UNA MIRADA DIFERENTE
Economía para dummies
Endeudarse para tener más ahorros no es un objetivo coherente ni una decisión comprensible. Un país con tipo de cambio subsidiado.
En un discurso mezcla de pánico y poca ortodoxia diplomática, el ministro Caputo explicó a la ciudadanía que el FMI estaba tramitando la aprobación interna de un crédito por 20.000 millones de dólares al país.
No explicó si el desembolso de haría en un solo pago, ni la oportunidad en que se realizaría el mismo, ni los condicionamientos, ni ninguna otra cosa. Lo único que aseveró es que se utilizaría “para reforzar las reservas”.
También anunció que otros bancos de fomento y auxilio mundiales estarían listos para prestar más fondos frescos, que también se aplicarán a reforzar las reservas. (Complicada interpretación que bordearía la malversación).
Inmediatamente muchos economistas y analistas se apresuraron a explicar las ventajas de este préstamo, y las razones por las que aumentar las reservas de ese modo aseguraba que no habría corridas contra el dólar, que el Banco Central no se vería obligado a aumentar su crawling peg por encima del 1% prometido, y que, como no hay suficientes pesos, o puesto en otros términos como las reservas serían de ese modo superiores a la base monetaria, no existiría la posibilidad de una demanda tal de divisas extranjeras que pusiera presión sobre el tipo de cambio.
También arriesgaron que no había demasiados riesgos de que se desarmaran posiciones bancarias en pesos para especular comprando dólares. Inclusive algunos avanzaron más todavía al expresar que “el superávit fiscal garantiza que se mantendrá el régimen cambiario y el tipo de cambio actual”, omitiendo considerar que ese superávit no crea dólares.
Como dando la razón a todas esas opiniones, al día siguiente el Merval repuntó, las tasas implícitas de los bonos argentinos bajaron y las ADR endólares subieron en su cotización en Wall Street. Y el Central vivió una jornada prácticamente neutra en términos de su sangría de divisas.
Un lirio en una mañana de invierno
Como se sabe, esa euforia duró lo que un lirio una mañana de invierno en las plazas de París. Ayer el Merval y los ADR bajaron, el riesgo país subió al borde de los 800 puntos, el Central tuvo que vender casi 200 millones de dólares, las reservas llegaron a un saldo negativo de 11,500 millones, (o sea que no sólo no hay reservas sino que se adeuda a los legítimos ahorristas en esa moneda ese monto arbitrariamente tomado prestado) y los contratos de futuro, (otra forma de hipoteca del estado) marcaron subas considerables en el valor del dólar previsto.
Para no entrar en un juego de afirmaciones, desmentidas, suposiciones y manejo de comunicados e interpretaciones, la columna no entrará en discusiones sobre el monto del préstamo del Fondo, ni sobre su posible fraccionamiento, ni las limitaciones impuestas para su uso, ni sobre la concepción de que un préstamo es un modo de mejorar la posición de reservas, en definitiva un ahorro.
Tampoco disputará la seguridad que los técnicos y académicos libertarios esgrimen en su convicción de que no se desarmarán otros mecanismos de ahorro y se intentarán canalizarlos vía algunos de los diversos dólares por compra (aumento de demanda) o por abstención de venta/liquidación (disminución de oferta).
Ni siquiera se permitirá recordar la teoría del multiplicador keynesiano (o sea la velocidad de circulación del dinero, representada por la V de la conocida ecuación que el Presidente tuvo mucho tiempo fijada en su perfil del ex Twitter). Una consecuencia del sistema bancario de reserva fraccionaria que ha influido en más de una corrida a lo largo de la historia, lo que se ha omitido o se ha minimizado en el análisis.
Tampoco marcará la contradicción entre el concepto de “reforzar las reservas” y la idea implícita de desestimular la especulación o la demanda para simple ahorro en divisas y “castigar” a quienes incurrieran en esas prácticas vendiéndole dólares a precio de remate para mantener el tipo de cambio decretado. A menos que se piense que la simple acumulación de reservas será suficientemente deterrent como para asustar a quienes no crean en la solidez de la súbita valoración del peso.
De modo que este espacio da por válido todo el razonamiento y la lógica del oficialismo en el tema y da como un hecho firme todos los préstamos a los fines declarados por el ministro.
El problema es que nada de todo eso tiene demasiado peso en la economía y mucho menos en el crecimiento imprescindible, ni mejora la vida del contribuyente, del trabajador y del consumidor. Al contrario, puede empeorarla.
Premisa falsa
Todo el argumento, y la política que se está aplicando, parte de la premisa de controlar el valor del dólar como si fuera cualquier bien cuyo precio es regulado por un decreto oficial o un mecanismo de regulación de la oferta y demanda mediante cualquier recurso. El dólar como mercadería. Se olvida del dólar como moneda transaccional fundamental, como gálibo imprescindible en el comercio internacional y la actividad económica productiva, tanto interna como transable.
Independientemente de que todos los intentos de controlar los precios de cualquier bien han fracasado en todo tiempo y lugar, produciendo primero escasez y luego estallido, ese sistema no tiene nada que ver con un tipo de cambio que se determine de acuerdo a los flujos comerciales y aún a los flujos financieros, o sea que no surge de la oferta y demanda que crean la balanza comercial ni la balanza de pagos, ni ninguna otra resultante económica. Al contrario, produce un efecto contraproducente en los mercados que terminan afectando la natural oferta y demanda, que parece creerse que solamente se produce como respuesta a la demanda de divisas para ahorrar o especular. El tipo de cambio así fijado es artificial, no refleja ni acompaña las decisiones de ningún mercado. Salvo por obra de la casualidad. Por esa sola razón el país dejó de crecer hace casi un siglo, como bien puntualiza el Presidente en cada oportunidad que tiene.
Para explicarlo más claramente, un tipo de cambio así determinado, impuesto y controlado, atenta contra la esencia de la producción, del consumo y del crecimiento y los altera y obstaculiza, si no los sabotea. Y claro, vuelve a aumentar la deuda externa, que siempre crece indefectiblemente, con distintos argumentos. Una suerte de tipo de cambio subsidiado por los argentinos.
Ese hecho conceptual gravísimo de que en un gobierno que se proclama liberal -se proclama- decida que los dólares de los productores le pertenecen y deben serle vendidos en exclusiva al Estado y al precio que éste determine a dedo (porque de lo contrario se hará caer sobre ellos el peso de las reservas infladas con préstamos), se exagera pero se confirma al tomar los encajes de los depósitos privados y venderlos todos los días a los supuestos enemigos especuladores a precio de remate como castigo, lo que no deja de ser una muestra de esa misma convicción confiscadora y socialista.
El argumento de que se está en una etapa transicional y que todo ello se cambiará para bien si se cumplen ciertos objetivos, (que pierde potencia con el roll over de las promesas y el paso del tiempo) tampoco se visualiza con este tipo de políticas de control de cambios, que siempre terminaron en fracaso, aun con planes mejor elaborados, como el Austral o la Convertibilidad.
La trampa del ancla cambiaria
El Gobierno se ha quedado atrapado en un esquema de ancla cambiaria del que cada vez es más difícil salir. Pero no quiere darse cuenta, y como el personaje de Dostoiewsky en El Jugador redobla su apuesta aunque deba endeudarse para ello con cualquier consecuencia.
Estos criterios alejan cada vez más de la idea de mercado libre de cambios, para alegría del sistema prebendario que rige desde el militarismo mussoliniano, aún antes de Perón. Y la promesa de volver a la grandeza no se sustenta con el proteccionismo a una industria que lleva 100 años naciendo y en estado infantil. Tampoco la inversión ni el empleo.
Algunos comprensivos exégetas sostienen que se trata de una política electoral, que se explica por la necesidad de ganar las elecciones de medio término para asegurar la gobernabilidad y los cambios. Tampoco la columna disputará esa aseveración. Ya lo ha hecho decenas de veces a lo largo de medio siglo. Sería simplemente repetitivo y monótono. Como las políticas económicas y las promesas de cambio a futuro.