El Concilio Vaticano II, de la primavera al invierno eclesial

Con una separación de casi un centenar de años, las páginas de La Prensa reflejaron las alternativas de nada menos que dos concilios ecuménicos muy dispares, el segundo de los cuales es todavía hoy objeto de controversias, ya que en él emergieron con fuerza ideas modernistas que se venían propagando desde la Ilustración y que provocaron un estado de disensión tal, que pronto llevaría a la Iglesia católica a pasar de la autocrítica a la autodemolición. Un resultado admitido por varios de los pontífices posconciliares.

Del Concilio Vaticano I (8 de diciembre de 1869-20 de octubre de 1870) poco reportó La Prensa. La novedad sorprendió al diario cuando apenas habían transcurrido dos meses desde que lanzara su primer número a la calle. 

En ese momento contaba el periódico con solo cuatro páginas y en ellas las noticias del exterior ocupaban muy poco espacio. Provenientes de despachos telegráficos, se presentaban hilvanadas unas detrás de otras, con una extensión de tres o cuatro líneas cada una. En diciembre, que es cuando se inauguró la asamblea y comenzaron los trabajos, solo de vez en cuando apareció alguna referencia al Concilio, y esto para informar recién de la disposición de algunos cardenales de impulsar las tesis más liberales, afines con la postura editorial del diario. 

Las noticias llegaban con mucha demora: el discurso inaugural que pronunció el papa Pío IX se publicó solo el 12 de enero. Ese mismo día, una nota sin firma ofrecía una mirada crítica sobre el acontecimiento. "Pío IX quiere que su infalibilidad quede consagrada como dogma, lo que la mayoría de los obispos no puede conceder. Ser infalible supone no engañarse, y el pontificado de Pío IX es una prueba histórica e incontestable de sus errores", señalaba. 

Poco más que eso se diría hasta julio de 1870, cuando solo faltaban tres meses para la conclusión de la asamblea. Y eso, pese a que ya se había aprobado la Constitución Dogmática Pastor Aeternus que declaró el dogma de la infalibilidad papal, aquello contra lo que se había manifestado el diario y por lo que sería recordado el Concilio. 

Distinta fue la cobertura para el Concilio Vaticano II (11 de octubre de 1962-8 de diciembre de 1965), cuando la edición del diario contaba ya con una veintena de páginas. El papa Juan XXIII lo había convocado con la idea de exponer las mismas enseñanzas de siempre con un lenguaje adaptado a los nuevos tiempos, y estaba convencido de que el trámite sería rápido. Se hablaba con entusiasmo de una primavera eclesial.

La Prensa siguió las alternativas a través de las agencias de noticias, en particular United Press y su enviado Daniel Gilmore, y de sus propios corresponsales. Uno de ellos, José Antonio Mendía, escribía antes de la inauguración del magno acontecimiento una nota que refleja cómo la expectativa mediática excedía ya la voluntad de Juan XXIII y auspiciaba reformas: "El inminente Concilio Vaticano no será, como muchos de los que lo han precedido, un concilio doctrinal sino un concilio reformador. Se trata de reorganizar la Iglesia, de renovar sus métodos de funcionamiento y adaptarla a las condiciones de época que atraviesa". Germán Arciniegas, en cambio, aportaba coloridas descripciones de la ciudad y del país que acogerían el acontecimiento. 

La inauguración del Concilio fue el principal título de la portada de La Prensa, con las palabras del Papa abogando por la unidad cristiana. Pero no había pasado un día cuando el diario ya reflejaba la interrupción de labores de los padres conciliares por una cuestión de designación de cargos en las comisiones. Un preanuncio de las tensiones y conflictos que estallarían en el seno de la asamblea. 
A partir del 23 de octubre, el bloqueo dispuesto por Estados Unidos a Cuba para que no reciba armas sacudió al mundo y borró de la agenda informativa el tema religioso. Apenas hubo algún suelto ese mes y en noviembre para dar cuenta de que comenzarían a tratarse cuestiones litúrgicas, uno de los asuntos que estarían al final entre los más controvertidos del Concilio. 

Para el 15 de noviembre, el diario ya mencionaba una "rebelión" de los padres conciliares más liberales.

En ese estado, y con la salud de Juan XXIII ya deteriorada, llegó el 8 de diciembre, día en que el Concilio entró en receso tras haber celebrado 36 reuniones de trabajo (asambleas generales plenarias en la Basílica), y haber debatido 5 de los 70 proyectos presentados, como dio cuenta La Prensa. Pero para entonces ya estaba claro que no duraría los tres meses que suponía inicialmente el Papa y que los resultados serían muy distintos a sus expectativas.

El hondo fervor religioso en las visitas de Juan Pablo II

Nunca un Sumo Pontífice de la Iglesia católica había pisado suelo argentino y en los años 80 del siglo pasado ese acontecimiento extraordinario se repetiría dos veces, con pocos años de diferencia. El inesperado viaje de Juan Pablo II en 1982 suscitó un "hondo fervor religioso", según constató entonces La Prensa, que se repitió cinco años después, cuando miles de personas se volcaron a las calles para verlo pasar o escuchar sus palabras. 

Las circunstancias no podían ser más dolorosas para la primera peregrinación, en junio de 1982, cuando la guerra por las Malvinas alcanzaba desarrollos bélicos de dramática magnitud. Juan Pablo II tenía programado un viaje pastoral al Reino Unido y entonces decidió venir también aquí a "elevar la misma plegaria" por la paz. Sería un viaje relámpago, de apenas 30 horas. 

El día de su llegada, sábado 12 de junio, la visita desplazó de la portada a la propia guerra. Incluso cuando el Papa pasó en su vehículo frente al viejo edificio de La Prensa, en su camino hacia la catedral metropolitana, el diario hizo sonar su sirena, como lo había hecho siempre con los grandes acontecimientos de la historia. 

 

 

Las multitudes que acompañaron su paso llevarían a algunos testigos a afirmar que se trataba de un "acontecimiento nunca visto en el país". Pero no todos veían su visita con buenos ojos en aquellas circunstancias. Manfred Schönfeld era uno de los disconformes y así lo había expresado en una columna de opinión: "La Argentina no está para despliegues multitudinarios ni para visitas de Estado ni para un desgaste de sus sentimientos, a no ser que todo eso esté dirigido a una meta única: la de lograr la victoria, para que ella y sólo ella traiga la paz". 

Distinta fue la visión de Jesús Iglesias Rouco, quien en una nota publicada después de la partida de Juan Pablo II afirmó: "Las palabras de paz y de justicia del Papa han servido quizás para fortalecer el espíritu de la nación, y así renovar su esperanza, tantas veces perdida. Un país como la Argentina, aislado y humillado (...) debe encontrar ahora en esa voz, o por lo menos buscar en ella, el aliento que necesita, no sólo para defender su causa sino para iluminar su conciencia".

Ese júbilo popular se repetiría a partir del lunes 6 de abril de 1987, cuando Juan Pablo II volvió al país para una visita de seis días. La Prensa abrió su edición del martes con su llegada al aeroparque y reflejó el numeroso público que lo saludó a su paso por la Costanera y la avenida Sarmiento. Un marco festivo que, según relevó el diario, se extendió hasta el centro de la ciudad, donde los edificios habían colocado banderas argentinas y del Vaticano. En su gira por el país, que incluyó escalas en diez ciudades del interior, La Prensa destacó el "desbordante entusiasmo" que lo acompañó y dio abundante espacio a sus palabras.

El periodista Hugo Chantada, especializado en asuntos religiosos, comentó en La Prensa aspectos particulares de sus visitas o de sus homilías, mientras que Iglesias Rouco, con una mirada secular, aportó sin embargo un análisis de más largo plazo.

En tres artículos publicados en la portada en días sucesivos aludió a una tensión creciente entre el gobierno de Alfonsín y el Vaticano. El columnista advertía que los discursos de Juan Pablo II planteaban discrepancias con el Ejecutivo. Tanto por su pedido de "reconciliación" interna tras la guerra a la subversión; como por su reivindicación de la empresa evangelizadora en tiempos de la colonia y de la generación del 1880, que había sido cuestionada por sectores de ese gobierno; pero también por el decidido respaldo que había manifestado a los padres de familia católicos en su derecho a la elección en materia educativa, y por otras cuestiones entre las que mencionó el divorcio vincular. Esos eran, en sus palabras, "nubarrones" que se avecinaban.

ADB