UNA MIRADA DIFERENTE
El pacto se rompió
Los mil significados de la marcha, la nueva estrategia kirchnerista y una feroz oposición a cualquier cambio.
Imaginado o real, explícito o implícito, tácito o conversado, muchos analistas y observadores –y también el ciudadano avispado– venían sosteniendo que la ausencia de huelgas y marchas con mil excusas multiuso buscando el caos callejero se debía a un pacto entre el gobierno y el kirchnerismo vía algunos de sus líderes empresarios benefactores y políticos de la campaña de LLA.
La sospecha no era desatinada. El peronismo con sus diversos formatos y deformidades utilizó desde su origen la marcha callejera de multitudes forzadas para “ganar la calle” y demostrar su representatividad popular y su poder. Desde la épica del 17 de octubre, la gesta con la que Perón pasó de vicepresidente, simultáneamente ministro de guerra y simultáneamente secretario de Trabajo de la dictadura a candidato democrático a la presidencia de la Nación en menos de 6 días, pasando por los actos de cada 17 de octubre, la quema del Jockey Club, el ataque a las iglesias, la distribución de alambre de fardo para colgar opositores, los movimientos pro montoneros cuando todavía eran una “juventud maravillosa”, el regreso y los 3 días de tiroteos en Ezeiza a su regreso, y toda una colección de “movimientos populares” que algunos memoriosos – y ancianos – guardan en su recuerdo.
El control de la calle es un tic, un resabio mussoliniano e hitlerista que su líder el coronel prusiano supo inculcar al “movimiento” y que no lo abandonó nunca. En versiones más modernas, ese recurso fue utilizado contra todos los gobiernos no afines desde 1946 en adelante, con la complicidad de los sindicatos (más bien de los jefes sindicales) y otros beneficiarios de las políticas demagógicas del peronismo. Por eso fue sospechoso que no lo hiciera el último año.
Catorce toneladas de píedras
De la Rúa, Alfonsín, Macri, fueron víctimas de esas acciones, con la complicidad o la tolerancia del radicalismo muchas veces. La más recordada fue la marcha de 2017, con las 14 toneladas de piedras, convenientemente silenciada hoy en el recuerdo de muchos medios y muchos políticos. En esa oportunidad, el gobierno decidió no caer en la vieja trampa peronista: provocar hasta generar un muerto, o al menos escenas de golpizas, gases lacrimógenos, manguerazos o persecuciones para mostrar la “intolerancia y prepotencia del gobierno”.
En aquel momento las fuerzas del orden permanecieron ridículamente impávidas ante las pedradas, agravios, roturas, desmanes y agresiones, algo que no tolera ninguna fuerza policial del mundo. Paralelamente se producía una especie de asonada coordinada en el Congreso, legisladores que abandonaban las bancas y salían a la calle a “defender” a sus “compañeros” de una represión que jamás se produjo.
El gobierno del Pro estaba consciente de la intención de “tirarle un muerto a Macri”, recurso que existe desde los principios del anarquismo en el mundo, que suele ser bastante efectivo. Consiste en provocar, agredir, atacar a las fuerzas del orden hasta que, organizadamente o por acciones individuales, se produce una reacción desmedida que cobra heridos, muertos, o al menos imágenes dramáticas que se repiten y recorren el mundo, y que son filmadas o fotografiadas por los propios organizadores según les convenga, para editarlas y difundirlas luego escandalosamente. Sobre todo que permitan calificar de “represión” a la acción policial. El término “represión” debidamente demonizado previamente por el relato o la dialéctica.
Por eso se toleraron las marchas piqueteras, un negocio en toda la regla.
Se recordará también que lo que supuestamente se defendía en aquel momento era la remuneración de los jubilados, ante un modesto ajuste del gobierno en el sistema de ajuste inflacionario. Después, Cristina Kirchner y sus empleados sucesores aplicaron medidas mucho más duras y mortificantes, entre ellas una colosal hiperinflación nunca aceptada por los teóricos, antes de que el ajuste de Milei terminara por arrasar con lo que quedaba de jubilación.
Pero todos los reclamos, (y hubiera habido pie para muchos) producidos por el ajuste de Milei, habían sido esta vez soportados en paz, sin usarlos como fácil excusa para mostrar poder y de paso negociar impunidades y otras ventajas y concesiones como es costumbre. Hasta el oficialismo se jactó hasta hace pocos días de haber recuperado la paz y el orden en las calles.
Como si algo catalizador hubiera ocurrido, como si algún indicador o amenaza hubiera disparado la carrera, de pronto aparece el paro general de la CGT, prologado por la adhesión a la marcha del miércoles pasado de los típicos sectores transportados por ómnibus contratados quién sabe por quién, y con la participación especial anticipada de los barrabravas, súbitamente sensibilizados al extremo de descuidar su papel de arrojar gente desde los paraavalanchas (Este recurso de usar a los barrabravas para acciones de fuerza no es nuevo. Hace 40 años que estos grupos se alquilan para huelgas y otras tareas especiales, como sabe cualquiera que conozca la realidad).
De modo que el simple anuncio de la intervención de estos barras, (que el relato para desprevenidos denominó como “hinchas de fútbol” en un insulto más a la inteligencia) ya presagiaba el enfrentamiento a pedradas, obtenidas, según el viejo manual terrorista, rompiendo las calles y construcciones públicas.
A partir de allí, el desborde estaba garantizado. Ya fuera que hubiera una respuesta orgánica o una reacción individual de la policía, o un hecho fortuito accidental, la calificación de represión sangrienta contra los ancianos estaba también garantizada.
Buscaban una reacción
Como a esta altura del texto la columna será calificada de insensible como mínimo, cabe aclarar que es lamentable que se haya producido una víctima grave en esta marcha, como cualquier otra víctima entre los manifestantes o las fuerzas del orden. Pero la pedrea contra estos últimos fue deliberada y buscando una reacción. No es cierto lo que sostienen los jefes de la marcha de que la pedrea fue una reacción ante la acción policial. La pedrea estaba prevista, como en 2017. No hay ninguna toma, ni aun de las fotos o filmaciones de los organizadores de la marcha, que muestre que la policía inició la agresión. Ni siquiera está tan claro que haya habido una agresión policial sistemática, salvo algunos pies de página que explican lo que no se ve en la imagen. Sí existió impericia o falta de serenidad en algunos casos. También fue un resultado buscado.
Habrá, sí, que investigar alguna acción específica de algunos efectivos, definitivamente. (Como ya se describió, los organizadores pusieron mucho cuidado en tomar fotos o videos de cualquier escena que pudiese alegarse como un acto de represión violenta). Está claro que coadyuvan a la imagen represiva los antecedentes autocráticos y las declaraciones posteriores del Presidente y voceros del gobierno que claramente no están a la altura de las circunstancias.
También es procedente sostener que el operativo oficial fue organizado con cierta suficiencia, y con cierta inocencia. Eso también ayudó al desmadre. No es tan seguro que la ministra de Seguridad merezca en este caso la felicitación del Presidente.
Acción sincronizada
Pero la marcha y sus colaterales inicia una nueva etapa. En el Congreso, simultáneamente, se pedía el mismo miércoles el retiro de las facultades extraordinarias concedidas al Presidente, una acción sincronizada. Sorprendente velocidad en un cuerpo con tamaña lentitud. También es una copia fotográfica de lo que ocurriera tantas veces en el pasado.
Hay que esperar ahora el rosario de obstáculos físicos y políticos que el manual indica que se avecinan. No serán pocos ni menores. Ni sensatos. Se trata de una cuestión de intereses, negocios y ambiciones. El Gobierno necesita repensar su estrategia, sus estrategas y sus ejecutores. De lo contrario, como un pez estúpido, este equipo morderá todos los anzuelos. El próximo golpe se intentará asestar sobre el nombramiento de los ministros de la Corte y sobre todo sobre el acuerdo con el FMI, lo que puede resultar un fuerte golpe en la credibilidad de Milei, y perpetuar el proteccionismo nacional, también heredado de Perón, socio principal del prebendarismo telúrico.
Por supuesto, el tema de los jubilados sigue sin interesarle a los marchistas. Se sigue hablando de la jubilación mínima, que mayoritariamente es la que perciben los jubilados con las moratorias kirchneristas, que son más que los jubilados legítimos con aportes plenos durante 30 años como mínimo. Ese emolumento debería ser un subsidio, no una jubilación. Tampoco se tiene en cuenta que buena parte del déficit jubilatorio se debe a erogaciones que nada tienen que ver con el sistema jubilatorio. Como las AUH y las jubilaciones por moratorias, garrafas, seguro de desempleo, etc. Aunque la verdad y el análisis no tienen nada que ver con todo esto.
Por el contrario, todas las soluciones, tanto del gobierno como de los oportunistas, concurren a achatar la pirámide, con lo que siempre sufren los jubilados legítimos con ingresos más altos. Tal cosa, por ejemplo, son los bonus o pagos especiales. Y no sería de extrañar que cualquier cambio futuro dañe más a quienes más y más tiempo aportaron que a los beneficiados por el regalo jubilatorio irresponsable de Cristina Kirchner.
Nunca las marchas han resuelto el problema de los supuestos defendidos. Perón lo sabía. Se trata de una simple excusa para frenar el cambio, aunque el cambio no sea perfecto hasta ahora. El triángulo de hierro se encontró con el obstáculo del círculo rojo. Todo geométrico.