POR TOMÁS I. GONZÁLEZ PONDAL
Estoy convencido de que estas líneas no serán leídas por Babette. A pesar de ello las escribo por si a alguien llegasen a interesarles. Dejo también anotado desde estos comienzos que quienes han llevado a Babette a su grosero yerro tienen una responsabilidad que clama justicia al cielo.
Días atrás, haciendo una transacción comercial, Babette, empleada a la sazón, me preguntó si era católico. Le dije que sí. Ella me manifestó un gusto personal, gusto que, como el lector podrá averiguarlo seguidamente, motivó las consideraciones de este escrito. Pero antes de explayarme sobre la inclinación personal de Babette, me resulta sumamente oportuno introducir todo con un relato:
“He aquí una mujer que le fue infiel a su marido, infidelidad de la que él tomó conocimiento y que perdonó. Luego el esposo se enteró de una serie de operaciones turbias en la que estaba su señora, y, en el intento de ayudarla y resolver el problema, por una razón que no viene al caso explayarnos, quedó en el centro de la tormenta. Un día, estando por ingresar a su casa, cinco enmascarados lo agarraron y comenzaron a golpearlo. A causa de los gritos la mujer salió de la casa, y al hacerlo, un sexto enmascarado la tomó por detrás amenazándola con un arma de fuego, al tiempo que le tapó la boca con la mano libre. Ella presenció la lenta pero feroz tortura de su marido sin poder hacer más nada que observar. Fruto de los golpes el hombre fue apagándose. Finalmente, estando ya tirado en el piso con su rostro todo ensangrentado, uno de los malvivientes mirando a la mujer la saludó, y, acto seguido, colocando una nueve milímetros a escasos centímetros del corazón del desfigurado, disparó causándole la muerte. Los delincuentes se echaron a correr desapareciendo tan pronto doblaron la esquina norte. La mujer, con su rostro empapado en lágrimas, corrió hacia su difunto marido profiriendo gritos de dolor y de vivo arrepentimiento. Un matrimonio vecino miró todo desde la ventana que daba directamente al sitio donde se llevó a cabo la paliza y la final matanza. Y la señora que espiaba le dijo al señor que también espiaba: ‘¡Qué aburrido todo esto, le faltó diversión’.”
ANALOGIA
Del relato que acabo de exponer y circunscribiéndonos al comentario de la vecina, todos a una diremos: “¡Qué locura lo de esa tipa, qué puede tener de aburrido un asesinato, qué puede buscarse en eso de divertido!” Y eso que con toda facilidad vemos como una locura en un crimen humano, el modernismo maldito ha enseñado a verlo como una normalidad en lo que a la misa respecta.
Sirviéndome de la tan pobre analogía que expuse, me explicaré: oímos cada dos por tres gente que califica a la Misa de Siempre de “aburrida”. Y en cambio ve a otras celebraciones como muy “divertidas”, principalmente aquellas donde abunda el carismatismo, donde aparece el sacerdote danzarín y monigote, el curita de la oratoria sensiblera y humorística, el padrecito del lenguaje chabacano y superfluo, el cholulo en el que todos ven al “re piola” bien adaptado al mundo.
Tristemente Babette ha caído en eso: a ella le gusta la “misa divertida” porque ve en la “misa de siempre” algo aburrido.
A Babette el modernismo la engañó. Le enseñó cualquier cosa sobre la misa menos lo que realmente es la misa. Y la misa no es otra cosa que “el mismísimo Sacrificio de la Cruz que se renueva en los altares de modo incruento.” Nada tiene eso de diversión. La matanza más atroz que haya conocido la humanidad (tan así que fue concretamente un deicidio: en Cristo crucificado se da la unión hipostática), imposible que sea divertido. Solo la humareda diabólica que sigue esparciendo el modernismo se atreve a vender a las almas que las misas deben ser divertidas.
Aburrirse en una Misa de Siempre porque es cara a Dios y en latín es sencillamente no haber entendido dónde se está, qué está pasando, qué se está viviendo. Con toda verdad se nos recuerda que el “Concilio de Trento declara que la Misa es un Sacrificio verdaderamente ofrecido por el sacerdote oficiante, por el poder de su sacerdocio, in persona Christi, o sea, en lugar de Cristo, que es simultáneamente Sacerdote y Víctima, siendo la Misa el mismo Sacrificio de la Cruz”.
El protestantismo en algo fue más honesto que el modernismo, pues si bien ambos se propusieron deformar la esencia de la misa y en mucho el segundo copiando al primero, al menos el primero se encargó de decir que se apartaba del catolicismo, mientras que el segundo, al tiempo que ingenió la patraña litúrgica revolucionaria que conduce a la apostasía, no dejó de usurpar el nombre de catolicismo y así se sigue vendiendo.
REFLEXIONES
Unas líneas sencillas para Babette, es decir, como mi anécdota es meramente un puente, van estas reflexiones para todas las Babette existentes.
La relación modernista entre fiesta y diversión los lleva incluso a no tener la menor idea de lo que implica el sentido más profundo de lo festivo. Porque ciertamente la Misa de Siempre es un sacrificio, pero no un sacrificio de derrota y mera memoria, sino una actualización incruenta máximamente victoriosa producida por la Caridad misma.
De modo que la alegría de la victoria no ensucia la esencia sacrificial; pero como el modernismo arruinó la esencia sacrificial, no le quedó más que entregarse a una ruinosa y ruidosa diversión copiosa de insensatez; y por eso tampoco el movimiento modernista logrará jamás comprender aquello tan sublime manifestado por San Francisco de Asís:
"El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote".