Mientras espera la autobiografía de Alberto Fernández, ese estadista, puede calmar su ansiedad, amigo lector, con una novela espléndida que, justamente, es la crónica de vida de un político que ha caído en desgracia. Se titula Los simuladores y fue entrega por primera vez a la imprenta en 1967 por uno mejores estilistas que ha dado la lengua inglesa: Sir Vidiadhar Surajprasad Naipaul (Trinidad 1932-2018), premio Nóbel de Literatura 2001.
Refirma la obra una de las premisas de estas columna: por fuera del circuito comercial de las novedades (bastante flojo este año) existe una constelación de maravillas del pasado (por lo general, maravillas poco conocidas) aguardando al lector de fuste.
Los simuladores (Seix Barral, 255 páginas) está narrado en primera persona del singular. Leemos las memorias de Ralph Singh, uno de los hacedores de la descolonización de la isla esclavista de Isabella (muy parecida a la Trinidad Tobago natal de Sir Vidia). Antes de los cuarenta años, el héroe popular entró en decadencia. Su lugar de retiro no fue una antigua plantación de cacao en la patria, sino una pensión de mala muerte en Londres, “en la que nada hay donde los ojos se posen con placer”.
La crónica, dice el autor, es “un intento de redescubrir la verdad”, tras el amargo descubrimiento de que “el éxito no cambia nada”. Nos presenta sus fascinantes máscaras. El niño algo neurótico, nacido en un clan acomodado y melodramático de inmigrantes indios; el estudiante en Londres, convertido en una especie de fauno o depredador sexual; de nuevo en Isabella, cabeza de familia de un melancólico matrimonio mixto; el hombre público, de cierto renombre y rico, que se coloca súbitamente del lado de los pobres; finalmente el exiliado que se ha retirado del mundo. Nunca abandonó la máscara de dandi.
En ese mamotreto titulado El Ser y la nada, hay una frase hermosa: “El prójimo guarda un secreto, el secreto de lo soy”. Naipaul sigue a Sartre y postula: “Nos convertimos en los que vemos de nosotros mismos en los ojos de los demás”.
LO REAL MARAVILLOSO
Naipaul no es un escritor fácil, pero párrafo por párrafo, línea por línea, es -como dijimos- uno de los mejores prosistas de la literatura inglesa, que ha reclamado su obra (Sir Vidia se fue a vivir a Londres antes de los veinte años) como parte de la tradición dickensiana, a pesar de que la mayor parte del material novelístico lo ha sacado de su isla.
Además, podría decirse que cierto fulgor poético naipauliano es típico del Nuevo Mundo. En algunos paisajes de ‘Los simuladores’, refulge en efecto lo real maravilloso, como la desopilante conversión del padre del protagonista en gurú. De un día para otro, abandona trabajo y familia y se va a vivir al bosque, donde el predicador crea un excéntrico movimiento de clases bajas que puso nervioso al Imperio británico y llegaría a ser estudiado en las universidades. “El éxito es el éxito; una vez que se produce se explica a sí mismo”.
Por otro lado, Naipaul, el caribeño, usa aquí de manera magistral una técnica de complicidad shakespereana: la ruptura de la cuarta pared. Detiene la narración y le habla a su audiencia. Vean qué estilo: "Permitid que os lleve a la habitación en forma de libro; que no se disuelva la escena cuando cerramos la puerta y el rostro de la muchacha, que ya se está poniendo serio e inexpresivo, se aparte e inmovilice…".
Como Borges, Naipaul tenía el don de la construcción de frases perfectas. Y una elegancia sublime. Veamos otro ejemplo. Es probable que sólo este coloso, de legendario mal carácter, fuese capaz de describir los pechos de una mujer con tanta gracia: “...No eran las manzanas cortadas que no necesitan corpiño del austero ideal francés, sino senos curvados y redondos cuyo peso era una leve amenaza de un exceso de péndulo; unos senos que el observador aún reconociendo la inadecuación, incluso la crudeza, del gesto alarga instintivamente la mano para sostenerlos; senos que en su estado libre cambian de forma y contorno cada vez que su dueña cambia de postura; senos que acaban enloqueciendo el espectador porque hallándose ante una belleza tan completa no sabe qué hacer…”.
DRAMATISMO
Además del estilo magnífico y la historia interesante, el público debe saber que en la novela encontrará reflexiones profundas, en especial sobre el arte de la política. De ahí, el título. ¿O acaso a alguien se le puede ocurrir simulador más eficaz que un político profesional? La principal tarea del gobernante, insinúa Sir Vidia, es crear dramatismo, pues altera un paisaje monótono. "...El dramatismo agudiza nuestra percepción del mundo, nos da cierto sentido de nosotros mismos, nos convierte en actores, da sentido, y a veces gloria, a cada día". Ser aburrido es fatal en estas lides, que lo digan Fernando De la Rúa y Alberto Fernández si no. En cambio, Perón, Cristina y Milei comprendieron la importancia decisiva de la teatralidad para manipular a las masas.
“El verdadero político -añade el escritor- es por naturaleza un hombre que desea jugar el juego toda su vida”. Ningún gerifalte quiere retirarse nunca, ese es nuestro drama, el de los gobernados.