El lugar de los libros

Señor director:

 “¿Qué demonios importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer… ”, dice Gabriel Zaid, en el reciente artículo donde Ignacio Di Tullio lo cita (La Prensa, 01/08/21). Es una respuesta al Imperativo Categórico de Leer y Ser Culto. Tiene mucha razón.

Especialmente, por lo que significa e implica Ser Culto. El Imperativo Categórico parece decir que el ser culto deviene del hábito de leer, lo cual es un craso error. No se debe confundir el ser culto con el ser ilustrado, leído o ser versado. El mucho leer puede permitirnos ser conocedores de corrientes literarias, estilos, pensamientos, ideas o sentimientos de los diversos escritores. Podremos citar frases célebres, o frases comunes celebradas solo por ser dichas por personajes célebres, o contrastar un texto con otro, etc. Nada de eso significa ser culto. Culto, o cultivado, tiene el significado de la labor cultural del agricultor, esto es, trabajar la tierra, open surcos en ellas, sembrar y cosechar.

Se puede ser culto y no saber leer. Sólo oyendo. Porque lo que oigo o lo que leo, es lo que puede abrir surcos en mi mente y en mi corazón e instalar la semilla que dará un buen fruto. Y ese fruto es el carácter, la personalidad. La veracidad, el honor, la integridad, la sencillez, el altruismo y cuantas cosas virtuosas más le debamos a la lectura oa la escucha de labios sabios, es el cultivo del carácter. La buena lectura provoca reacciones nobles, las cuales pueden incluir el desmalezamiento de muchos escritos o pensamientos adquiridos, tildados de intelectuales, que sólo generan una cizaña maligna, enfermiza.

 “Hay tres tipos de libros: para el curriculum, para el mercado y los clásicos…”, dice Zaid. Me permito decir que muchos de los “clásicos”, lejos están de cultivar el alma. Además, yo reordenaría a los libros en dos grandes clases: libros para la biblioteca y libros de consulta permanente.

Salvo los libros para el currículum y los producidos para el mercado, vanos y efímeros, los libros –clásicos o no- tienen un lugar reservado en la biblioteca. Algunos suelen tener el privilegio de exhibir varias ediciones distintas. Cada tanto se recurre a ellos, y son piezas de gran valor literario para su poseedor. Pero ninguno es de consulta permanente. El libro de consulta permanente no va a la biblioteca sino a la mesa de luz, al escritorio, a la valija. Su compañía es necesaria, su lectura, imprescindible. Su presencia no interesa que aparezca en el currículum, ni su objetivo es el lucro: apunta exclusivamente al hombre y su necesidad más íntima: el origen de la vida, la razón de la vida, la trascendencia de la vida. No existen muchos libros así. En realidad solo hay uno. Su Autor dice así: «Las palabras que os he hablado son espíritu y son vida» (Juan.6: 63) ¿Hace falta decir que me refiero a La Palabra de Dios?

Enrique Abel Suárez
suarezabel@yahoo.com.ar