En busca de John Maynard Keynes

¿Quién fue en verdad el economista que muchos ven como un Mesías para momentos de crisis? Su gran crítica a la economía clásica fue la coartada perfecta para que los políticos puedan aumentar el gasto público sin pensar en las consecuencias. Lo curioso es que al final de su vida, Keynes se había arrepentido.

POR WALTER MOLANO (*)

¿Quién fue John Maynard Keynes? Más de seis decenios después de su muerte, es una de las figuras más discutidas de nuestro tiempo, que alimenta un profundo debate sobre el futuro de la economía mundial. El comienzo del siglo XXI había puesto en entredicho al panteón de intelectuales que modeló el siglo anterior, Darwin, Marx y Freud. Empero, se discuten muy poco los motivos y las características de este economista de modales suaves que en los últimos tiempos adquirió proporciones mesiánicas.

Si escuchamos y leemos los comentarios de expertos contemporáneos, como Larry Summers o Paul Krugman, las obras de Keynes aparecen citadas por capítulo y versículo, como si fueran una especie de texto divino. Es verdad que Keynes fue brillante.

Nacido en una familia de académicos, se crió en Cambridge, estudió en Eton y volvió a para completar su carrera universitaria a la ciudad en la que nació. Fue un intelectual que cambió la moral y las normas académicas de su era. Miembro activo del Grupo de Bloombsbury, coqueteó abiertamente con estilos de vida alternativos. También cuestionó los principios del capitalismo clásico, y desechó los escritos de Marx.

Podríamos decir que fue un hombre del Renacimiento, ya que se midió en el arte, la literatura, la política y la economía, o podríamos calificarlo de dilettante, ya que probó y fracasó en todo. Por ejemplo, aprovechó la burbuja del crédito de los años veinte y amasó una pequeña fortuna. Sin embargo, desoyó muchas de las preocupaciones que se acumulaban debajo de la superficie y perdió el 75% de su patrimonio en el derrumbe del mercado de valores. Por eso, hacer que el destino de la economía mundial dependa de las obras de una persona que lo dilapidó todo durante la última corrección importante parece un poco arriesgado, en el mejor de los casos.

EL MITO HUMANIZADO

Las limitaciones y los defectos de Keynes lo ubican bajo una luz más humana. Era mortal como todos nosotros, y por lo tanto sus obras no deberían aceptarse como si fueran tablas recibidas de las alturas. Deberían ser inspeccionadas y criticadas a partir de sus méritos y limitaciones.

El grueso de sus teorías quedaron expresadas en su opus magnus, la Teorgía General del Empleo, el Interés y el Dinero. Allí impugnó el punto central del pensamiento clásico, según el cual la oferta crea su propia demanda.

También denominada ley de Say, postulaba que los salarios y precios se ajustan para arriba o para abajo según las condiciones de la oferta. Era una justificación de las oscilaciones del ciclo económico, que incluyen episodios de deflación y recesión. Keynes refutó la ley de Say al mostrar que los precios eran lentos para ajustarse, en especial cuando tenían que bajar.

De hecho sostuvo que era la demanda, y no la oferta, la principal variable para determinar el nivel de la actividad económica. Por lo tanto, ello justificaba el papel del Estado en sostener la demanda y devolver el pleno empleo a la economía.

Ese multiplicador está en el núcleo de su teoría, siempre que los aumentos en el gasto público tengan un efecto sobre la demanda agregada que acelere el nivel de actividad económica. Por supuesto, como todos los teoremas económicos, su modelo estaba repleto de suposiciones, como la de que no tendría que haber cambios en los impuestos.

Sin embargo, ¿cómo podría aumentar el Estado el nivel de gasto y del endeudamiento sin tener que preocuparse por el reembolso? Al final, Keynes no estaba tan convencido de sus teorías.

La evidencia de los años treinta mostró que las políticas fiscales expansionistas hicieron poco por mitigar la Gran Depresión, que culminó con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, cuando una amplia franja de producción mundial quedó totalmente destruida, lo que condujo a una caída en la oferta agregada. En otras palabras, la ley de Say era correcta. Frustrado, Keynes le dijo a Henry Clay, asesor del Banco de Inglaterra, que quería modificar la Teoría General luego de la Conferencia de Bretton Woods. Lamentablemente, sucumbió a un infarto en 1946.

John Maynard Keynes era una persona llamativa, excéntrica, innovadora. Colaboró con el desarrollo del arte y la economía, pero sus recomendaciones políticas fueron la realización de los sueños más osados de cualquier político. Sus propuestas de gasto fiscal dispendioso, sin la preocupación de tener que recuperarlo, son la razón de que los políticos traten sus palabras como si fueran la Escritura. También explica por qué lo citan religiosamente los economistas que, como Summers o Krugman, quieren estar siempren cerca de la política oficial.

Pero los hechos hablan por sí solos. La semana pasada, el presidente Obama se jactó de que los 85.000 millones de dólares gastados en el rescate de la industria automotriz norteamericana se justificaban por la creación de 55.000 nuevos puestos de trabajo. Sin embargo, eso significa que el gobierno norteamericano gastó 1,5 millón de dólares por cada puesto de trabajo de bajo salario. Lamentablemente, también confirma que el multiplicador fue un decimal muy pequeño. Si Keynes tuvo razón en algo fue en su último deseo de buscar un nuevo modelo económico. Es evidente que el keynesianismo nunca funcionó, ni funcionará.

* Economista de BCP Securities.