El centenario de la última nieta del Libertador
Se cumple hoy el centenario de la muerte de Josefa Balcarce y San Martín, la última nieta supérstite del Libertador, tenía 88 años y había nacido en Grand Bourg, la residencia de su abuelo el 14 de julio de 1836. Segunda y última hijo de Mariano Balcarce y de Mercedes San Martín, junto con su hermana María Mercedes, fue conocida con el apodo de “Pepita” en el ámbito familiar y ambas hicieron feliz la existencia de su abuelo, que según referencias familiares cedía ante el cariño que mutuamente se profesaban su natural disciplina.
En 1860 falleció su hermana y al año siguiente ella casó con el diplomático mexicano Fernando Mariano de los Dolores Vicente Jacinto Cleofás Gutiérrez de Estrada. A la muerte de sus padres se trasladaron a la residencia de ellos en Brunoy (Seine-et-Oise) a poco más de 20 kilómetros de París. La magnífica propiedad fue centro de la vida social de la colonia argentina radicada en París, lo mismo que por familias sudamericanas o un gran número de los que viajaban por Europa. No olvidemos que por los Balcarce y los Escalada, tenía muchos familiares.
Fue un matrimonio muy unido que no tuvo descendencia. El de noviembre de 1904 falleció su esposo, a poco más de un año Josefa, el 1º de diciembre de 1905 adaptó la casa familiar que era conocida como el ‘Petit Chateau’ y había sido la residencia del conde de Provence, hermano de Luis XVI, para establecer un hogar de ancianos con el nombre de Fundación Balcarce y Gutiérrez de Estrada”, entidad que continúa hasta el presente con su obra filantrópica. Por si esto no fuera suficiente una buena parte parque de la residencia fue convertido en huerta para alimentar a las personas carenciadas, una medida que bien podría implementarse hoy con las necesidades que tiene nuestro país, donde la tierra fértil abunda.
También hizo instalar una sala de cirugía para intervenir gratuitamente a quiénes no contaban con los recursos para hacerlo.
Cuando la Primera Guerra Mundial, transformó en 1914 su casa en Hospital de Sangre, donde funcionaba un quirófano, alas de rayos X y laboratorios, que fue conocida como Hospital Militar Auxiliar N o 89. Hasta donde llegó un representante de ese gobierno para entregarle la Cruz de la Legión de Honor y posteriormente la Medalla del Reconocimiento con la inscripción
JUSTICIA AL MÉRITO
Los heridos que se albergaban en la residencia la noche anterior pusieron en el frente esta leyenda: “Mercí, Madame, vous etes plus brave que nous” (“Gracias, señora, usted es más valiente que nosotros”). La Cruz Roja Internacional también reconoció sus meritorios servicios.
Cuando durante la guerra a mediados de 1918 ante el avance del ejército alemán, llegó la orden de retirada hacia París. Oscar Larrosa que estuvo en contacto con personas de Brunoy relató: “La orden también llegó al hospital de Brunoy e inmediatamente las tropas y la población se pusieron en marcha. Pero Doña Pepa, con sus 82 años a cuestas, no pensaba irse a ninguna parte. Ella no iba a dejar su casa y menos aún abandonar a los heridos graves. Su frágil cuerpo ocultaba un corazón con el temple y el coraje propios de un granadero. Allí se quedó junto con el doctor Ladroitte y sus soldaditos maltrechos a esperar la tormenta de fuego del ataque alemán”.
No por nada vivió catorce años con su ilustre abuelo, y fiel al mandato familiar de velar por su memoria que sus padres respetaron a lo largo de su vida, ella se desprendió de libros y papeles del Libertador y se los envió al general Bartolomé Mitre mucha documentación para su Historia de San Martín, cuya primera edición apareció el 18 de diciembre de 1887. En testimonio de gratitud le regaló al autor el reloj bolsillo con cadena de oro del general, el que a su vez lo donó al Museo Histórico Nacional.
Cuando Adolfo P. Carranza le solicitó las pertenencias del Libertador para el Museo Histórico Nacional de reciente creación, donó los muebles de la habitación donde murió San Martín en Boulogne-Sur-Mer, con un croquis de la habitación que asó se exhibe hasta el presente en la casona del Parque Lezama.
Hace más de veinte años tuve acceso gracias a la amabilidad de Héctor Novaro, a las fotocopias de las cartas que atesoraba la señora Marcela Terrero. intercambiadas entre Pepita y su pariente monseñor Juan Nepomuceno Terrero, obispo de La Plata (él era bisnieto de don Francisco José de Escalada y ella de su hermano don Antonio José de Escalada). A través de dicha correspondencia conocimos el afecto que ambos se profesaron, cuando el prelado viajaba a Europa no dejó de visitarla, admiraba la labor humanitaria y de caridad de la venerable anciana y no dejo de obsequiarle una buena cantidad de pertenencias familiares, algunas del Libertador que a la muerte del obispo fueron donadas al Museo Histórico Nacional por sus sobrinos. Otra de las piezas de inmenso valor era el sillón de lectura de San Martín, que los Terrero donaron hace poco más de medio siglo al Museo Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, “Brigadier Cornelio de Saavedra”.
Resulta increíble que alguien qué tanto contribuyó a la memoria del Libertador, de quien como se ha escrito, mucho conocemos por los documentos u objetos que donó, haya sido olvidada en este día centenario. Las instituciones oficiales que deben velar por conservar la memoria de sus generosos mecenas, como ejemplo digno de ser imitado, lamentablemente no cuentan con investigadores capacitados para poner en sus agendas este tributo; y lo peor es que se dilapidan millones de pesos en sueldos improductivos.
La generosidad de doña Josefa, alcanzó también a los porteños, porque la propiedad ubicada en la esquina de las calles Perón y San Martín, la legó en su testamento al Patronato de la Infancia. Esta entidad colocó una placa recordando el gesto, y recordamos haber visto en ese predio los salones de la Casa Peuser, que en homenaje a la señora de Gutiérrez Estrada hizo una tirada de su retrato.
Un día como hoy de 1924 abandonó este mundo, en medio de la devoción y el respeto de sus vecinos de Brunoy, y el mismo alcalde despidió sus restos. Jamás visitó nuestro país, sus restos descansan en el panteón familiar, pero su cercanía y cariño por esta tierra fue más que intenso.
Dos obras evocan con el hombre de ‘El abuelo inmortal’ al general San Martín. El bronce de Ángel Ibarra García, ubicado frente al Instituto Sanmartiniano, inaugurado en diciembre de 1951. Y el libro de Arturo Capdevila, que rescata el amor del Libertador por esas niñas, cuando recrea este episodio: “Entró llorando en la habitación donde se encontraba el abuelo, lamentándose de que le habían roto su muñeca preferida y de que ésta tenía frío. San Martín se levantó, sacó del cajón de un mueble una medalla de la pendía una cinta amarilla y, dándosela a la nieta, le dijo: “Toma, ponle esto a tu muñeca para que se le quite el frío”. La niña dejó de llorar y salió de la habitación. Un rato después entró Mercedes, la hija del prócer y madre de la niña, diciéndole a San Martín: “Padre, ¿no se ha fijado usted en lo que le dio a la niña? Es la condecoración que el gobierno de España dio a usted cuando vencieron a los franceses en Bailén”. San Martín sonrió con aire bonachón y replicó. “¿Y qué? ¿Cuál es el valor de todas las cintas y condecoraciones si no alcanzan a detener las lágrimas de un niño?”.
Josefa Balcarce y San Martín de Gutiérrez de Estrada, fue la última custodia supérstite de la memoria familiar, el recordarla a cien años de su muerte, generosa y sensible al dolor humano, podemos decir que más allá de sus largos años, conservó ese corazón de niña, ese corazón que abre la puerta de los cielos.
* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.