pero si les ofrecía huevos de campo si le devolvían el cajón en que los remitía. A otra hija, Maríam le enviaba unos pejerreyes que esperaba estuvieran en buen estado después del viaje. En noviembre de 1909 agradecía los limones y las naranjas que le habían enviado de Buenos Aires, y junto con ello enviaba un cajón de huevos para repartir entre María y La Gringa.

Aún desde París en 1910 se preocupaba por la buena alimentación y encargaba que todos los productos comestibles que llegaran de la estancia, debían repartirse entre las tres casas de sus hijas.

Desde Montecarlo en 1911, repetía como otras tantas veces que la vida de hotel era horrible e insoportable y pensaba que podía vivir cuidándose una década más, para ello elogiaba a Margarita la cocinera de la calle San Martín, afamada por sus platos “buenos y sencillos”.

Cuando fue enviado por el presidente Roque Sáenz Peña como embajador extraordinario al Brasil en 1911, desde Río de Janeiro envió a Buenos Aires cuatro gallos de raza, tres de una y otro de otra, para que los remitiera a La Larga para las gallinas de cría. En aquella oportunidad debió recordar el banquete que le ofreció la Municipalidad de ese distrito federal en 1899 cuando la visita oficial a Campos Salles.

No fueron pocos los banquetes que presidió Roca a lo largo de sus dos presidencias, uno de los más significativos es el servido en 29 de mayo de 1903 en el Jockey Club en honor del ministro plenipotenciario de Chile don Carlos Concha Subercaseaux del que participaron además otros cuatro presidentes: Bartolomé Mitre, Carlos Pellegrini y José Evaristo Uriburu y Jorge Montt de Chile.