El Hacha Ludueña, un símbolo del fútbol del interior

El baúl de los recuerdos. Emblema de Talleres, fue un mediocampista habilidoso, con calidad y poder de definición. Menotti lo tenía en sus planes, pero una insólita lesión lo dejó al margen del Mundial 78.

“Dígale al hombre de los cabellos negros y largos que él es el Dios del Fútbol, que nos ha deslumbrado tanto como Pelé. Dígale, le repito, que él es el Dios del Fútbol”. Ntukani Nzuzi Musenda, jefe de deportes del diario Elima, recurrió a un traductor para hacerle llegar ese mensaje a Luis Antonio Ludueña, el mediocampista de Talleres que había fascinado a los zaireños en un gira. Quizás el juicio del periodista haya sido una exageración. En lo que no se equivocó, sin embargo, fue en ponderar el juego del Hacha, un fenómeno que simbolizaba la fuerza del fútbol del interior.

La anécdota en el aeropuerto de Kinshasa se dio poco después de un certamen amistoso que La T disputó en Zaire (hoy, República Democrática del Congo) en 1976 con Temperley, el seleccionado local y dos equipos de ese país (Itama y Vita). En ese tiempo, Ludueña ya era famoso a lo largo y a lo ancho de la Argentina porque tenía un intenso romance con la pelota, por su andar tan cansino como exquisito y por sus goles.

Jugaba bárbaro ese mediocampista que habitualmente lucía la camiseta número 8 en una época en la que ocupar ese puesto significaba asociarse con el 10 -el maestro de ceremonias del equipo- para manejar los tiempos y, al mismo tiempo, ayudar a recuperar el balón cuando lo tenía el bando rival. A veces también se movía un poco al medio para desempeñarse como volante central. Se destacó en ambas funciones. Fue un emblema de Talleres en un momento en el que una revista del prestigio de El Gráfico no tuvo empacho en afirmar que los cordobeses mostraban “el mejor fútbol del país”.

Agustín Mario Cejas ya quedó en el camino y Ludueña se apresta a definir ante el arco desguarnecido de Racing.

A mediados de la década del 70, Talleres era un protagonista estelar de los viejos torneos Nacionales que organizaba la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). Deslumbraba con su reverencial respeto por la pelota. Ludueña, El Rana José Daniel Valencia, La Pepona José Omar Reinaldi, Daniel Willington… Abundaba el talento. No sobraba. Los buenos nunca sobran. Técnicos prestigiosos como Ángel Labruna, Adolfo Pedernera, Rubén Bravo y Roberto Marcos Saporiti se daban el lujo de tener recursos ilimitados a la hora de elegir la mejor alineación posible.

En ese amplio abanico de posibilidades a la hora de formar el equipo ideal Ludueña siempre tenía su lugar asegurado. ¿Cómo privarse de un jugador que hacía todo bien? Si había que marcar, marcaba; si era necesario que alguien mostrara el camino hacia el arco contrario, él lo hacía y, por si fuera poco, también dejaba en claro que no se le achicaba el arco cuando llegaba a posiciones de gol. Si La T tenía, como decía El Gráfico, “el mejor fútbol del país”, era porque en sus filas contaba con El Hacha.

SE PERDIÓ EL MUNDIAL 78

Cuando César Luis Menotti se hizo cargo de la Selección anunció que las puertas debían estar abiertas de par en par para todo los jugadores. El Flaco decidió terminar con la costumbre de los anteriores entrenadores de citar solo a los futbolistas de los conjuntos que habitualmente competían en los certámenes de la AFA. Quería que el equipo nacional fuera el fiel reflejo del potencial futbolístico argentino. Por eso creó la Selección del interior, un plantel conformado por hombres de tierra adentro para ampliar la base de candidatos para disputar el Mundial 78.

 

César Luis Menotti al frente de la Selección del Interior, una idea revolucionaria que cambió para siempre la historia.

Menotti asumió el cargo en septiembre de 1974 y menos de un año después ya puso manos a la obra con su idea de federalizar el representativo albiceleste. El 27 de agosto del 75, la Selección del interior hizo su presentación formal en un partido contra Bolivia, por la Copa Cornelio Saavedra. Y, por supuesto, Ludueña estuvo entre los convocados para ese encuentro en el que Argentina se impuso 2-1 con goles de Daniel Astegiano y Antonio Rosa Alderete. El Hacha ingresó faltando diez minutos en reemplazo justamente del autor del segundo tanto.

Oscar Rogelio Quiroga; Victorio Ocaño, Luis Galván, Pablo de las Mercedes Cárdenas, Rafael Pavón; Osvaldo Ardiles, Miguel Ángel Oviedo, Valencia; René Alderete, Astegiano y Antonio Alderete fueron los titulares. En esa oportunidad entraron, además, Ricardo Julio Villa por René Alderete y Rubén Giordano por El Cata Oviedo.

La mayoría era de Talleres, salvo Pavón, que actuaba en Belgrano, Oviedo del Racing de La Docta, Ardiles, de Instituto, Cárdenas, de Juventud Antoniana de Salta, René Alderete y Villa, de Atlético Tucumán y Astegiano, de Atlético Ledesma, de Jujuy. El único que no llegaba desde el interior era Giordano, quien pertenecía al Racing Club de Avellaneda.

Era una de las opciones que Menotti tenía en cuenta para ocupar el costado derecho del medicampo de la Selección.

El proceso continuó porque Menotti era firme en sus convicciones y los jugadores del interior empezaron a convivir con las figuras de los elencos porteños y bonaerenses. Tanto es así que en la Copa América de ese año el plantel argentino estuvo integrado casi en su totalidad por los hombres de la Selección del interior. Ellos fueron parte del contundente triunfo sobre Venezuela por 11-0 en Rosario, la segunda mayor victoria albiceleste en esa competición.

Aunque Ludueña solo estuvo vestido de celeste y blanco por algo más de diez minutos, Menotti lo tuvo en sus planes hasta el instante mismo en el que debió darle forma a la lista definitiva de 22 mundialistas. Lo veía como una alternativa más que válida para actuar como mediocampista por la derecha. Allí competía con Ardiles -finalmente, el dueño del puesto en el equipo que ganó la Copa del Mundo- y con Juan José López, quien perdió terreno por un conflicto entre la AFA y River, su club. Otra opción era Omar Larrosa, a quien había tenido en el fantástico Huracán campeón del Metropolitano de 1973.

En los días previos al anuncio del plantel se daba por descontada la presencia del Hacha. Sin embargo, un absurdo problema físico lo dejó fuera de carrera. Estaba comiendo con unos amigos y una persona lo empujó a una pileta. Ludueña sufrió un corte en el pie derecho. No parecía grave, hasta que el médico Hugo Velázquez detectó el problema: en ese accidente, el cordobés se cortó el tendón del dedo gordo y quedó al margen del Seleccionado que consiguió en 1978 el primer título del mundo.

Avanza El Hacha en un partido contra Chile por el Preolímpico de 1980.

El Hacha mitigó en parte esa pena a principios de 1980, cuando resultó pieza clave del Seleccionado que ganó el Preolímpico disputado en Colombia y que era clasificatorio para los Juegos de Moscú que iban a celebrarse ese mismo año. El éxito quedó opacado por la decisión del Gobierno nacional de ese entonces de plegarse al boicot encabezado por los Estados Unidos contra la Unión Soviética.

Menotti designó a Federico Sacchi, un recordado zaguero de galera y bastón que se lució en Newell´s, Racing, Boca y la Selección en los años 50 y 60, para estar al frente del plantel en el Preolímpico. Ludueña se erigió en una de las principales figuras del equipo y marcó dos tantos en el triunfo por 4-0 sobre Bolivia. Sin embargo, la estrella albiceleste fue el tucumano Juan José Meza, quien había acompañado a Diego Maradona y Ramón Díaz en la conquista del Mundial juvenil de Japón en 1979 y que en esa época jugaba en Instituto.

Ludueña era una de los embajadores de La Docta en ese Seleccionado: junto con él estuvieron sus compañeros de Talleres Quiroga, Ocaño, Víctor Binello, Eduardo Astudillo, Ángel Guillermo Hoyos y Ángel Bocanelli; Instituto aportó las presencias de Meza y Luis Oropel y Racing las de Enrique Veloso y El Pato Roberto Gasparini. El Preolímpico le puso punto final a los días del Hacha en celeste y blanco.

El comienzo de la historia se dio con la camseta de San Lorenzo, de Córdoba.

EMBLEMA DE TALLERES

Nacido el 21 de febrero de 1954 en Córdoba, Ludueña se hizo conocido con la camiseta azulgrana de San Lorenzo, de su provincia. Allí se consagró campeón de la Primera B local en 1972. La larga y oscura melena y el elegante andar del jugador captaron la atención de los dirigentes de Talleres, que ofrecieron 15 millones de pesos -una fortuna- para hacerse con los servicios de ese prometedor volante en 1974. Cuando llegó al conjunto tallarín se encontró con Labruna, quien inmediatamente lo puso entre los titulares.

Muy pronto empezaron los festejos. Talleres ganó el Zonal y el Oficial de 1974. Y ese mismo año tuvo una notable participación en las competiciones de AFA: alcanzó la ronda final del Nacional. Ludueña debutó el 21 de julio y fue el autor del gol con el que su equipo venció 1-0 a Gimnasia. A los 40 minutos del segundo tiempo derrotó desde el punto penal a Hugo Orlando Gatti. Y cuando Labruna regresó a River para llevarlo al bicampeonato en 1975 luego de 18 años de frustraciones, llegó Pedernera para que El Hacha terminara de afirmarse.

El 8 se hizo insustituible. Talleres se quedó con el Apertura, el Clausura y el Oficial de la Liga Cordobesa en 1975, 1976 y 1977. Dominaba a voluntad en su tierra y durante el último de esos años extendió su supremacía a la Copa Hermandad, un certamen creado por la Liga del Interior, una entidad que intentó luchar contra el poder de la AFA y armar un torneo más federal que los Nacionales. Esa iniciativa no prosperó, pero le permitió a La T demostrar en la cancha que era el mejor equipo de tierra adentro.

El Hacha se entendia a la perfección con El Rana José Daniel Valencia, un 10 de una habilidad prodigiosa.

Con El Hacha como pilar fundamental, Talleres vivió algunos hitos inolvidables. Cuando se fue Pedernera llegaron El Maestro Bravo -exquisito delantero del Racing tricampeón 1949, 1950 y 1951- y Saporiti. Cambiaban los técnicos, pero los buenos resultados se mantenían. Así, los cordobeses definieron el Nacional del 77 contra Independiente en una recordada final en la que los de Avellaneda se quedaron con el título con un agónico 2-2 conseguido con un golazo de Ricardo Bochini en un partido en el que el Rojo sufrió tres expulsiones.

“¡Sol y luna, sol y luna, esta noche nos comemos a los pollitos de Labruna!”, cantaban los hinchas tallarines cuando las huestes de Saporiti doblegaron en ese mismo torneo a un River lleno de futuros campeones del mundo con la Selección en 1978. Un zurdazo espectacular de ese prodigio de habilidad que era El Rana Valencia definió el pleito que invitó a El Gráfico a postular que Talleres tenía “el mejor fútbol del país”.

En 1976 Talleres y Ludueña habían sido partícipes de una fecha fundamental en la historia del fútbol argentino. El 20 de octubre visitaron a Argentinos Juniors en La Paternal. Ese día se produjo el bautismo futbolero de Maradona, quien, no bien entró en acción le tiró un caño al mediocampista cordobés Juan Domingo Patricio Cabrera. Más allá del asombro que provocó la irrupción de Diego, La T se llevó el triunfo gracias a un gol del Hacha. Se podría decir que Ludueña opacó el debut de uno de los más grandes jugadores de todos los tiempos.

Talleres fue uno de los grandes protagonistas de la década el 70 en el fútbol argentino.

Eso ocurrió en el Nacional, en el que Talleres sucumbió ante River en las semifinales del campeonato que terminó llevándose Boca en la primera final de la historia entre xeneizes y millonarios. Ludueña brilló en ese torneo: compartió el liderazgo de la tabla de goleadores con Norberto Llamarada Eresuma, de San Lorenzo de Mar del Plata, y Víctor Marchetti, de Unión. El Hacha se despachó 12 tantos y no hizo más que demostrar que era uno de los mejores mediocampistas del país.

El anecdotario de ese Talleres y de su destacado número 8 incluyó, además, un triunfo sobre Polonia en un amistoso. Los europeos eran una de las potencias futbolísticas de los 70. Habían ganado la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972 y dos años más tarde terminaron terceros en el Mundial de Alemania Federal. En el 77 llegaron a la Argentina para encarar una serie de partidos como parte de su puesta a punto para la Copa del 78.

En la delegación encabezada por el DT Jacek Gmoch aparecían algunos de los máximos exponentes del equipo que tantos elogios cosechaba. Pasaron por estas latitudes el seguro arquero Jan Tomaszewski, el defensor Wladyslaw Zmuda, el exquisito volante ofensivo Kazimierz Deyna, el temible goleador Grzegorz Lato -principal artillero del Mundial 74-, su socio Andrzej Szarmach y Zbigniew Boniek, una de las nuevas estrellas.

 

Ludueña tenía una excelente relación con la pelota. Le daba un trato exquisito.

Su compromiso más significativo del periplo que se cerró con empates 1-1 con San Martín de Tucumán y Godoy Cruz de Mendoza tuvo lugar en La Bombonera el 29 de mayo, cuando perdió 3-1 con la Selección argentina. Dos goles de Ricardo Daniel Bertoni y uno de Leopoldo Jacinto Luque hicieron posible el triunfo albiceleste. Lato descontó para los polacos, que pusieron en la cancha a todos sus titulares.

El 1 de junio viajaron a Córdoba para vérselas con Talleres. En La Boutique, la cancha de La T, los muchachos del Maestro Bravo cumplieron un muy buen papel y se quedaron con la victoria por 1-0, merced a una conquista del implacable Humberto Rafael Bravo. Polonia apeló a una formación alternativa, aunque sí contó con Lato y Boniek. Ludueña se elevó como uno de los jugadores más destacados de un equipo en el que también sobresalieron Willington, Galván y Oviedo.

Pero hubo más todavía: en 1979, Ludueña le hizo un gol al famoso arquero italiano Enrico Albertosi en el 1-1 que Talleres recogió contra el Milan, en ese entonces campeón del Calcio. Para el equipo de Saporiti la igualdad resultó todavía más trascendente porque le faltaron puntales como Valencia, Alberto Tarantini -un campeón del mundo que se incorporó ese año-, Oviedo y Reinaldi, Además de Albertosi, los peninsulares salieron a escena con Gianni Rivera -El Bambino de Oro-, Fabio Capello y Franco Baresi.

Escapa de la marca en el amistoso contra Milan. Ese dia, les hizo un gol a los campeones del Calcio.

NO TODO LO QUE BRILLA ES ORO

La calidad del Hacha no era un secreto. Todo el mundo sabía que Talleres contaba en sus filas con un jugador sensacional. Pero así como brillaba dentro de la cancha, fuera de ella el cordobés era una sumisa víctima del alcohol y de las noches de recorrida de un boliche a otro. Así se saboteó a sí mismo porque durante un largo tiempo dio ventajas dentro de la cancha, despilfarró sus ganancias y complicó la relación con su familia, en especial con sus hijos. Fue padre del Hachita Daniel y de Gonzalo, ambos futbolistas.

Así y todo, siempre se destacó. Su talento parecía indestructible. Durante casi una década fue referente de Talleres. A sus anteriores conquistas les agregó el Clausura y el Oficial de la Liga Cordobesa de 1978 y el Apertura y el Oficial del 79. En las retinas de los hinchas quedaron los cuatro goles que le marcó a Belgrano en un clásico correspondiente a las semifinales del Clausura del 78.

Permaneció en el club hasta 1982, cuando se alejó después de anotar 113 goles en 340 partidos y de festejar 16 títulos. Era imposible separar el impacto futbolístico del equipo de los desempeños del Hacha… Sí, claro, también estaban Valencia, Reinaldi, el goleador Humberto Rafael Bravo y El Cata Oviedo, entre otros, pero Ludueña era Ludueña.

Dueño de una notable pegada, Ludueña era un arma peligrosa a la hora de ejecutar un tiro libre.

Su estatura de excelente jugador sedujo al Málaga, de España, que buscó llevárselo en 1981. La operación estaba concretada, pero una desinteligencia de último momento por el monto del pase desembocó en el regreso del jugador a Córdoba. Los dirigentes no tomaron bien el fracaso de la negociación y le negaron la oportunidad de incorporarse a Boca, Independiente y San Lorenzo, que también suspiraban por él.

Se fue a Estudiantes de Río Cuarto, con el que se dio el gusto de superar a Belgrano en la finalísima del Provincial que le dio a su equipo la posibilidad de acceder al Nacional de 1983. En ese triunfo por 3-1 debió soportar los insultos de los hinchas piratas, pero se desquitó al ponerle la firma al tercer tanto y festejarlo con una musculosa de Talleres debajo de su camiseta.

Ludueña festeja el gol que le hizo a Belgrano jugando para Estudiantes de Rio Cuarto en la final del Provincial.

Alcanzó a jugar tres partidos en la primera participación de Estudiantes en un Nacional y, ya con la idea de colgar los botines, se llevó su fútbol a Instituto, pero apenas pudo dar el presente en seis oportunidades. El retiro estaba cercano. Lo sacudió la pobreza por sus malas decisiones y terminó trabajando en la Legislatura de Córdoba y en San Lorenzo, el club de sus orígenes. Murió el 9 de marzo de 2023 a los 69 años después de luchar durante mucho tiempo contra el cáncer. Su recuerdo permanece vivo como un símbolo del fútbol del interior.

El grito de gol de cara a la hinchada de Talleres. La Pepona José Omar Reinaldi se acerca para compartir la celebración.