Con perdón de la palabra
El Club Evaristo (Parte XXVIII): el caso de los submarinos misteriosos
La visita a nuestras costas de sigilosos submarinos extranjeros es de antigua data –comenzó diciendo Fabiani–. Tanto que, según le contó a mi padre un amigo suyo, Robertito Aguirre, era frecuente ver sus poderosos reflectores en la Bahía Tethis, de Tierra del Fuego, durante la Segunda Guerra Mundial. Y algún oficial naval me ha confiado que, en ciertas bahías patagónicas, aparecieron empotradas en la roca anillas de hierro donde amarraban sumergibles del Tercer Reich.
”El 10 de julio de 1945, después de la capitulación alemana, se entregó en Mar del Plata el U–530 y, el 27 de agosto, el U–977. Modernas unidades que contaban incluso con un sistema apto para neu-tralizar la acción del radar, tornándolos muy difíciles de detectar en inmersión. La Argentina, que había entrado en guerra cuando ésta ya estaba resuelta, entregó a su vez las naves a los Estados Unidos, privándose de actualizar su propia flota y contrariando el propósito de los comandantes germanos, que habían realizado un largo viaje para evitar que sus buques fueran a parar a manos de los aliados.”
–No muy elegante nuestra actitud –comentó Kleiner.
–Nada elegante, por cierto –admitió Fabiani, retomando el hilo de su exposición.
EL PERISCOPIO
”En 1958, mientras buques de la Armada hacían ejercicios en el Golfo Nuevo, se registró un contacto casual con un submarino desconocido, cuyo periscopio pudo llegar a observarse. Se le lanzaron 22 cargas de profundidad, se vieron luego manchas de aceite pero, acosado por aviones y destructores, finalmente logró escapar”.
”La Cámara de Diputados trató el asunto en sesión secreta, siendo convocado el secretario de Marina. Su informe resultó satisfactorio y la Cámara aprobó lo actuado por la Armada”.
”En 1959 hubo otro avistaje en el Golfo de San Jorge y, en enero de 1960, naves de guerra volvieron a detectar la presencia de un submarino dentro del Golfo Nuevo. Lo atacaron los patrulleros Murature y King, saliendo el intruso de aguas jurisdiccionales argentinas, que entonces tenían por límite tres millas náuticas”.
”Esa noche se logra un nuevo contacto en el Golfo, seguramente con un segundo submarino. Lo ataca en primer término un avión Neptune y, luego, un Martin Mariner. El sumergible hace maniobras evasivas y logra huir, aparentemente averiado”.
–¿Qué nacionalidad podían tener esos submarinos? –preguntó Medrano.
–Nunca se supo. Pero, para intentar deducirlo, conviene repasar cuál era la situación internacional. En 1960 se estaba en plena Guerra Fría y Eisenhower era presidente de los Estados Unidos. Fidel Castro llega al poder con apoyo norteamericano, para adherir más tarde al marxismo, explícitamente. En 1962, ya con Kennedy en la Casa Blanca, sobreviene la llamada Crisis de los Misiles, que estuvo a punto de desatar la Tercera Guerra Mundial. Las grandes potencias desplegaban una intensa actividad submarina, la Argentina estaba alineada con los yanquis y mandó buques de guerra para participar del bloqueo a Cuba. Dentro de este panorama, lo más probable es que los submarinos que merodeaban nuestras costas fueran soviéticos.
–¿Con qué propósitos?
–Se supone que de exploración. Lo cual hace pensar que se tratara de submarinos oceanográficos, armados o no, apoyados logísticamente por fracciones de la gran flota pesquera rusa que operaban en todos los mares del mundo.
–¿Los avistajes permitieron deducir qué tipo de submarinos soviéticos podían ser? –volvió a preguntar Medrano.
–No sé si en base a los avistajes o a algún otro tipo de información, lo cierto es que los expertos se inclinaron por suponer que se trataba de submarinos clase Zulú IV, modificados como hidrógrafos u oceanógrafos.
–Bueno, nosotros no estamos en condiciones de discutir esos datos técnicos que vos aportás –dijo Pérez–. De manera que no puede haber debate al respecto. Pero ¿hay algún otro aspecto del caso que justifique ser tratado?
–Hay uno, aunque no creo que dé para mucho. Ocurrió que, a raíz de la aparición y persecución de los submarinos, la oposición deslizó que podía tratarse de una invención de la Marina para justificar que se le dieran fondos a fin de mejorar su equipamiento.
Personalmente no creo que haya sido así. Porque, según vimos, las costas de la Patagonia siempre resultaron atractivas para ser visitadas por submarinos extranjeros, según lo demuestran los datos referidos a incursiones de sumergibles alemanes durante la Segunda Guerra; y, además, porque la persecución de los submarinos del Golfo Nuevo supuso un gran despliegue de buques y aviones, con sus respectivas tripulaciones. O sea, mucha gente metida en el asunto como para haberse tratado de una fábula.
–Eso es cierto. Demos entonces por ciertos los merodeos de submarinos en esos años y por muy posible que hayan sido rusos.
Y así se resolvió por unanimidad.