Con Perdón de la Palabra

El Club Evaristo (Parte XV): el caso de los caballeros de la noche


Después de otra reunión abierta, donde concurrieron mujeres y chicos, retirándose el gato Firpo a la cocina como señal de protesta ante el alboroto infantil, le correspondió a O’Connor presentar en la sesión siguiente el caso de Los Caballeros de la Noche, atractivo por sí mismo y por sus implicancias jurídicas.

Sentado Bob en la cabecera naval de la mesa, bajo la imagen del Plus Ultra, acompañada ahora por el puño de la espada aparecida en el subterráneo, consumido el puchero y antes de que llegara el postre de vigilante, se dio comienzo a la sesión respectiva con algunos carraspeos a cargo del orador.
”El 25 de agosto de 1881 –comenzó diciendo– la señora Felisa Dorrego de Miró tuvo un horrible sobresalto: una banda que se identificaba como Los Caballeros de la Noche, le notificó que se había apoderado del cadáver de su madre, sustrayéndolo de una bóveda del cementerio de la Recoleta y exigiendo varios millones de pesos por su devolución”.

”La conmoción producida por el anuncio fue fenomenal pues, por un lado, no existían precedentes de hechos análogos; por otro, Felisa pertenecía a la familia del desgraciado gobernador fusilado por Lavalle, era muy rica y formaba parte de la mejor sociedad porteña”.

“Les recuerdo que, con ánimo persecutorio, el monumento a Lavalle fue erigido frente al Palacio Miró y hubo que colocar la estatua sobre una alta columna, pues amanecía pintarrajeada con pintura colorada, aludiendo a la sangre del coronel Dorrego”.

”Alertada la policía, se le indicó a Felisa que simulara ceder a las exigencias de Los Caballeros de la Noche. Quienes enviaron un recipiente para colocar allí el importe del rescate, dejándolo luego en un lugar que indicaban.

”Pero, mientras tanto, la policía se movió eficazmente. Dado el peso del ataúd, dedujo que no podía haber sido llevado muy lejos, de modo que procedió a inspeccionar mausoleos próximos a aquel en que se hallaba. Búsqueda que llegó a buen término, dado que fue encontrado en el de la familia Requija, hoy demolido”.

”Hallado el cadáver y siguiendo instrucciones de la policía, Felisa dejó el recipiente recibido en el sitio señalado por los extorsionadores. Claro que, en vez de dinero tenía dentro recortes de papel de diario. Discretamente seguidos los delincuentes se dio con su guarida, en el barrio de Belgrano, siendo detenidos todos menos uno de ellos”.

EL VIZCONDE PEÑARADA

”El jefe de la banda resultó ser un personaje singular. Se llamaba Alfonso Kerchowen Peñarada, era vizconde y formaba parte de una importante familia belga. Pero él estaba arruinado y había urdido el ingenioso plan de pedir rescate por un cadáver a fin de hacerse de fondos”.

”Éstos fueron los hechos. Que no concluyeron con la detención de la banda sino que seguirían un curso inesperado por dar lugar a una curiosa situación jurídica, según ya adelanté”.

”El defensor de los presos fue Rafael Calzada y el juez interviniente Julián Aguirre. Quien se encontró con que el robo de un cadáver, para exigir rescate por su devolución, no estaba previsto como delito en el Código Penal. Visto lo cual, condenó a los procesados por extorsión, aplicándoles una pena de seis años de cárcel”.

”Pero Calzada alegó que no hay delito sin que la acción respectiva haya sido definida previamente como tal, agregando que el Derecho Penal no admite aplicar la analogía, como el Derecho Civil. Criterio que admitió la Cámara, poniendo en libertad a Los Caballeros de la Noche”.

”Tampoco termina aquí el asunto pues, según parece, Felisa Dorrego se apiadó de Kerchowen y auxilió generosamente a su familia, que estaba en la indigencia”.

VACIO LEGAL

”Ahora bien, con motivo de este caso, se llegó a la conclusión de que era necesario llenar el vacío legal que suponía la falta de sanción para la acción realizada por la banda. Cosa que se hizo al redactarse el Código aprobado en 1886, donde la sustracción de cadáveres con fines extorsivos tiene una pena de dos a seis años de prisión”. ”Desde entonces, el caso de Los Caballeros de la Noche se menciona en los estudios de Derecho Penal”.

–¿Vos estás de acuerdo con el juez Aguirre, que condenó a los Caballeros, que de caballeros tenían poco, o con los camaristas quel os absolvieron?–preguntó Cueto.

–No me lo preguntés a mí, que no soy abogado –respondió O’Connor–, mejor haceles la pregunta a Ferro, Fabiani o Medrano.

Fue Ferro el que recogió el guante y dijo:

–Vamos a ver. Sin pensarlo dos veces, me inclinaría por Aguirre pues, aunque la figura específica del secuestro de cadáveres no es taba prevista por la legislación penal, parece claro que se trataba de un procedimiento extorsivo para sacarle plata a alguien, ilegítimamente. De modo que, en base al sentido común y sin atenerse estrictamente a la ley, resolvió el caso razonablemente. Sin embargo, hoy estamos observando que el manejo más o menos desaprensivo del Derecho Penal está dando lugar a situaciones que conviene evitar.

–¿Por qué lo decís?

–Porque se cometen flagrantes injusticias a dos puntas: absolviendo delincuentes en base a la teoría llamada garantista o encarcelando gente por considerarla culpable de delitos de lesa humanidad, sin atender a amnistías ni prescripciones y aplicando retroactivamente disposiciones adversas a los imputados.

–Entonces ¿por quién te inclinás finalmente? ¿Por el juez o por los camaristas?

–Aunque con esfuerzo, me inclino por la aplicación estricta del Derecho Penal o sea que apoyo el criterio de los camaristas.
La polémica se prolongó por un buen rato, girando en torno a los dos criterios sucintamente presentados por Ferro. Y, por siete votos contra cuatro, se impuso la opinión de éste.

El buen coñac español fue bienvenido para suavizar las gargantas y entonar los ánimos.