El reto del ‘deep state’

En enero próximo Donald Trump regresará al Salón Oval de la Casa Blanca probablemente con mayor poder que ningún otro presidente antes que él: contará con mayoría en el Senado, con mayoría en la Cámara de Representantes y con mayoría en la Corte Suprema. Durante los cuatro años siguientes sabremos si esa acumulación de poder formal alcanza para controlar al poder informal, esa coalición nunca explícita de poder político, poder financiero y poder mediático que el lenguaje estadounidense describe con la expresión deep state.

El deep state conforma algo así como un poder paralelo, una sistema más o menos organizado de toma de decisiones alejado de la vista y el control del público, semejante en muchos aspectos a la deep web, esa red subterránea por la que circulan informaciones que no son visibles en la Internet que todos conocemos y usamos, incluidos, por ejemplo, todos nuestros datos personales.

El deep state obstaculizó al máximo el anterior mandato de Trump, y le escamoteó el triunfo electoral hace cuatro años. A lo largo de su nuevo mandato podremos comprobar por lo menos tres cosas: primera, si Donald Trump está realmente decidido a enfrentar al deep state o si ha llegado a algún acuerdo o pacto con él; segunda, si, decidido a enfrentarlo, logra si no detonarlo al menos dominarlo; tercera, y dependiente del resultado de las dos anteriores, si la democracia representativa conserva todavía cierta utilidad como herramienta de organización social, o hay que pensar en maneras distintas de dirimir el poder.