El Club Evaristo (parte XXIX): el caso de los blancos de Villegas

La borrachera en compañía de tres marineros y el tratamiento sucesivo de dos casos vinculados con submarinos, le había prestado al Club Evaristo cierto tinte naval. Así que, en homenaje a la variedad, se resolvió debatir, en la sesión siguiente, un asunto asociado con acciones terrestres. Y alguien sugirió que un buen tema sería el del robo por los indios de la caballada del entonces coronel Villegas, en Trenque Lauquen, allá por 1878. El encargado de exponerlo fue Bob O’Connor.
–La llamada Conquista del Desierto fue una empresa formidable, que culminó con la expedición del general Roca al Río Negro, mediante la cual se incorporaron 20.000 leguas al territorio de la República –dijo para empezar–. Bajo muchos aspectos la misma supera en importancia aquella llevada a cabo por los norteamericanos para agregar a la Unión el Lejano Oeste pero, mientras ellos la transformaron en una gesta exaltada por el cine, nosotros no sólo olvidamos la nuestra sino que manchamos los monumentos levantados en homenaje del militar que la concluyó felizmente.
”Un argentino del siglo XIX se hubiera asombrado al oír que alguien pusiera en tela de juicio la guerra al malón, que constituía una verdadera Política de Estado, unánimemente aceptada para contener las incursiones de indios araucanos que, partiendo desde el otro lado de la cordillera, asesinaban a los pobladores de frontera, se llevaban cautivas a las mujeres, incendiaban pueblos y robaban enormes rodeos de hacienda que vendían a comerciantes chilenos”.
”La defensa opuesta a tales incursiones consistía en una sucesión de fortines, guarnecida por sufridos milicos del Ejército de Línea que tantas veces dejaron sus huesos en las dilatadas distancias de la pampa. De poco sirvió la extensa zanja que hizo cavar el doctor Alsina, siendo ministro de Guerra, para detener los malones, ya que los indios se las arreglaban para franquearla de distintos modos. Así que el tremendo problema sólo tuvo solución cuando Roca, sucesor de Alsina en el cargo, cambió la política defensiva por una gran ofensiva que empujó la indiada hasta el otro lado de los Andes”.
”Pues bien, antes de esa campaña final, una de las comandancias más importantes de la frontera era la de Trenque Lauquen, a cargo en 1877 del entonces coronel Conrado Excelso Villegas, comandante del 3 de Caballería, conocido como El Tres de Fierro.
”Este regimiento legendario tenía una particularidad: montaba caballos de pelea blancos, que constituían el terror de los salvajes”.

ANIMALES MITICOS
”El origen de los mismos es el siguiente: vencida la revolución mitrista de 1874, mencionada aquí cuando tratamos el caso del general Ivanovski, se permitió a los jefes vencedores quedarse con 6.000 caballos que habían pertenecido a las fuerzas derrotadas. Vi- llegas se contaba entre aquéllos y eligió para su unidad 600 anima- les, tordillos o bayos. Que, como digo, adquirieron ribetes míticos en la guerra del desierto. Cuidados y bien alimentados, su entrada en combate resultaba decisiva. Sirva como ejemplo señalar que un soldado del 3 prefería congelarse durmiendo al raso que quitarle a su blanco la manta con que lo cubría las noches de helada. Y fue en la noche del 21 de octubre de aquel año 77 cuando ocurrió el hecho terrible que paso a relatar”.
”Estaban los blancos cerca de la comandancia de Trenque Lauquen, en un corral delimitado por una zanja, custodiados por ocho soldados al mando del sargento Francisco Carranza. Fuera porque estaban cansados luego de una larga descubierta, fuera porque la proximidad de la comandancia tornaba impensable que los salvajes llegaran hasta allí, fuera por lo que fuera, lo cierto es que los centinelas se durmieron”.
”Era una noche muy oscura y, sigilosamente, algunos indios de Pincén se aproximaron al corral, rellenaron un sector de la zanja que lo rodeaba, entraron al mismo, sacaron las yeguas madrinas una a una y, detrás de ellas, salieron los caballos”.
”Al rayar el alba, los centinelas descubrieron, consternados, que el corral estaba vacío. Sin terminar de dar crédito a lo que había visto, Carranza marchó a comunicar la novedad a Villegas. Quien, al enterarse, presa de una ira apenas contenida, le gritó al sargento: ¡Y usted!, ¿cómo está vivo?”
”Sin embargo, aunque la negligencia cometida se pagaba con la pena de fusilamiento, Villegas le dio a Carranza la oportunidad de salvar su vida, formando parte de la fuerza que se organizó de inmediato para salir en procura de los blancos”.
”El grupo se conformó con 50 hombres, comandados por el mayor Germán Sosa, 2o jefe del Regimiento, e integrado por el también mayor Rafael Solís, el capitán Julio Morosini, los tenientes Spikerman y Alba, los cadetes Prado, Supisiche y Villamayor, Carranza, suboficiales y soldados. El cadete Prado llegaría a ser el famoso comandante, autor del libro La Guerra al Malón. Llevaban charqui para 4 días y 100 balas por hombre. Villegas le dijo a Sosa: No se animen a volver sin los blancos”.
”Al final de la primera jornada acampó la columna junto a la laguna Mari Lauquen, para esperar la puesta del sol. Y, a marchas forzadas, avanzó durante toda la noche”.
”Al día siguiente hicieron alto, habiéndose ya internado, temerariamente, en pleno territorio dominado por los indios. Para situarse debidamente, dispuso Sosa una descubierta, que puso a cargo del mayor Solís y el cabo Pardiñas”.
”Regresó la patrulla media hora después, trayendo novedades estupendas: sus integrantes habían visto unos toldos y, en un bajo, una gran caballada que incluía a los blancos”.
”Los milicos cambiaron de monta y se dividieron en dos colum nas: una, de 20 hombres, a cargo del teniente Alba, que se encargaría de capturar los caballos; otra, con el resto de la tropa, a cargo del Mayor Solís, que atacaría los toldos”.

COMO UN RAYO
”Alba y los suyos cayeron como un rayo sobre la caballada y, al oír las voces familiares de sus dueños y el entrechocar de sables y vainas, los blancos se arremolinaron haciendo punta hacia el lado de la querencia. Mientras, el tropillero indio prendía fuego para poner sobre aviso a las tolderías vecinas”.
”En cuanto a Solís, puso en fuga a 83 lanceros que estaban en los toldos cercanos y dispersó a la chusma de mujeres y chicos, uniéndose luego al teniente para, todos juntos, emprender el regreso. Que no podía ser muy rápido con tanto caballo por delante”.
”Al caer la tarde advirtieron los milicos que, convocados por el humo, tenían a los indios a la zaga. El capitanejo Nahuel Payún con 50 ó 60 lanceros trataron de interponerse entre ellos y su punto de destino, que era la comandancia de Trenque Lauquen. Pero fueron atacados por el capitán Morosini, que los hizo retroceder. Oportu- nidad que aprovecharon todos para volver a mudar caballo y apurar la marcha. A medianoche se hizo una hora de alto. Los indios los seguían, sin animarse a atacar de nuevo debido a la sableada recibida por parte de Morosini y los suyos”.
”Antes de llegar a Trenque Lauquen, ya salido el sol, los expe-dicionarios montaron sus blancos. Y, con el mayor Sosa al frente desfilaron ante la Comandancia. Desde cuya puerta Villegas los vio pasar, en silencio, con el kepí echado para atrás. El sargento Carranza fue perdonado”.

LA PATRIA VIEJA
”Aquí tienen, amigos, una hermosa historia de la Patria Vieja”. –Así es –aprobó Zapiola–. Pero ¿qué es lo que podemos debatir después de oírla?
–Podemos discutir el hecho de que hoy se descalifique la lucha contra los indios, a los que se llama pueblos originarios, llegándose al punto de cambiar el nombre del Día de la Raza por el de Día del Respeto a la Diversidad Cultural, para que no se sientan molestos porque se rinda homenaje a la Madre Patria.
–Cosa que no tiene gollete –afirmó Gallardo–. Yrigoyen, al instituir el Día de la Raza, puso de manifiesto en los considerandos del decreto respectivo la deuda que los americanos tenemos con España, que nos trajo la fe, la lengua y la cultura, cuando los aborígenes no habían superado la edad de piedra, desconocían el lenguaje escrito y practicaban sacrificios humanos.
–Por otra parte –intervino Medrano–, en lo que se refiere a nuestro país, muchos de los supuestos pueblos originarios ni siquiera lo son pues, como sucedió con los araucanos, se encargaron de exter-minar a las poblaciones indígenas que aquí existían, instalándose en los territorios que ocupaban.
–Con un agregado todavía –ilustró Zapiola–. En virtud de una ley inexorable las civilizaciones superiores se imponen a las inferiores, absorbiéndolas. Y eso fue lo que ocurrió al encontrarse la cultura española de la Edad de Oro con los rudimentos culturales autóctonos.
–Y conste que, al impugnar el llamado respeto a la diversidad cultural, no estamos propiciando la marginación de los indios sino su elevación al nivel de una civilización heredera de Roma y de Grecia. En una palabra, lo que se propone y lo que se proponía la República que libraba la Guerra del Desierto era incorporar los indios a la nación, en vez de mantenerlos separados del pueblo argentino. Por el contrario, lo que procuran los actuales indigenistas, es mantenerlos al margen del progreso, practicando a su respecto una discriminación intolerable –remachó Ferro.
Tal fue la postura que se impuso finalmente, con la adhesión entusiasta de Avelino y la disidencia de Pérez, que optó por el respeto a la diversidad cultural. Motivo por el cual pidió que le trajeran chicha para el brindis final. Pero, como no había chicha en el Asturias, esa noche Pérez se quedó sin brindar. Cosa que sí hicieron los demás socios, con coñac español.