El cuarto peligro: Inteligencia no Humana

Por Alfredo Bernardi

¿Llevamos los humanos algún secreto gen que promueve nuestra propia destrucción? Desde tiempos ancestrales, grupos, tribus, ciudades-estado, imperios se enfrentaron al otro para acumular poder propio, pero generar voluntariamente instrumentos de destrucción que ponen en serio peligro la especie constituye un capítulo distinto.

Comienza el siglo XX, cien años de progreso exponencial y de millones de muertes en las guerras más cruentas. Hasta ese momento las armas mataban y destruían localmente, no más allá del sitio de la batalla. De todos modos, hubo remordimientos notables. El químico y escritor sueco Alfredo Bernardo Nobel (1833-1896), inventor de la dinamita, creó con su inmensa fortuna un fondo con el que se premiaría a los mejores exponentes en literatura, fisiología o medicina, física, química y la paz.

Ya en el siglo XX, durante la atroz Primera Guerra Mundial (1914-1918), aparecieron las primeras armas químicas y biológicas. Fueron proscriptas por la comunidad internacional debido a que pueden extenderse bastante más allá de la zona de conflicto cuando se usan deliberadamente en gran escala y ocasionar daños a las personas de por vida una vez concluido el enfrentamiento. Sin embargo, en algunos conflictos locales se siguieron utilizando.

En el curso de la sangrienta Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se inventaron las armas atómicas. Huelgan los comentarios después de Hiroshima y Nagasaki. Einstein previno que la Tercera Guerra Mundial se libraría con armas nucleares y la Cuarta con palos y piedras. Sin embargo, las pruebas nucleares continuaron en grandes desiertos, islas remotas y aun bajo tierra como mutua advertencia entre potencias durante la Guerra Fría. Nuevamente la comunidad internacional actuó generando salvaguardas. En las Naciones Unidas se creó la OIEA (Organización Internacional de Energía Atómica) para impulsar la contribución de la energía nuclear a la paz, la salud y la prosperidad del mundo. Con sede en Viena, su Director General es el argentino Rafael Grossi, un diplomático con vasta experiencia en esferas de no proliferación y desarme. Tuvo una actuación relevante durante la actual invasión rusa a Ucrania, especialmente ante el potencial peligro nuclear por afectación de la central nuclear de Zaporiyia, en territorio ucraniano pero bajo control ruso.

El tercer gran peligro es la contaminación ambiental, subproducto silencioso de un desarrollo industrial carente de limitaciones sensatas, soslayadas por intereses de corto plazo. Las fábricas humeantes, los transportes movilizados por hidrocarburos y otros equipamientos a combustión originaron el problema más inquietante: las emisiones de anhídrido carbónico, gas que se estaciona a cierta altura de la atmósfera y actúa como barrera para la liberación del calor del planeta. La temperatura global se eleva con consecuencias ambientales cada vez más peligrosas. El gas metano, tanto proveniente de fuentes naturales como de producción humana acompaña con los mismos efectos, aun desde la era preindustrial. Existen además la contaminación hídrica, del suelo, acústica y otros. Los plásticos, un invento de grandes aplicaciones creados en el siglo XX, producen desechos no biodegradables que invaden nuestro hábitat. En el Océano Pacífico flota una isla de plásticos del tamaño de varios países. Cuesta creer que intereses individualistas o ideológicos impidan un acuerdo entre líderes internacionales que contemple las incontrastables evidencias científicas.

LA GRAN INCOGNITA

El cuarto peligro, más reciente, es la InH, Inteligencia no Humana, denominación que parece más adecuada que IA. La expresión Inteligencia Artificial remite a una invención que nació para asistirnos en operaciones complejas a través del virtuosismo de los algoritmos. De indudable utilidad, así fue al principio. Hoy, luego de algunos años, sabemos que aquellos algoritmos bebé interactuaron en el mundo virtual, se realimentaron, se potenciaron y formaron redes interconectadas propias. Estas nuevas tecnologías tienen el potencial de escapar de nuestro control aun en la hipótesis de que más temprano que tarde la comunidad internacional logre cooperar globalmente ante el reto. Nuestra especie posee el afán de inventar e informarse ante su propia curiosidad, sea para descubrir la verdad o para imponer el orden. Conocemos cada vez más pero posiblemente no seamos tan sabios…Sócrates expresado de otra manera.

Dependientes de nuestra genética y de nuestros mitos, nos encaminamos hacia la gran incógnita de la desaparición si nuestros líderes y políticos no toman absoluta conciencia. La benevolencia de sus actitudes está puesta en duda y la ingenuidad de muchos indiferentes con poder facilita tanto cierto “aissez-faire como numerosas decisiones insensatas aun ante la evidencia.

Hemos mencionado al menos cuatro serias amenazas para nuestra especie generadas voluntariamente por nosotros mismos. Ex-profeso se exceptuaron las resultantes de fenómenos naturales y de catástrofes biológicas -incluyendo accidentes de laboratorios de baja seguridad como muchos creyeron que comenzó la epidemia de Covid 19- donde la acción humana sólo puede brindar creatividad, ayuda y socorro. Aunque con baja probabilidad, las primeras tres de ellas tienen al menos el potencial de depender de nuestra voluntad, vencidos intereses y egoísmos. Las armas químicas y biológicas, las nucleares y el daño al medio ambiente son creaciones humanas controlables a pesar de la poca disposición de algunos para evitar o mitigar el daño que producen.

La InH (Inteligencia no Humana) por definición no tiene ese control. Avanzará independientemente de nuestras voluntades hacia niveles de desarrollo no predecibles ni controlables. No sabemos aún qué salvaguardas crear para mitigar el daño potencial.