In memoriam. Coronel Juan Carlos Jones Tamayo (1943-2023)

El encierro de un hombre y toda una Nación

No hubo compasión, ni derechos, ni garantías, ni piedad, ni misericordia, ni siquiera esos “derechos humanos” que son otra mascarada ruin.

Hace poco más de dos años, un hombre debía entregar unos libros recién salidos de la editorial en una dirección que le habían pasado. El libro en cuestión era “Volver a la patria”, del Centro de Estudios en Historia, Política y Derechos Humanos de Salta, y el departamento indicado, el de una de sus integrantes. Al llegar al lugar, el hombre se asombró cuando la mujer que le abría la puerta pronunciaba el apellido Jones Tamayo. “¿Jones Tamayo? ¿Algo que ver con el coronel Juan Carlos Jones Tamayo?”, preguntó.

El hombre no salía de su asombro. Se sentía honrado de hablar con la hija del coronel retirado, el mismo que cuando era capitán condujo al equipo de combate que se batió con el ERP en el Combate de Pueblo Viejo (14-2-75). Y así se lo hizo saber, mientras le preguntaba por él, ávido de anécdotas del veterano de guerra.

De esta gratitud por el servicio que Jones prestó a la patria en su momento, desde Tucumán, no me enteré por la hija del coronel, sino por boca del mismo hombre.

JUICIOS DE LA VENGANZA

Evoco esa gratitud porque hoy no abunda. Décadas de propaganda ideológica e intimidación, con la que saturan los medios sistémicos, han dejado a las masas tan temerosas y encallecidas, que ya poco les importa lo que oyen o si eso es verdad o mentira.

El precio de esa indiferencia calculada, porque hay un cálculo mezquino en el silencio, lo pagan quienes -como el coronel Jones Tamayo- fueron sometidos a esos populares juicios de la venganza a los que pomposamente se los llama “de lesa humanidad”, para predisponer a la opinión pública contra los imputados. Juicios en los que la defensa verdadera y la presunción de inocencia no tienen lugar.

Jones, de cuya integridad dan testimonio sus camaradas, murió en la Navidad pasada a los 80 años, atrapado en la pegajosa tela de araña que se teje en esos procesos kafkianos.

La condena a prisión perpetua que recibió hace poco más de un año no fue más que un barniz de formalidad a un destino que se le preparaba desde mucho antes. Porque Jones ya estaba sometido a una prisión perpetua desde ocho años antes de que la sentencia se pronunciara. Así de grotesco es este teatro. Para casos como los de él, nuestro corrompido sistema judicial no hace valer la presunción de inocencia sino la presunción de culpabilidad. “Jones tenía que saber”, sigue repitiendo el abogado de la parte acusadora.

Lo que el sistema espera es que los militares, policías, sacerdotes y civiles que caen en esta telaraña no se libren más y mueran en prisión, con los pesares propios de su edad senil incluidos, sin importar que sean o no inocentes. Y la población contempla con rostro impávido el desarrollo de esta tragedia que se escenifica delante de sus ojos.

TESTIMONIO ESCRITO

Aunque, por lo dicho hasta aquí, a nadie vaya a interesarle, en “Volver a la patria” el coronel (1943-2023) dejó por escrito el testimonio de lo que vio durante todo ese trágico año 1975 en que estuvo en el monte tucumano combatiendo al ERP. Una operación, conviene recordar -para los puristas del republicanismo- que cumplió por órdenes de un gobierno constitucional.

Para cuando las operaciones militares empezaron en febrero de 1975, los psicópatas erpianos, que ya desplegaban su espiral terrorista en el resto del país, habían comenzado con su plan de declarar un territorio liberado en Tucumán, donde ya habían tomado pueblos, desfilado por sus calles e izado sus banderas. Sucedió en Acheral, Bella Vista, Los Sosa, Famaillá y Monteros, como atestigua Jones, donde también realizaron fusilamientos tras “juicios sumarísimos” contra personas que se negaban a colaborar con los insurgentes.

El libro recoge las peripecias contadas por Jones durante esas operaciones militares en un territorio donde la guerrilla era una presencia fantasmal, que aparecía y desaparecía, porque sus hombres se internaban en los cañaverales, enterraban sus armas y uniformes, y se vestían de civil para mimetizarse con la población. Experiencias que, a más de uno, daban pánico. Como a ese joven operador de radio que aceptó acompañar a Jones en un corto vuelo de helicóptero y que, por un imprevisto, debió pasar toda una noche en la zona de operaciones. Su espanto fue el mismo que conoció la sociedad en su momento y que hoy finge no recordar.

En ese libro, que fue en gran medida obra suya, y que tal vez haya sido uno de sus últimos grandes proyectos como miembro del Centro de Estudios Salta, Jones aporta varios escritos. Además del referido a la Operación Independencia, donde hay relatos de enfrentamientos, patrullas, emboscadas y traslados en jeep bajo fuego de la guerrilla, también están sus vivencias más recientes como prisionero político. O, como él decía, “prisionero de guerra”, considerando que aquella contienda se había prolongado por otros medios hasta nuestros días.

A lo largo de las páginas puede verse a un hombre de una piedad religiosa vivida sin alardes. Un hombre convencido de que fue protegido en esos años por el escapulario de la Virgen del Carmen que llevaba consigo, al que, por otra parte, atribuye un milagro que eriza la piel.

Es el milagro que salvó al teniente Alfredo Trotta quien, emboscado por el ERP, con sus piernas aplastadas por su propio Unimog que había volcado, y con tres impactos de bala en el cuerpo, es alcanzado por otro proyectil que impacta en su casco de acero, lo recorre por su interior, abriéndolo como un abrelatas, y sale por el otro extremo. En su interior se encontró enroscado un escapulario como el suyo, apunta Jones. Todos los que llevaban su escapulario salvaron sus vidas, dice, tras relatar ese episodio que puede dar una buena idea de las lindezas de aquella experiencia.

Por lo demás, su pluma deja ver a un hombre aficionado a la historia, que amó a su Salta natal y a su patria con un amor verdadero, ese amor que se da hasta el extremo, y que se expresa en su evocación de figuras de la guerra de la independencia y de exploradores de nuestra Patagonia, pero también en sus reflexiones sobre la guerra revolucionaria de los setenta.

No es extraño que una y otra historia -la de los albores de nuestra organización nacional y la de los años setenta del siglo pasado- hayan sido olvidadas por la sociedad. Es un objetivo buscado con denuedo y vaya si se ha logrado.

UN PASADO ANTOJADIZO

Ese olvido, favorecido con la siembra machacona de un pasado antojadizo, es lo que llevó a esta Argentina puesta de cabeza, donde se honra a criminales, terroristas y sediciosos, por quienes se arrojan flores en el Parque de la Memoria, mientras se persigue y encierra en mazmorras a quienes un día se les dio un fusil, un casco, una palmada en el hombro y la orden de marchar al monte para exponer su vida en defensa de la patria.

Tuve el honor de conocer a Jones y de visitarlo. Nunca expresó ni dolor moral por su encierro ni tampoco dolor físico, pese a un cáncer que le fue deformando el rostro hasta dificultarle el habla. Nada de esto llevó a los funcionarios judiciales a apiadarse. Cada jueves fue arrastrado igual, con sus dolencias a cuesta, a presenciar una nueva “función del circo”, como él llamaba con ironía a esta parodia de justicia.

Para Jones no hubo compasión, ni derechos, ni garantías, ni piedad, ni misericordia, ni siquiera esos “derechos humanos” que son otra mascarada ruin. Pero el encierro de Jones, sometido a esta dura prueba divina en sus últimos años, es a la vez el encierro en el que se encuentra la nación toda, incapaz de ponerse de pie y rebelarse.