El Poeta de la zurda

El baúl de los recuerdos. Enrique García fue uno de los más grandes punteros izquierdos de la historia. El Chueco desplegó su habilidad en el ataque de Rosario Central, Racing y la Selección argentina.

“Hacele hacer un gol a Cassán”. El pedido de Fioravanti, un emblemático relator de la época, parecía una absurda imposición. Fue en pleno partido por la Copa Roca de 1940 entre Argentina y Brasil. Su interlocutor escuchó y un par de minutos después lo hizo realidad: desbordó y envió el centro que terminó en el tanto de Fabio Cassán. “Servido, señor... ¿Algo más?”, contestó ese obediente jugador. Era más que un futbolista. Era El Chueco Enrique García, un puntero de una habilidad tan poco común que quedó eternizado en la memoria popular como El Poeta de la zurda.

El fútbol no tiene demasiados secretos o quizás esté repleto de ellos. Sea como fuere, una de las presuntas certezas de un juego lleno de imprevisibilidad indica que los ataques se inician por los costados y se definen por el centro. En ese arte tan simple de enunciar y complejo de llevar a la práctica los punteros tenían una importancia decisiva.

El Chueco García era uno de esos especialistas en abrir las defensas contrarias por los flancos. Y, según cuentan, lo suyo era realmente un arte. Está instalado en la memoria futbolera como uno de los máximos referentes de una raza que el paso del tiempo y los planes de los técnicos fueron erradicando de las canchas.

El Chueco era un brillante exponente del particular arte de abrir defensas a puro desborde.

Se trataba de hombres que conjugaban una explosiva combinación de habilidad y velocidad -algunos, además, tenían potencia- y en el pasado eran conocidos como punteros, wines o aleros. Su misión consistía en desbordar por los costados, llegar al fondo de la cancha y enviar un centro al corazón del área para que otros atacantes definieran. A veces, rompían el molde y avanzaban hacia el arco en diagonal y se encargaban de ponerle el broche a las acciones ofensivas.

García, un santafesino que brilló en Rosario Central y luego se convirtió en prócer de Racing, integró la galería de excelsos cultores de ese particular oficio extinguido y que hoy es ejercido en parte por volantes que se tiran a las puntas para ensanchar el frente de ataque. Ninguno, claro, posee la mágica naturaleza de los wines del pasado. El Chueco y Félix Loustau, crack de River en los 40 y 50, fueron los mejores ejemplos de la habilidad puesta al servicio del juego.

Por supuesto hubo otros muy famosos como Ezra Sued, Oscar Ortiz, La Bruja Juan Ramón Verón y Enzo Ferrero que adherían a ese estilo. Algunos se caracterizaban por su poder de definición, tales los casos de Manuel Pelegrina, Oscar Pinino Mas y Jorge Comas, y también hubo quienes sobresalían por su potencia y rapidez como Walter Fernández y Alejandro Barberón. Todos ellos hacían lo suyo por la izquierda. Del otro lado estaban los sublimes Omar Corbatta, René Houseman y Raúl Bernao, junto con otros famosos punteros derechos como Claudio Caniggia, Mario Boyé y Ernesto Mastrángelo.

Félix Loustau también llenó de fútbol las canchas argentinas recostado por la punta izquierda. 

HABILIDAD PURA

Según el propio Chueco, la pierna derecha no le resultaba demasiado útil. “La usaba para apoyarme”, confesó alguna vez con picardía. En realidad, con la izquierda le alcanzaba y sobraba para brindar funciones de gala. La manejaba con una maestría asombrosa y siempre llevaba la pelota cerca del pie. La tenía atada. Y la transportaba con impredecibles amagos hacia un costado o hacia el otro hasta que encontraba el espacio justo como el que en 1940 le permitió dejar de cara al gol a Cassán, el artillero de Chacarita.

En esa oportunidad, Argentina se encaminaba hacia un cómodo triunfo por 4-1 sobre Brasil. Esa victoria le garantizaba la obtención de la Copa Roca, una competición en la que esos seleccionados se midieron en varias ocasiones entre 1914 y 1971. Los albicelestes se habían impuesto 6-1 en el primer partido de la edición de 1940 y venían de caer 3-2 en la revancha. El tercer duelo iba a definir el ganador de ese trofeo creado en homenaje al expresidente Julio Argentino Roca.

El Seleccionado argentino gozaba de una cómoda ventaja en ese partido disputado el 17 de marzo de 1940. Dos goles de Emilio Baldonedo, uno de Herminio Masantonio y otro de Carlos Peucelle habían marcado una clara diferencia. Leónidas, El Diamante Negro que había sido figura en el Mundial de 1938, descontó para los brasileños. Nada podía impedir el triunfo del equipo dirigido técnicamente por Guillermo Stábile, que estaba cumpliendo una actuación brillante.

El Seleccionado argentino campeón de América en 1941, con Enrique García como wing izquierdo.

Cuando faltaban poco menos de 15 minutos, entró Cassán en lugar de Masantonio. Picaba de atrás en una ofensiva que contaba con importantes centroatacantes como el implacable delantero de Huracán y otros que daban sus primeros pasos en el firmamento internacional como Ángel Laferrara (Estudiantes), Luis Arrieta (Lanús), Juan Marvezzi (Tigre) y Jaime Sarlanga (Boca). Para el goleador de Chacarita esa iba a ser su cuarta y última presentación en el equipo nacional. Fioravanti, cerca del alambrado en la cancha de Independiente, le pidió al Chueco que ayudara al hombre del Funebrero y el puntero de Racing cumplió: hizo posible el 5-1 con gol de Cassán.

Eximio gambeteador, García fue un especialista en el generoso oficio de dejar a sus compañeros mano a mano con los arqueros rivales. Lo hacía con el respaldo de una explosiva mezcla de velocidad, picardía y habilidad. Y todo lo hacía manejando una sola pierna. Por eso el ingenio popular lo transformó en El Poeta de la zurda.

DE ROSARIO A LA SELECCIÓN

Nacido en 1912 en Santa Fe, a los 15 años ya se hacía notar en los potreros. Probó suerte en Unión, pero lo rechazaron. Doce meses más tarde, se sumó a Brown. Empezó jugando en el equipo de Segunda y en 1929 un hecho fortuito le permitió debutar en Primera justamente contra los tatengues. El puntero izquierdo titular no pudo jugar por cuestiones laborales y García, a quien ya conocían como El Chueco, tuvo su oportunidad. No deslumbró, pero le puso la firma al gol con el que su equipo se llevó la victoria.

Deslumbró con sus espectaculares actuaciones en Rosario Central.

Los dirigentes de Brown le consiguieron trabajo un tiempo en la Casa de Gobierno de Santa Fe y luego en las oficinas del club. En 1930 su pase fue adquirido por Gimnasia y Esgrima de Santa Fe, que pagó 2.500 pesos para quedarse con ese zurdo imparable. La apuesta dio dividendos muy rápidamente: con una formación que se ganó el apodo de Los Pistoleros, el equipo obtuvo el título profesional de 1931.

Curiosamente, esa consagración se dio unos días antes de que Boca obtuviera la Liga Argentina, el certamen que inauguró la era rentada del fútbol nacional. Por esa razón, los hinchas de Gimnasia se jactaban de haber alentado al primer campeón profesional de la historia. Al margen de esa cuestión estadística, Los Pistoleros se hicieron famosos por el poder de su línea de ataque conformada por Gabriel Magán, Genaro Canteli, Tomás Loyarte, Oscar Salas y El Chueco García. Poco después, Magán y Canteli se sumaron a San Lorenzo y se alzaron con el título de 1933.

Las espectaculares actuaciones del puntero izquierdo de Gimnasia no pasaban inadvertidas y en 1933 lo llevaron a mudarse a Rosario Central, que abonó 5.000 pesos por la transferencia y le aseguró a García una prima de 1.500. En el conjunto canalla fue parte de una delantera muy famosa que también contaba con Juan Cagnotti, Julio Aurelio Gómez, Sebastián Guzmán y Cayetano Potro. Todos muy habilidosos, a lo largo de tres años llenaron tardes de fútbol para La Academia rosarina. Sin embargo, ese magnífico ataque no logró ser campeón.

Aunque integró una famosa formación canalla, nunca pudo ser campeón en la Liga rosarina.

La fama de García había traspasado las fronteras de Santa Fe. La Chancha Manuel Seoane, antigua figura de Independiente en los últimos años del período amateur y en el inicio de la etapa profesional, tomó las riendas de la Selección en 1935. Y en su debut, el 18 de julio, incluyó en la punta izquierda del ataque al Chueco García. Compartió la ofensiva con Miguel Ángel Lauri (Estudiantes), Antonio Rivarola (Huracán), Francisco Varallo (Boca) y Peucelle (River). Argentina derrotó 1-0 a Uruguay en Montevideo con un tanto del delantero millonario.

La presencia del wing de La Academia rosarina se hizo habitual en el elenco albiceleste. Formaba lo que por entonces se conocía como el ala izquierda con Diego García (San Lorenzo), Peucelle, Alejandro Scopelli (Estudiantes), Roberto Cherro (Boca), Antonio Sastre (Independiente) o José Manuel Moreno (River). Con este último se entendía de maravilla y juntos le dieron vida a una celebrada sociedad que ganó el Campeonato Sudamericano en 1937 y 1941. La primera fue posible gracias a una inesperada gesta goleadora de un joven Vicente De la Mata, a quien había enfrentado cuando este vestía la camiseta de Central Córdoba en la Liga rosarina.

En realidad, el segundo título de la competición que hoy se denomina Copa América lo alcanzó formando dupla con El Cuila Sastre, otro fenómeno eterno. A esa altura, Moreno -en ese entonces apodado El Fanfa antes de quedar inmortalizado como El Charro- se había corrido al puesto de entreala derecha (un número 8 con vocación ofensiva) por la aparición en River de Ángel Labruna en 1939. Los dos millonarios eran piezas fundamentales de La Máquina, el quinteto ofensivo que revolucionó la forma de entender el fútbol en esos años.

Se entendía a la perfección con José Manuel Moreno.

Su presencia en la Selección se tornaba imprescindible. Se antojaba inaudito pensar en incluir a otro puntero izquierdo que no fuera El Poeta de la zurda. Tanto es así que hasta 1943 fue titular indiscutido y apenas les concedió oportunidades a otros exponentes de su puesto como Pelegrina (Estudiantes), Gabino Arregui (Gimnasia y Esgrima La Plata) y Juan Silvano Ferreyra (Newell´s). El Chueco jugó las Copas América de 1937 (campeón), 1941 (campeón) y 1942 (subcampeón).

Según los precisos datos estadísticos de una obra indispensable como lo es Quién es quién en la Selección Argentina – Diccionario sobre los futbolistas internacionales (1902-2010), escrita por el periodista Julio Macías, García vistió la camiseta celeste y blanca 35 veces, siempre ingresó desde el arranque y solo fue reemplazado en tres ocasiones. A pesar de no ser un goleador consumado, marcó nueve tantos (cuatro a Brasil, dos a Uruguay y uno a Paraguay, Chile y Ecuador). Su última conquista se dio en un encuentro histórico: el 12-0 sobre los ecuatorianos en la Copa América de 1942.

MAESTRO DE LA ACADEMIA

Las andanzas de Cagnotti, Gómez, Guzmán, Potro y García en Central eran muy comentadas en Buenos Aires. Independiente intentó hacerse de los servicios de los miembros del quinteto, pero los rosarinos se despacharon con un monto impagable para los de Avellaneda. Ninguno de ellos permaneció demasiado en ese equipo: el primero en partir fue justamente El Chueco.

El Chueco llegó a Racing en 1936 y se quedó en Avellaneda hasta su retiro. 

Cagnotti sí fue a Independiente en 1937, pero fue apenas un ave de paso; Gómez, Guzmán y Potro se incorporaron ese mismo año a Chacarita y los dos entrealas se reunieron poco después en Estudiantes. Gómez también actuó en Lanús y La Chancha Guzmán en Quilmes hasta que en 1940 volvió a Central. Ninguno de ellos se destacó como lo había hecho en tierras rosarinas y solo El Brujo Gómez pudo vestir la camiseta de la Selección en dos ocasiones en 1940, cuando militaba en el conjunto platense.

El Poeta de la zurda armó las valijas a principios de 1936, pero no para irse a Independiente, sino a Racing. Pese a que en Central no estaban convencidos de verlo partir, el jugador insistió y en una operación de alrededor de 40 mil pesos cambió a La Academia rosarina por la de Avellaneda. Debutó en su nuevo equipo el 3 de mayo, por la 5ª fecha del torneo de Primera División. Los albicelestes perdieron 2-1 en su visita a Tigre y las crónicas de la época revelan que los simpatizantes no se ilusionaron demasiado con su nuevo alero.

Lauri, Vicente La Bordadora Zito, Evaristo Barrera -máximo goleador académico en el profesionalismo con 136 tantos en 142 partidos- y El Conejo Scopelli fueron los compañeros del Chueco en su primera vez en el club. Racing perseguía infructuosamente el título que se le negaba desde su cetro en el certamen amateur de 1925. Había contratado jugadores muy importantes como Lauri y Scopelli, quienes acababan de regresar del fútbol europeo, al que habían llegado luego de brillar en una delantera de Estudiantes conocida como Los Profesores.

Formó una gran dupla con el paraguayo Delfín Benítez Cáceres, pero tampoco en Avellaneda ganó títulos.

La decepción inicial que causó García se debió a que ocultó una lesión en el pie izquierdo. Cuando se recuperó, borró todas las dudas. Y jamás apareció alguien capaz de luchar por el puesto de puntero izquierdo con el santafesino. El Chueco no faltó a ningún partido hasta 1943. Sí, siete años de asistencia perfecta. No había lesión ni enfermedad que lo forzara a ausentarse. Y en cada partido sacó a relucir su impresionante calidad para instalar la ilusión de que la gloria no iba a esquivar para siempre a Racing.

La Academia no podía entreverarse en la lucha por el título. Para colmo de males, en 1938 y 1939 Independiente hilvanó sus primeros dos campeonatos en la era profesional. Los perfectos centros de García para los goles de Barrera o del rosarino Roberto D´Alessandro -el sucesor del máximo artillero- no bastaban para impulsar a Racing a la cima. Eso tampoco cambió cuando arribó el paraguayo Delfín Benítez Cáceres, de excelente labor en Boca junto a Pancho Varallo y a Cabecita de oro Cherro. Ni siquiera sirvieron los 33 goles del exatacante xeneize en 1940.

Las frustraciones al final de cada temporada contrastaban nítidamente con los fabulosos desempeños del Chueco. Ya sea en Racing o en la Selección, el público de otros equipos ocupaba las tribunas para disfrutar de la habilidad del wing académico. Sus desbordes y precisos centros eran un espectáculo aparte. Un espectáculo en sí mismo.

Una grave lesión precipitó el retiro de Enrique García.

El 18 de abril de 1943 se cortó su llamativa racha de presencias sin un solo faltazo. Se lesionó en la primera fecha contra Boca y debió pasar por el quirófano para ser operado de los meniscos de la pierna derecha. Tardó casi un año en volver. Lo había reemplazado El Turco Sued, casi tan habilidoso como él. Cuando regresó, se corrió a la punta derecha y se las ingenió para hacer de las suyas a pesar de los problemas de perfil. Le costaba recuperar el nivel del pasado.

El 17 de septiembre de 1944 integró por última vez el ataque de Racing en el empate 0-0 con San Lorenzo en El Gasómetro de avenida La Plata. A principios del 45 les comunicó a los dirigentes académicos su decisión de alejarse del fútbol. Así le bajaba el telón a una larga carrera en Avellaneda que incluyó 232 partidos y 78 goles. Tal como le había sucedido en Central, no pudo ganar títulos. Se fue en silencio, sin estridencias. Dejó un vacío enorme porque El Poeta de la zurda fue único e inimitable.