El escritor y humorista estadounidense Mark Twain afirmaba con ironía que "es más fácil engañar a la gente, que convencerlos de que han sido engañados''. ¡Cuánta verdad! El que tuvo la experiencia de ser engañado (¿y quién no la tuvo?) sabe que se trata de una sensación displacentera en las que se mezcla la ira, el orgullo herido y la culpa ¿Cómo no me di cuenta antes? Ser engañado nos hace sentir ingenuos y tontos.
No es novedad que los grandes medios, muchas instituciones y varios de los gobiernos del mundo están pasando por una gran crisis de credibilidad. A esto se suma un relativismo devastador que pone la verdad como una propiedad privada, compartimentada, exclusiva y no compartible. Además, sabemos que cuando nos someten a ciertas presiones los sentimientos ejercen una gran influencia en nuestras decisiones, aunque no lo reconozcamos conscientemente. Cuando se meten con nuestra salud, economía o libertad pueden surgirnos reacciones irracionales.
La fuerte penetración de los medios de comunicación con el mensaje monotemático del coronavirus que soportamos desde hace un año y medio, el discurso político, la condena social y los relatos,
BURBUJAS
En el reinado de la posverdad la evidencia de la realidad no cuenta, por lo tanto, como nada es comprobable, todo es igualmente mentira, o verdad, como cada uno lo sienta. Cuando todo es igual, nada es mejor. El criterio que rige la veracidad de cada afirmación es lo que más le conviene al usuario.
Desde la masificación de la información digitalizada, los modos de acceso al conocimiento cambiaron. No solo en sus vías, sino -sobre todo- a la variedad de lo recibido. Al enfrentarse al diario papel, el lector recoge información sobre lo que le interesa junto a otra cantidad de noticias que no eran de su interés, pero ahí están, delante de su vista, y sin quererlo le llegan.
Ciertamente, la navegación en la web, teóricamente, nos pone al mundo por delante en un tiempo record. Tenemos todo a disposición, pero en la sobreabundancia, solo nos dirigimos a lo que nos interesa y nos confirma lo que pensamos. Tanta información disponible, en lugar de abrir mentes las fue cerrando.
Ni que hablar de las redes sociales en la que los algoritmos mandan y presentan al lector una y otra vez lo que supone que más le interesa. En estos extensos meses de encierro y semiencierro, separados por barreras físicas- sin contacto personal, sin visitas, ni reuniones- q
Antoine de Saint Exupery y su memorable Principito nos recuerdan la avidez por conocer, propia de la infancia: "El Principito no renunciaba nunca a una pregunta, una vez que la había formulado''.
ANIMARSE
Este mensaje va para espíritus inquietos, para los que no se conforman con la información elaborada para ser deglutida sin masticar. Podemos encontrar muchos datos, pistas e información disponible y de fácil acceso en la red. Es solo querer salir de la burbuja y tomarse el trabajo de investigar. La salud está en juego.
Va un ejemplo: según el sitio web Worldometer (
Más allá de la credibilidad que puedan concitar estos datos estadísticos, se reconoce en casi todos los medios que, por esta causa, han muerto algo más de cuatro millones de personas en el mundo. Cada muerte es una tragedia.
¿Eso es lo que paró el mundo y nos obliga a vivir una
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