Mirador político

El huracán Alberto

La calma de los mercados de las últimas 48 horas debe ser atribuida a la conjunción de dos circunstancias. El silencio del presidente eventual, Alberto Fernández, y las medidas draconianas del gobierno que restringieron la demanda de dólares. Esto último ocurrió porque los grandes operadores que estaban cambiando sus pesos por moneda norteamericana en previsión de un nuevo gobierno kirchnerista ya no pudieron hacerlo y porque el llamado “chiquitaje” no tiene con qué comprar. A 60 pesos el dólar tiene un precio alto.

Mírese por donde se lo mire, es un hecho que el triunfo de Fernández en las PASO significó una devaluación efectiva del 30% de un día para el otro, lo que redujo en igual proporción el capital de los tenedores de pesos, entre los que naturalmente deben ser incluidos los más de doce millones de personas que lo votaron. Ni los políticos, ni los periodistas que juegan a ser políticos lo dicen, pero la posibilidad de la vuelta del peronismo al poder volvió realidad el fantasma del control de cambios, el cepo, las regulaciones de todo tipo. Lo que el mercado hizo fue sencillamente adelantarse. Y Macri fue detrás, tragándose su propio discurso sobre las bondades de la libertad económica.

El hecho de que Fernández se haya alejado de estas costas y de sus micrófonos fue un aporte sustancial al apaciguamiento de las turbulencias. Su última intervención había sido conmocionante, había echado nafta al fuego. Su acusación al FMI de que era una de los culpables de la crisis puso en fuga a los funcionarios del organismo que era el único prestamista de dólares que le quedaba a la Argentina, aunque Fernández lo ve de otra manera: cree que esos dólares el Fondo se los presta a Mauricio Macri para que gane las elecciones, algo muy probable. Como quiera que sea, sus declaraciones más un “operación de prensa” que le hicieron voceros albertistas bastaron para que los representantes del FMI se retiraran de la cancha con una buena excusa. Así se juega el poder en modo peronista: el aliado de mi enemigo pasa de inmediato a ser mi enemigo y recibe el tratamiento correspondiente.

Pero el aporte que faltaba para aplacar la tormenta desde el campo peronista fue la actitud de la senadora Cristina Kirchner, que el sábado desde La Plata puso la campaña nuevamente en modo sentimental. Después emocionarse ante su audiencia por el recuerdo de su hija acusó al presidente Macri de “mala persona” y evocó su propia gestión como un paraíso perdido en el que el pueblo vivía feliz consciente de los recursos de los que disponía en abundancia. Puede parecer un mito pero para sus votantes es la coartada perfecta y evita, además, que opine sobre la economía que viene.

De todas maneras el aporte decisivo a la calma fueron las medidas tomadas por Macri después de una resistencia inútil, rápidamente doblegada por la realidad. Sin acceso a los dólares no hay libertad económica, pero lo que él necesitaba era sofocar la crisis cambiaria; ponerle la tapa a una olla que estaba levantando presión. Lo mismo que hizo Cristina Kirchner en 2013 cuando perdió toda chance de ser reelecta. El problema es para quién destape la olla después del 10 de diciembre. Sin dólares, sin crédito y nula credibilidad.