El sueño de Coubertin sigue vivo

 

El planeta le debe la extraordinaria fiesta de los Juegos Olímpicos al Barón de Coubertin. A Pierre Fredy de Coubertin, un parisino que nació el 1 de enero de 1863 y llegó a ser pedagogo, historiador y fundador de los JJ.OO. modernos. Un iluminado. A su capacidad para imaginar semejante gesta deportiva hay que agradecerle. El hombre pensó en el deporte como vector social, comunitario. Y como eje planetario que, incluso, en algunas ocasiones sirvió hasta para frenar guerras y para que, en definitiva, el mundo sea un poco mejor, al menos por un rato, cada cuatro años, durante tres semanas.

Pero también la zanahoria de los Juegos ayuda durante el largo tiempo en el que los atletas se entrenan a oscuras. Esos restantes tres años, once meses y una semana del cuatrienio. El famoso período olímpico. El espacio que transcurre entre una contienda y otra. Al cabo, es allí -toda la vida menos lo que dura la competencia en sí-, cuando los deportistas trabajan hora a hora, día a día, soñando con llegar a la cancha, el tapiz, la pista de atletismo o la pileta en las mejores condiciones posibles para ir por una medalla.

Se da, durante esos períodos, el trabajo incansable de cientos de miles de ilusiones que intentan clasificarse para lo que viene. Y si no lo logran, el esfuerzo igual les servirá. Porque, en su defecto, quedarán en carrera para la próxima oportunidad. O, en el peor de los casos, habrán mantenido el cuerpo y la mente lo más sana posible. Y eso ya es un montón.

Pierre Fredy, el Barón de Coubertin, tuvo un sueño y lo hizo realidad: jugar en nombre de la paz. 

El deporte saca a relucir, por lo general, la parte más noble de los seres humanos. A esta altura, no puede haber dudas. La preocupación de Coubertin, hombre curioso que provenía del seno de una familia de la aristocracia francesa y que estudió una amplia gama de temas entre los que destacaron la educación y la historia, vio en la competencia deportiva una posibilidad de unión y superación para los pueblos. El siglo XIV llegaba a su fin y habían quedado como un recuerdo una buena cantidad de festivales deportivos que se habían realizado, en menor escala, a lo largo de Europa: los Juegos Olímpicos Antiguos, que se celebraban para rendirle honor a los dioses del Panteón Olímpico. El Barón de Coubertin tuvo la idea de revivir aquellas antiguas competencias pero en forma de evento multideportivo e internacional. Y lo hizo.

Los Juegos Olímpicos de Atenas 1896 fueron los primeros de la edad moderna y tuvieron lugar en la capital de Grecia. Las competencias se extendieron del 6 al 15 de abril de ese año. Hubo 241 atletas. Todos hombres. Las chicas se fueron incorporando de a poco. En algunas disciplinas tuvieron que esperar hasta casi cien años para sumarse. Cuestiones del pasado que fueron siendo saldadas muy lentamente.

Atenas 1896, el primer capítulo de una historia eterna.

Aquellos primeros Juegos integraron a 14 países y registraron 43 competiciones en 9 deportes. Ahora, en París 2024, habrá 40.500 deportistas, quienes portarán las banderas de sus países. Serán 204 naciones sin contar a los rusos y bielorrusos, que competirán bajo emblemas neutrales.

Desde 1896, cada cuatro años, atletas de todo el mundo se reúnen para competir y compartir. Y, salvo durante las grandes guerras del siglo XX que paralizaron la Tierra, la tradición tuvo continuidad. Una demostración cabal de la necesidad que tienen hombres y mujeres de todos los continentes: jugar como los chicos juegan en la plaza y darles paz a sus almas. En esos duelos, ahora transmitidos al instante a través de enormes cadenas de TV o diminutos dispositivos electrónicos, se ven risas y llantos. Felicidad y, en ocasiones, también de tristeza. Pero manda la emoción. Y millones de espectadores disfrutan y hacen fuerza por los suyos.

El ideal del Barón de Coubertin sigue presente: atletas ayudándose. El espíritu deportivo siempre gana. 

Lo lúdico termina primando sobre lo material y la ambición de poderosos, incluso de factores económicos que piensan en otros asuntos más redituables que jugar un partido de algo.

Por eso los Juegos Olímpicos no tienen parangón. Quizá hayan sido el mejor invento del hombre por los siglos de los siglos.

El Comité Olímpico Internacional (COI) fue fundado 1894. ¡Diez años antes que la FIFA y 51 antes que la ONU! Tiene 206 países afiliados y todos coinciden en que es mucho mejor ser parte que estar fuera. Con errores y virtudes, el COI tiene un faro. Y lo manifiesta su carta olímpica (el documento estatutario que establece los principios fundamentales de los Juegos). ´´El objetivo del Olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana”, dice el escrito. De eso se trata. De jugar en vez de pelear. Parece sencillo. Es una lástima que suene tan ingenuo.