ENTREGARSE A LOS DELEITES MUNDANOS NO REMEDIA LAS CRUCES DE LA VIDA
El verdadero riesgo de “quemar etapas”
POR TOMÁS GONZÁLEZ PONDAL
“Estaba pensando en el fuego de la semana
pasada, en el hombre cuya biblioteca
liquidamos.”
Ray Bradbury
Si hay una novela en la que aparecen incendios esa es Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. En ella los bomberos tienen por misión quemar bibliotecas, pues no es bueno que la gente tenga libros. El escrito está ambientado en una época donde “nadie ya tiene tiempo para nadie”, y donde una chica de diecisiete años, Clarisse, nos muestra hasta qué punto se vive la desconexión con la realidad que le llega a decir al personaje principal, Montag: “apuesto a que sé algo más que usted desconoce. Por las mañanas la hierba está cubierta de rocío”. Hoy, algo se está quemando y no son precisamente los libros.
Una frase que habremos escuchado con harta frecuencia es esa que tiene que ver con la incineración de momentos de vida: “No quemes etapas”. Y así escuchamos que una persona se arrepiente de haber “quemado etapas”, otra que le aconseja a cierta amistad no quemarlas, otra que está feliz porque, según cuenta, ha podido vivir a sus anchas por los diversos deleites que los caminos existenciales le fueron presentando.
Comúnmente se identifica quemar etapas con el vivir cosas antes de tiempo o fuera del tiempo que se considera debido. Quemaría etapas quien, por la razón que fuere, acelera las cosas. La aplicación de la consideración incinerante puede ser muy peligrosa, y para muchos incluso deviene camaleónica.
El mundo llamará quemar etapas a no vivir momentos que para él deben vivirse. Y son miles de millones quienes compran el producto, creyendo que si no viven tal o cual cosa que todo el mundo hace en tal o cual época, entonces ha incurrido en la activación del fuego que consume. Para el mundo, por ejemplo, quemaría etapas el adolescente que no vive sus fin de semanas de baile en baile y que, en cambio, se ha dedicado a estudiar: “Pobre, tipo, dicen, cuando sea mayor se volcará con furia a eso que no vivió ahora”. Lo que tal estupidez no ha logrado aún explicar es por qué será que quienes al parecer no quemaron esa etapa viviendo como el mundo disponía, de grande continúan dándole al desenfreno con esforzada devoción. Para el mundo quemaría etapas quien se casa joven: “Oh, que tonta esa tipa, con veintidós años se ha casado. Ya se esclavizó, pronto querrá liberarse y abrirse al mundo”. Mas, comúnmente, son los que así piensan, que vivirán tan abiertos que el amor verdadero les será desconocido.
LOS VICIOS
Que haya quienes ya de grandes se desordenen luego de haber tenido una infancia y adolescencia que a todos les resultaron tranquilas, no tiene que ver con no haber hecho en esos períodos de tiempo lo que el mundo hacía, tiene que ver con una forma más cómoda en que se encuentra para amigarse con la rebelión, unido a una forma muy débil o defectuosa de haber mamado nociones que en principio lo contenían dentro de límites que impedían el desborde. Entonces, dicha persona mayor, se ve así con mayor libertad de decisión, encuentra deleite y siente seguridad en sus modos de conducirse con el mundo, da cabida a los reproches y cuestionamiento de pautas mentales que antes tenía por buenas, va justificando el vicio (primero algo veladamente y luego con desenfreno), se hace amigo de la tibieza, conciliador con las propuestas y modas del mundo. La tibieza no hace moderado y equilibrado a nadie, lo hace partícipe de lo mundano de un modo refinado.
Entre sus cuestionamientos, ese mayor atacará su pasado y lo acusará de hipócrita, sin advertir que en realidad ingresa en una hipocresía pintada de “amigable” al intentar inventarse un medio conciliador de extremos irreconciliables. Se llega a pensar que por haberse uno comportado en la infancia y adolescencia de modo contrario al mundo, ha quemado etapas. Premisa mortífera que solo justifica una máxima mundana. Pero, ¿qué hay detrás de eso?
CAPRICHOS
Se trata en varios casos de un aferrarse a una concepción de libertad caprichosa que cada vez se mostrará más dura para con los buenos principios a los que se mira ya con ojos desconfiados. A veces la solución es más simple de lo que parece, solo que la emoción negativa hacia lo pasado es más pertinaz de lo que también parece. Hacerse amigos del mundo en la siesta de la vida, al comenzar su tarde o cuando esta cae, no repara ningún pretérito momento que no se haya vivido por supuestamente habérselo quemado, sino que se quema vida que acelerará una lúgubre angustia existencial.
Hay quienes sin quererlo llevaron a otros a despreciar las cosas más hermosas, y hay de estos otros que queriéndolo terminaron de grandes repitiendo lo más despreciable de aquellos o marchando por caminos peores. Quienes no supieron dar buen alimento a tiempo pueden quemar etapas ajenas, y aquellos a quienes se les ha quemado indebidamente ciertas etapas, claro está que no son culpables de eso, mas sí pueden ser culpables de tomar revanchas improcedentes, así sea que esa revancha consista en quemar ahora nuevos tiempos por cuenta propia. Hay santos a los que algunos, notablemente, les arruinaron su vida, y ese arruinar es en un sentido, pues ellos supieron girar el timón de tal modo que de una ruina construyeron un castillo, un castillo de santidad; son quienes de los males que vinieron a quemarlos, lograron hacer bienes florecientes. Pienso por caso en Santa Mónica a la que su esposo maltrató durante años y años, y caso análogo el de Santa Rita de Casia, la que su hogar fue durante un tiempo un infierno, con un marido cruel.
Ambas esposas podrían haber despertado un odio notable por sus cónyuges, podrían haber dicho que “puesto que nos quemaron varias etapas de vida, ya es hora de la liberación, de entregarse a manos de algún otro hombre considerado y ser una mujer destacada por y para el mundo”. Por el contrario, ofrecieron la cruz por la conversión de los malvados, logrando no solo alcanzar la conversión de ellos sino una santidad bellísima. Sé que no faltará el flojo de entendederas que salga diciendo que aquí estoy aprobando los maltratos. Lejísimo de eso, y mil veces los condeno. Hablo del hecho consumado y de las formas de manejarse. La opción del deleite mundano como posible remedio a las cruces de la vida, no solo no es remedio sino que tan solo es una forma de quemarse vía elecciones personales.
EL GRAN PIROMANO
El mundo moderno es el gran quemador de etapas. El gran pirómano. El gran embaucador del fuego. Quema la mente de los niños y adolescentes mediante la televisión, tecnologías; se las quema a través de enseñanzas pestilentes como la ESI; mas, por supuesto, para dicho mundillo eso no sería quemar etapas. Mete nafta en el alma de los pequeños, de los jóvenes: le tira el fósforo encendido, le incendia así la vida, y aseguran, convencidos, de que eso es muy pero muy bueno, gozoso. Quema las mentes de los mayores al proponerles el vicio amoroso camuflado con la denominación divorcio, y van de etapa quemada a etapa quemada creyendo engañosamente que en realidad plantan bosques. Quema especialmente a la mujer al haberle inoculado la idea bien masónica de que debe liberarse del hogar, pues si queda allí se esclaviza. Pretende quemar la mente de todos destrozando lo natural y proponiendo lo contranatural como saludable agua, y ese fuego que encubre se lo conoce como ideología de género. Quema etapas quemando a los hombres en el grosero materialismo y el sensualismo, tornando al ser humano en alguien cada vez más egoísta y más individualista. Y, con todas sus fuerzas, apunta cañones quemadores contra la religión católica, a la que quiere someter y mundanizar.
No faltan eclesiásticos que en amigable sintonía con posiciones mundanales desean quemar tiempos pasados de la Iglesia y vienen a “pedir perdón”. Se los ve también gustosísimos en quemar cosas de la fe a las que han venido a considerar una vieja paja digna del fuego, pues ellos ya están madurísimos y han alcanzado una lucidícima conciencia de la mencionada virtud, y ahora se sienten capacitados para avanzar en lo que consideran nuevos pastos por ellos ideados.
El diseño de vida mundanal quema la realidad más crucial, más urgente, más decisiva, más impostergable, y pretende que la ignoremos; esa realidad es: hay que salvar el alma, y esa etapa involucra el comienzo de nuestra vida y todo el tiempo que corre hasta que nos despidamos de este mundo. La mente moderna se quema en incensarse a sí misma y hasta en buscar fútilmente un paraíso aquí abajo: la eterna juventud, o, quizá el otro disparate de mudarse a algún barrio intergaláctico del sistema solar, por caso, y si te da el bolsillo, para pagarte algún alquiler en Plutón. Los otros días el diario brindaba información sobre un tipo de noventa y dos años que parecía de cuarenta, y cuáles eran “los secretos”. Triste: estar al borde de la partida haciendo de la vida una dedicada escuela para contarle a la masa cómo lograr retrasar una arruga.
Lo que el mundo considera quemar etapas se mueve en un plano individualista que tiende a encerrarnos en nosotros mismos, conforme, básicamente, al disfrute o falta de disfrute, y en un plano de su estricta terrenalidad, que mira la aprobación o desaprobación de las pautas mundanas. Por el contrario, la consigna de Cristo al tiempo que es maravillosamente esclarecedora y equilibradora del psiquismo, es sobrenaturalmente lapidaria: “o estas conmigo o estás contra mí, quien no junta conmigo desparrama”. Entonces no soy yo relacionado conmigo mismo, sino que soy yo en mi vinculación al Corazón de Cristo.
EN RESUMEN
¿Cómo centrar todo lo dicho en breve? Quemamos etapas si nos volvemos amigos del pecado, y quien es experto en sugerir todo tipo de vías para alcanzar esa alianza amistosa se llama mundo. El vicio nos quema, funde nuestros días. Nótese lo siguiente. Del fuego que nos previene Jesús para que no nos quememos, es del fuego eterno: “si tú mano o tu pie te hace tropezar, córtalo y arrójalo lejos de ti. Más te vale entrar en la vida manco o cojo, que ser, con tus dos manos o tus dos pies, echado en el fuego eterno. Y si tu ojo te hace tropezar, sácalo y arrójalo lejos de ti. Más te vale entrar en la vida con un solo ojo, que ser, con tus dos ojos, arrojado en la gehena del fuego”. Y Su gran amigo y familiar, Juan el Bautista, siguiendo las enseñanzas del Espíritu Santo dice otro tanto: “el hacha está puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no hace buen fruto, es cortado y echado en el fuego”.
Guste o no guste, aceptemos o pataleemos, rebeldes o mansos, las opciones no son mundo opresor o mundo liberal (bajo los lineamientos de las etapas no quemadas propuestas por este), sino “el que no está conmigo está contra mí, y quien no junta conmigo, desparrama”.
Cristo no nos deprime con posibles pasados no vividos a la luz de lo que el mundo quería, sino que nos redime a la luz de lo que el mundo rechaza. Cristo no encapsula en una regresión, sino que pide la conversión radical.
Dejo así expuesto lo que considero la radical oposición entre lo que llamo vita fidei (vida de la fe) y vita mundi (vida del mundo).
En fin, la verdadera quema de etapas que debería asustarnos es el ir contra el amor de Dios. El verdadero quemador de etapas se llama pecado mortal. Su alcance es de tal magnitud que si la muerte sorprendiese a alguien en tal estado, se quemaría por siempre en una “etapa” que, ni más ni menos, abarcará la eternidad.