El proyecto faraónico que no fue

Hace medio siglo se proyectó la realización del ´Altar de la Patria´, un panteón de héroes nacionales.

La Televisión Pública podría mudarse a Tecnópolis y se venderían los terrenos de Palermo Chico. La noticia trae a la memoria el hecho de que ese lugar sobre la avenida Figueroa Alcorta, entre Tagle y Austria, ha sido también el cementerio de dos proyectos faraónicos.
Uno de ellos era el ‘Altar de la Patria’, mausoleo proyectado por José López Rega. El 8 de julio de 1974, una semana después de la muerte de Perón, fue promulgada la ley de su creación. La idea era crear un gran panteón en el que descansara el cuerpo embalsamado de Eva Perón junto a los restos de Juan Perón y de todos los próceres nacionales, incluyendo a San Martín, Belgrano, Rosas, Yrigoyen, Facundo Quiroga, Fray Mamerto Esquií y muchos otros.

PERLITAS EN EL CONGRESO
Los debates sobre el tema en el Congreso generaron perlitas como esta. El diputado Jesus Porto mencionó entre los próceres a ser enterrados en el Altar, a Mariano Moreno. Y el historiador José María Rosa lo interrumpió: “Moreno, de ninguna manera”. Porto se encrespó: “¡No sea tan sectario, diputado, aunque usted sea rosista debe respetar a Moreno, él tambien debe estar en el Altar!”. “Es que Moreno murió en alta mar, diputado”, fue la estocada de José María Rosa, para bochorno de su antagonista…
HERMETISMO
Sin embargo, en septiembre de 1975 la realización del proyecto se había convertido en una incógnita. Poco antes había partido del país López Rega y su nombre fue borrado de los carteles instalados a la vera de la obra. La construcción del Altar se estaba llevando a cabo en el más cerrado de los hermetismos.
Una muralla de 800 metros lineales encerraba las aproximadamente cinco hectáreas destinadas a la obra: ninguna persona –ni siquiera los hombres de prensa- podían ingresar en esa área. Y un muy bien pertrechado cuerpo de vigilancia se ocupaba de alejar a todo curioso que se acercara demasiado.
Enviado por la revista ‘Siete días’ conseguí, empero, introducirme en el lugar, acompañado por el diputado radical José Zamanillo.
La empresa constructora pertenecía a un hombre que décadas después cobraría notoriedad: Franco Macri. “Cuando yo me hice cargo de todo esto, jamás hubiera sospechado la cantidad de obstáculos con los que me encontraría”, me señalaba el jefe de la obra, ingeniero Helvecio Fantín.

“UNA HAZAÑA”
“Primero, tuvimos que demoler con explosivos el puente peatonal sobre la avenida Figueroa Alcorta. ¿Se acuerdan del puentecito? Así de frágil que parecía, tenía un muro de 80 centímetros de espesor por 3 metros de altura: tuvimos que acudir a la división de explosivos del Ejército para que lo dinamitaran. Para colmo, cuando comenzamos a excavar, descubrimos gran cantidad de cables conductores de alta y media tensión de Segba así como también viejas instalaciones de Obras Sanitarias: calderas de clarificación de agua que datan del siglo XIX, con escaleras construidas con ladrillos importados de Inglaterra. En fin, toda una hazaña”, recordó.
Luego, Fantín me reveló un aspecto insospechado: “Lo peor de todo vino cuando nos encontramos con la base del Monumento al Descamisado -se lamentó-. Este basamento fue demolido en 1955, cuando estaba a medio construir. Quedó una mole de piedra nada menos que de 50 metros de diámetro. Pero creemos que no hará falta dinamitarla por entero. Con pequeñas explosiones, y con la ayuda de los expertos de Ejército podremos salvar el inconveniente”. Aprobada su construcción en 1952, iba a ser “el monumento más alto del mundo”. Tendría 137 metros de alto, con un pedestal de 70 metros sobre el cual se emplazaría la estatua del ‘Descamisado’, de 61.50 metros de altura, construida en hormigón y recubierta de cobre. Pesaría 43.000 toneladas.
En uno de los tantos pozos excavados en el terreno, pude observer una montaña de vetustos, manoseados papeles. “Se trata del viejo archivo del viejo Partido Peronista –explicó uno de los colaboradores del ingeniero-. Hemos encontrado miles de estas fichas de afiliación, escondidas dentro del cemento para que nadie las descubriera”. En otro hoyo, un operario divisó una moneda de oro del año 1872. “Desde ese día, rastreamos la tierra palmo a palmo, -bromeó-. La cosa no está como para comerse monedas de oro”.

Hablando con los constructores, me enteré de lo siguiente: se encontraban trabajando a pleno unos 120 operarios y se habían instalado 150 pilotes chicos.
Las tumbas tendrían todas la misma dimensión: 6,59 metros de largo por uno de altura. De esta manera se iba a hacer caso omiso del artículo 9 de la ley que ordenaba la creación del Altar, por el cual los restos de María Eva Duarte de Perón deberían reposar en un lugar de privilegio dentro del mausoleo.
“Al principio le estaba reservado un lugar especial -me contó Fantín-. Pero luego un asesor de la Secretaría de Vivienda nos hizo saber que ese lugar sería utilizado para construir un altar destinado a oficios religiosos. Por lo tanto, todas las urnas tendrán el mismo nivel”.
Tampoco se importaría, como se dijo en un principio, mármol de Carrara para los revestimientos exteriores. “En vista de la situación por la que atraviesa el país, los exteriores e interiores van a ser terminados con hormigón blanco, o quizá hasta hormigón común, a la vista, informando. En cuanto a las tumbas, se harían con mármol de Mar del Plata”. El punto más alto del panteón iba a tener 65,18 metros. La base, incluida la plaza de ceremonias, tendría 160 metros y toda la obra estaría rodeada de un espejo de agua.

COSTO Y POLEMICA
En un principio el costo estimdo para la erección del altar ascendía a los 32 mil millones de pesos viejos. En 1975, -devaluaciones y convenios colectivos de trabajo mediante-, pude constatar que el presupuesto necesario para la realización de la obra se habría multiplicado por tres: una cifra que oscilaría en los 96 mil millones de nacionales, es decir unos 3000 millones de dólares. Semejante número no podía menos que acalorar la polémica acerca de si valía o no la pena la concreción del proyecto.
Al respecto, el diputado radical Zamanillo fue categórico: “En estos momentos de crisis resultaría a todas luces absurdo y contrario a los intereses nacionales la sola pretensión de construir el Altar de la Patria. El primer lugar, el ministro de Economía acaba de señalar que el país se halla al borde de la cesación de pagos y por esa circunstancia debe abstenerse de efectuar erogaciones que no sean imprescindibles. Además, esta obra, que pretende ser faraónica, no tendería de ninguna manera a la unidad de los argentinos; por el contrario, provocaría vivas reacciones de todas las provincias que quieren conservar en su seno a los héroes que vivieron y lucharon en sus tierras”.
Zamanillo no creía que el Altar de la Patria se convierta algún día en realidad: “Es un proyecto que sólo respondía al egocentrismo de López Rega, -sintetizó–. El quería perpetuarse a través de una obra gigantesca, quizá única en el mundo, sin importarle el costo social que representaba para los argentinos. Desde su inicio, nunca fue una cosa seria”.
El diputado radical concluyó con una reflexión: “si ya sabemos que se han paralizado los planes oficiales de construcción de viviendas ¿cómo vamos a seguir con esta obra, costosísima e innecesaria?”.
Desde otro frente, el dirigente metalúrgico y senador nacional peronista, Afrio Pennisi, presidente de la Comision de Trabajo y Previsión de la Cámara Alta, desestimó las criticas formuladas a la concreción del Altar: “Considero que es un error hablar del momento actual, ya que cuando en España se hizo el Valle de los Caídos, después de la Guerra Civil, había una situación mucho más apremiante que la que estamos atravesando nosotros ahora. A mi modo de ver, se debe terminar la obra porque ese era el anhelo de nuestro líder. Interpreto que los momentos actuales son críticos, pero que hay obras que hacen a la unión nacional y son mucho más importantes que cualquier otro tipo de eventualidades. El Altar de la Patria es una de esas obras, y por eso debe hacerse”.
A su vez, el diputado nacional peronista Carlos Palacio Deheza, presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda, sustentó un criterio parecido: “El culto a los heroes es condición común de todos los pueblos del mundo –diagnosticó-. Quienes levantan estatuas, adornan sus plazas, rememoran en magníficas y fastuosas construcciones a aquellos que ingresaron por sus méritos positivos en la historia, no merecen una oposición como esta de quienes rechazan el Altar de la Patria. Con este criterio, es indudable que no se hubiesen levantado a lo largo de los tiempos ni iglesias, ni monumentos, ni nada. Es evidente que ninguna consrtrucción destinada al espíritu o a la cultura reune todas las condiciones óptimas para su realización. A ello me refiero cuando sostengo que esta obra debe apreciarse más allá de su contexto económico, y no debe medirse por sus réditos monetarios, que son nulos, sino por los réditos morales y patrióticos que deja”.

“TIENTAS Y CIEGAS”
En medio de la agitada controversia, hasta los mismos encargados de llevar a término la empresa comenzaban a plantearse sus primeras tímidas dudas. “Los único que nos consuela es que sería muy poco rentable paralizar las obras eneste momento -me dijo uno de los allegados al ingeniero Fantín-. Una extensión tan grande, llena de excavaciones, no podría quedar así. Eso significa que haría falta nuevas erogaciones para poner todo como estaba antes…”.
Por otro lado, los escultores apalabrados para que se hicieran cargo de las estatuas de mármol del mausoleo, me confesaron que se encontraban a tientas y a ciegas: “Hace seis meses recibí la visita de funcionarios del Ministerio de Bienestar Social -me relataba el artista Orio Dalporto-. Se me habló en términos muy vagos de unas estatuas par a las tumbas del Altar, pero ni siquiera me facilitaron la nómina de próceres a esculpir”. Desde entonces Dalporto no volvió a tener noticias del importante encargo. Un dato sintomático del oscuro futuro que le aguardaba al proyecto.
Meses más tarde se produjo el golpe militar y el predio fue utilizado para erigir allí el edificio de Canal 7, Argentina Televisora Color.

LA OPINION DE LOS DESCENDIENTES
¿Y qué opinaban sobre el Altar los descendientes de los próceres? Victoria Pueyrredon de White, descendiente directa de Juan Martín de Pueyrredón y de Cornelio Saavedra, me dijo: “Nunca voy a estar de acuerdo en que los honorables restos de estos dos próceres vayan a parar al Altar de la Patria”. Y al preguntarle sobre los motivos de su oposición, su respuesta fue tajante: “Imagínese que un día le llevan una ofrenda floral a Rosas, y ese mismo día le pongan una bomba al féretro de Aramburu. Situaciones como esta se van a dar contínuamente: si acá no sabemos cómo guardar a los vivos, cómo piensan proteger a los muertos? Lo mejor, por eso, es dejar a los muertos descansar en paz, en el lugar en que se encuentran. Se que las obras ya están comenzadas, y también que muchos dicen que ya no se puede parar. Y bueno, de ser así, por qué no construyen una escuela, o una playa de estacionamiento?”.
En tanto que Luis María Paso Gallán, tataranieto del ilustre Juan José Paso, fue menos drástico. “En principio, no pienso oponerme a que trasladen los restos de Paso al Altar. Él no dejó ninguna indicación sobre el lugar en que quería reposar, de manera que interpreto que el traslado de sus restos no se opondría a su postrera voluntad”.
Con todo, hubo otros descendientes de próceres que, tras exigir no ser identificados, manifestaron que se opondrían a la mudanza de los restos mortales de sus antepasados.

PROBLEMAS JURIDICOS
Para aclarar los problemas jurídicos que podían suscitarse, entrevisté a Alberto Spota, profesor titular de Derecho Civil en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y en ese momento uno de los más destacados tratadistas locales: “En aquellos casos en que la ley contraría la voluntad testamentaria del difunto, yo aplicaría por analogía el principio que autoriza a modificar los estatutos de las así llamadas fundaciones, cuando su objeto se torna de carácter imposible o resulta no conveniente desde el punto de vista social. En esos casos el Poder Ejecutivo está autorizado a modificar los estatutos de las fundaciones, y lo mismo podría hacer con los testamentos”. Con respecto a la posible negativa de los descendientes, Spota admitió que “nuestra praxis judicial tiende a favorecer a la familia del difunto, en aquellos casos en que este no haya dispuesto nada sobre su cuerpo. Pero, en este caso, mientras no se ofendan las creencias religiosas del prócer, el interés público debe prevalecer”.
Desde otra posición -comúnmente considerada como la tradicionalista- el eminente civilista Jorge Joaquín Llambías y sus seguidores se oponían tenazmente a que se desestime la última voluntad de las personas, bajo el argumento de que “el cadáver no puede ser considerado jurídicamente como una cosa”.
Estando así de divididas las opiniones, el veredicto final se iba a conocer recién cuando -una vez finalizado el Altar de la Patria- comenzara la trabajosa, complicada tarea de cambiar de lugar a los patriotas fallecidos. Algo que nunca sucedió.