El libro, la cosa y su esencia
Solía decir el escritor chileno Roberto Bolaño que nunca hay demasiados libros, sino libros malos, malísimos, peores, pero nunca demasiados. Es dable pensar, sin embargo, que en el universo de las letras puede producirse un desdoblamiento: el del objeto libro y el de la esencia literaria que contiene.
Aquí es adonde el fenómeno se bifurca, toma por ramales diferentes. Tendremos entonces el arte de la literatura en todas sus formas, en cada uno de sus insondables géneros y, por otro lado, la industria editorial, que es una cosa bien distinta. Es verdad que, casi siempre, una necesita de la otra, pero en algunos casos terminan por ser una relación mal avenida.
Por este lado es que comienza a desandar el camino el escritor Cristian De Nápoli en su última obra titulada En las bateas expuestas: crónicas del amor y el hartazgo con los libros. Ensaya pues un recorrido desde el libro como cosa material, desde la externalidad del mismo, para adentrarse luego en aguas más profundas, allí adonde reinan las ideas y los estilos.
En una serie de textos cortos fechados en años recientes, el autor vuelca su opinión. Es, las más de las veces, más contundente que cauto. Sus afirmaciones, sus críticas, tienen el impacto de un gancho al mentón. Es capaz de decir, urticante, que Don Segundo Sombra es "una versión enlatada y for export del campo argentino", "una oda al ganado".
En su derrotero analítico, De Nápoli no ahorra sugerencias. El destino final del libro objeto le preocupa. Comienza explicando las diversas maneras en que se puede depurar una biblioteca, pero el nudo de la cuestión es otro: sostiene que la industria editorial produce en exceso y que el resultado de este mecanismo cruel no es otro más que la picadora de papel.
Si, como afirma, por año se editan alrededor de 10.000 millones de libros, que un ejemplar cualquiera termine en una mesa de saldos no sería un final tan lamentable, como casi todos creemos. Claro que de allí a la trituradora hay apenas un paso.
Cuando abandona la zona de las tapas duras o blandas y se adentra en la espesura literaria, De Nápoli aborda la problemática de pintar el color local en los textos y, de alguna manera, contrapone la resistencia de Borges, con su famosa frase "en el Corán no hay camellos", con esa paleta de tonos coloquiales que es la figura de Mafalda y sus personajes. Lejos de sólo esbozar el dilema, toma partido, saca conclusiones.
Le queda tiempo también para cargar contra los escritores que narran por duplicado, hijos fieles de la industria editorial. Es decir, aquellos que escriben con modismos rioplatenses aquí, y con un marcado castizo, por allá. Recae sobre ellos su mirada castigadora, irónica, picante como un látigo de siete colas.
Representa el libro una caja de sorpresas. Y a De Nápoli, un escritor que ha vivido también la quijotesca experiencia de ser editor, le interesan la caja y, además, las sorpresas. En ese todo está la clave del asunto.