El médico y el estadista

A lo largo de su vida, Winston Churchill (1871-1965) sufrió diversas enfermedades:  bronquitis, neumonías, ictérica, accidentes cerebrovasculares y tuvo una angina de pecho, a la vez que fumaba miles de habanos y bebía hectolitros de alcohol. Sin embargo,  sostenía a sus 90 años que el tabaco y el whisky le habían dado a su vida más de lo que le habían quitado.
Había ganado una guerra muy violenta con un imperio que no estaba preparado para defenderse, a pesar de haber sido uno de los pocos que advirtió el peligro del nazismo. Fue laureado con el Premio Nobel de Literatura por sus escritos, que abarcaban la historia de Inglaterra y la última contienda y, aun así, perdió las elecciones de 1946 ante los laboristas.
Su médico y confidente, el Dr. Charles McMoran Wilson (1882-1977), conocido como Lord Moran, en una charla privada con el entonces ex primer ministro, se quejó  de la ingratitud del pueblo inglés hacia Churchill, a quien Moran creía el mejor ministro desde los  tiempos de Lord Chatham (dos siglos antes).
 Churchill le contestó: 
“Pues no lo veo así, les hemos pedido demasiado. La política es más peligrosa que la guerra porque en esta mueres una vez, en política mueres muchas veces...”
Sir Winston perseveró y ganó las elecciones de 1951, permaneciendo en el poder  por cuatro años más, hasta 1955, cuando renunció a su carrera política. Merecía gozar de un descanso, aunque no era un hombre para quedarse tranquilo en su casa.
Por más que pintara, escribiera y viajará por Europa (el magnate Aristóteles Onassis lo invitaba a navegar en su  yate Christina, aunque cada vez que pasaba frente a Galípoli pedía que lo hicieran de noche para no recordar lo que fue su gran derrota como Lord del almirantazgo en la Primera Guerra), ya casi no leía y hablaba poco. Se estaba hundiendo en lo que llamaba sus “perros negros”. Pasaba horas sentado entre almohadones en los que parecía cada vez más pequeño mientras miraba el fuego que ardía en la chimenea. Solo él y sus recuerdos, y esos “perros negros” que lo hundían en una melancolía que llevaba a cuestas desde hacía años.
El 30 de noviembre de 1964 fue la última vez que salió a saludar a una multitud que se había dado cita frente a su hogar en el 27 Hyde Park Gate para homenajearlo por su cumpleaños número 90. Apenas saludó a la multitud, entre emocionado e intimidado. 
Después de esa fecha, guardó silencio. Casi no abandonaba su cama (donde había escrito sus mejores textos) y, si lo hacía, era con la ayuda de dos enfermeras. 
Poco antes de Navidad, Churchill se resfrió, pero su fragilidad era tal que el Lord Moran acudió a ver a quien había sido su paciente desde 1940. Durante la guerra lo había acompañado en todos los viajes que debió hacer durante el conflicto, desde Washington a Teherán, aun compartiendo el mismo cuarto, donde hablaban de todos los temas concernientes a la contienda y las negociaciones entre aliados.
Allí estaba Lord Moran cuando Churchill caía en esos pozos depresivos que lo acompañaban desde la juventud, pero que cada día se hacían más frecuentes. Esos “perros negros” lo mordían cuando se sucedían las derrotas, los bombardeos de Londres con los V1 y V2, cuando se emocionaba diciendo que” nunca antes tantos le debieron tanto a tan pocos” (se refería a los pilotos ingleses durante la Batalla de Inglaterra), o cuando los japoneses derrotaban a las fuerzas del imperio, o cuando leía las interminables listas de bajas. Entonces sentía los dientes de esos perros negros que laceraban su mente .
Solo en su momento más dramáticos, cuando debía dar los discursos para elevar el ánimo de una nación –“Lucharemos en las calles, en las playas, en las montañas”– o cuando solo tenía “sangre, polvo, sudor y lágrimas” para ofrecer, Lord Moran le administraba una anfetamina para levantar el ánimo y así el espíritu del imperio.
El mismo Winston Churchill lo reconocía al médico  como un buen amigo, “al que probablemente le deba la vida”.
Lord Moran no pertenecía a la aristocracia como Churchill, cuya familia se remontaba a los tiempos de la reina Ana y contaba entre sus ancestros al famoso duque de Marlborough, el victorioso general de la batalla de Blenheim. Esa batalla que, de una forma u otra, había asegurado el dominio de Inglaterra en los mares  durante la Guerra de Sucesión Española y le había comprado su porción de  inmortalidad como el “Mambrú” de los cantos infantiles.
Moran sirvió a su país como médico y, en tal condición, ganó la medalla de plata al valor militar durante la batalla de Somme, uno de los enfrentamientos más crueles de la historia, donde murieron o fueron heridos más de un millón de soldados de los tres millones que combatieron de ambas partes.
Basado en su experiencia, ofreció una serie de conferencias tituladas “La mente en la Guerra”, que culminaron en su libro La anatomía del coraje, publicado en 1945. 
Después de la contienda, volvió al St. Mary´s Hospital, donde se había formado, y lo dirigió por 25 años más. Mantuvo una práctica privada en la exclusiva Harley Street y fue presidente del Real Colegio de Médicos durante 10 años. En 1950, cedió este puesto al neurólogo llamado, oportunamente, Russell Brain (cerebro), a quien llamó para una interconsulta cuando en 1964 , Churchill comenzó a mostrar signos de deterioro mental. Moran y Brain comunicaron al público que sir Winston acababa de sufrir un accidente cerebrovascular. 
Poco antes, Churchill le había dicho a su yerno:
“Estoy aburrido de todo” 
Esas fueron sus últimas palabras. Después se hundió en un estupor que auguraba un pronto desenlace.
A raíz de una infección respiratoria, le administraron antibióticos. Fue el mismo Moran quien se encargó de comunicar a la multitud que se agolpaba fuera de la casa del ex primer ministro que estaba atravesando sus momentos finales.
La familia fue convocada. El mayordomo de Churchill, Roy Howell, fue el encargado de avisar a los que esperaban en la recepción de la casa que era el momento de despedirse. Lady Churchill y su hija se arrodillaron frente a la cama de Sir Winston. De a poco, todos los presentes las imitaron.
Churchill murió a las 8 de la mañana del 25 de enero de 1965. Fue enterrado cerca del Blenheim Palace, la mansión construida por su ancestro, el duque de Malborough, y lugar donde había nacido 90 años antes.
Un año más tarde, Lord Moran publicó un libro sobre su vínculo con Churchill durante la guerra. Este libro fue muy controvertido. En primer lugar, Lady Churchill señaló la poca conveniencia del texto, ya que este, de una forma u otra, rompía el vínculo de confidencialidad que debe existir entre el médico y el paciente. Lord Moran declaró que el mismo Churchill lo había autorizado, aunque no mostró documento alguno que justificase su afirmación.
En el texto, Moran menciona a estos “perros negros” que hostigaban a Churchill durante sus depresiones, aclarando el diagnóstico de bipolar
 Como Moran no llevó un diario, incurrió en varias imprecisiones en fechas y discrepancias con otros testigos presenciales. Quizás Lord Moran había caído en lo que Churchill consideraba uno de los problemas de su tiempo: cuando los hombres no quieren ser útiles, sino importantes.
¿Hizo bien en escribir sobre la vida de su paciente, el hombre más influyente del siglo XX revelando sus problemas? Leyendo a Moran se entiende la dimensión humana de un prócer que todos creían de bronce, pero era de carne y hueso, con su fragilidad, sus defectos y virtudes.