De esto se habla hoy

El volar es para los pájaros (y el sexo, el de la naturaleza)

El volar es para los pájaros, es el título de una película de Robert Altman, de corte surrealista en la cual su protagonista se desvela por remontar vuelo, soñando el mismo sueño imposible que perdió a Simón el Mago y a Icaro.

Hoy, esa utopía yace bajo tierra. La humanidad ha aceptado que no puede volar y que, si hay algo incontrovertible, es la naturaleza. Sin embargo, en nuestro país, una ley autoriza a contrariarla. ­

En efecto, desde 2012 a esta parte, la ley 26473 permite que una persona que se perciba como mujer siendo hombre - o como hombre siendo mujer - asuma una identidad falsa. ­

Su artículo 3 autoriza a toda persona a "...solicitar la rectificación registral del sexo y el cambio de nombre de pila e imagen, cuando no coincidan con su identidad de género autopercibida''. 

El Registro Nacional de las Personas queda obligado a proceder a esa rectificación. Es decir que otorga al interesado una identidad falsa, pues no se trata en esta norma de casos de intersexualidad -que se dan cuando persona nace con características de ambos sexos- sino, simplemente, de que el solicitante se perciba de otro sexo, aunque ello sea totalmente contrario a lo real.­

Semejante dislate parece salido del Ministerio de la Verdad que imaginara Orwell, que la establecía de modo oficial por ajena que fuera a la verdad verdadera.  En la novela en la que ello sucedía, 1984, se relataba la vida bajo un estado totalitario. Nuestro país, no lo es. Aún. Pero leyes como trazan el camino que hacia él nos lleva.

No es ajena a ese rumbo la oficialización -en múltiples reparticiones- del lenguaje inclusivo que, destroza el idioma y empobrece el razonar (de paso pregunto, los dentistas y oculistas de sexo masculino ¿deberán ser en lo sucesivo dentistos y oculistos?. Por ahora, mi computadora no lo admite, porque subraya en rojo tan ridículos vocablos; más adelante, quién sabe).

La ley que comento -y la tontera de deformar el idioma- tienen algunos años, pero son de estricta actualidad. Forman parte del relato que sustituye la realidad por su versión oficial. Según la cual, las cosas no son como las vemos sino como se nos dice que son.

Semejante distorsión resulta insostenible a la luz de la propia conducta estatal, aún no enteramente carcomida. Si las personas pueden falsear su sexo -y el Estado tiene la obligación de aceptarlo- cuesta comprender que, por otra parte, su Código Penal castigue las falsificaciones de moneda, de instrumentos públicos o de marcas de comercio (cosa que hace en su Capítulo Delitos contra la fe pública). ­

 

El derecho es una creación de los seres humanos para regular su conducta. Y si está mal que una persona falsifique tales cosas, peor es que pueda falsificarse a sí misma. Aceptar las deformaciones del derecho y del idioma es aceptar que la realidad es la que oficialmente se establece.

La oposición debe tomar buena nota de estas anomalías. Y ya debería comprometerse a derogar las neonormas que alteran la verdad. Porque una sociedad que la ignora, va por muy mal camino.­