El amado dígito

Hace apenas seis meses nadie hubiera imaginado que la inflación de mayo iba a ser de tan sólo 4,2% mensual. Entre los estertores del 2023, cuando asumió Javier Milei la presidencia de la Nación, y el mes de marzo la economía se consumía en una espiral destructiva de precios al alza. Se temía lo peor.

El devenir del tiempo, sin embargo, mostró otra cosa. El ritmo de aceleración de los aumentos en casi todos los rubros ha mostrado una clara desaceleración, fruto del apretón monetario que indujo una recesión feroz. La ecuación es sencilla: la gente no consume, la inflación baja.

El jueves el Indec difundió los datos oficiales. La inflación acumulada hasta el quinto mes del año escaló a 71,9%, mientras que el salto en la comparación interanual fue del 276,4%. Los festejos libertarios fueron tibios, pese a haber conseguido el objetivo propuesto. La pelea por la Ley Bases los dejó exhaustos.

Lo cierto es que el Gobierno se propuso desde el comienzo sofocar el proceso inflacionario y reducir el índice a tan sólo un dígito. Prometió y cumplió. Otros tantos gobernantes, con otras tantas diversas recetas, jamás lo lograron. 

De acuerdo a las cifras oficiales quedaron por encima del promedio general los rubros Comunicaciones (8,2%); Educación (7,6%); Bebidas alcohólicas y tabaco (6,7%); Restaurantes y Hoteles (5,5%); Alimentos y bebidas no alcohólicas (4,8%); Recreación y cultura (4,6%) y Bienes y servicios varios (4,3%).

La consultora que lidera el economista Camilo Tiscornia hizo hincapié en que, más allá de las variables estacionales, la inflación núcleo bajó de 6,3% a 3,7%, siendo la menor desde enero de 2022.

Enamorados del dígito, puesto ese solo numerito como objetivo de máxima, el Gobierno fragmentó el aumento de las tarifas de energía, postergó la suba de combustibles, operó contra las prepagas y dejó el cepo intacto. Finalmente logró el objetivo pero escondió bastante basura bajo la alfombra.

Es claro que ni bien corte alguno de estos cables, estallará la bomba. El dígito de inflación puede ser tan solo un efecto pasajero. “Los datos del relevamiento de precios de C&T para la región GBA de lo que va de junio muestran una incidencia cercana a un punto de inflación de los ajustes en electricidad y gas.  Así, la inflación del mes podría ser levemente superior a la de mayo“, recalca Tiscornia.

Más allá de la robustez de las cifras, lo más relevante parece ser la tendencia declinante del proceso. La parábola es descendente y eso es una cucarda que se cuelgan al pecho los libertarios. Grave sería el error si, fascinados por el dígito, posponen las correcciones que aún necesita la economía.

EN POSITIVO 

¿Cómo es que el Gobierno logró que la inflación descendiera por este vertiginoso tobogán? ¿Por qué pudo Milei y no pudieron otros? Quizás porque tenía claro el sendero y, sobre todo, porque no le temía al castigo político de los votantes. Lujos que pueden darse los outsiders.

De allí que el ministro de Economía, Luis Caputo, confesara hace algunos días que el desempleo en alza es una obviedad, dado el calibre y vigor de las medidas de política económica. ¿Que otra cosa podían dejar a su paso la motosierra y la licuadora?

Eufórico, el presidente confirmó que en la actualidad “los sueldos suben al doble de la inflación”, algo que en realidad solo atañe al trabajo registrado en general y a algunos sectores en particular. El resto no disfruta de esa aparente bonanza.

Lo cierto es que debajo del solitario dígito, del dígito triunfal, subyace una inflación reprimida. Cierto magma que todavía bulle. Los economistas, pragmáticos, recalcan que lejos está la gente de saber o interesarle la sustentabilidad del programa y que en términos políticos lo único que ven es una promesa cumplida. No es poco. Punto para Milei.

Mirando hacia adelante, el semestre podría traer alguna novedad en materia de cepo cambiario. Se duda de su completo desmantelamiento, pero habría sutiles maniobras para aflojarlo. Lo saben todos, lo pregonan los liberales, será difícil volver a crecer con un encuadre cambiario que espanta a los inversores externos. 

La semana fue por demás positiva para el Gobierno: se aprobó la emparchada Ley Bases, la inflación bajó a un dígito mensual y China dio luz verde para la renovación del swap de monedas, lo que evitó que la Argentina tuviera que afrontar en julio un vencimiento por u$s 5.000 millones. Fue algo así como un gol sobre la hora.

La noticia le permitió al Banco Central, que ahora compra dólares con cuentagotas -el agro se desprende de los billetes con cautela-, maniobrar con otro margen en cuanto a reservas. Fue, también, la confirmación de que la pirotecnia verbal de Milei, su cruzada global contra el comunismo, es sólo fulbito para la tribuna. Nadie en política internacional ofrece algo a cambio de nada.

Por si este encadenamiento de buenas noticias fuera poco, el jueves se anunció oficialmente que el Fondo Monetario Internacional aprobó las metas cumplidas por la Argentina y desembolsará la suma de u$s 800 millones.

DAÑOS COLATERALES

El plan Motosierra y Licuadora arroja daños colaterales. Lo muestra la caída de las ventas minoristas pymes, que según CAME (Confederación Argentina de la Mediana Empresa) retrocedieron 7,3% anual en mayo, a precios constantes, y acumulan una caída de 16,2% en los primeros cinco meses del año.

La recesión va dejando escombros. De acuerdo a un informe de la Confederación de Trabajadores Argentinos (CTA) se perdieron 95.000 puestos de trabajo en lo que va del año. La actividad productiva cruje, hace agua. 

Las proyecciones de mediano plazo distan de ser alentadoras. El Banco Mundial estimó que el 2024 cerrará con una caída del 3,5% en la economía, mientras que las encuestas elaboradas por las principales consultoras exhiben un giro en la preocupación de la sociedad: ya no le temen tanto a la inflación, ahora los aterroriza la pérdida del empleo.

En la esgrima verbal del Senado de la Nación, el senador Martin Lousteau aseguró que hoy la clase media lucha para retener sus símbolos, la educación y la salud privada, mientras que los de más abajo no tienen plata para todas las comidas.

Las estadísticas a veces abruman pero el dato duro tiene la virtud de atornillar la narrativa política y económica a la realidad. La merma del consumo no puede ser otra cosa más que sinónimo de crisis. Según el Indec, en marzo el Indicador sintético de servicios públicos registró una baja de 2,5% respecto al mismo mes del año anterior. La demanda de energía eléctrica, gas y agua registró una caída de 7,7% y la recolección de residuos, de 8,8%. El transporte de pasajeros se redujo 1,7% y el transporte de carga tuvo una variación negativa de 3,5%.

Es sabido que la obra pública no está contemplada en el evangelio libertario. Resulta, sin embargo, uno de los principales motores a la hora de crear empleo. De acuerdo a un documento realizado por la consultora Politikon Chaco, la inversión real directa en el rubro cayó 84,4% entre enero y mayo de este año. Y agrega que “las construcciones, que representan el 67% de la inversión real directa, muestran una caída del 86,1% real interanual”.

El panorama es malo, lo que no significa que resulte desalentador. La última encuesta del Humor social y político de la consultora D’Alessio IROL, muestra que “las perspectivas de mejoría económica superaron a las perspectivas de empeoramiento. En el mes de mayo, un 49% de la población cree que la economía estará mejor dentro de un año (el registro más alto desde marzo de 2020)”.

Tras una semana bajo metralla el Gobierno obtuvo en el Congreso la aprobación de la Ley Bases. Tiene ya el marco legislativo que reclamaba para ponerse en movimiento. Urge crecer. No hay excusas posibles. Lo exigen a gritos 55% de pobres y 17% de indigentes.