Siete días de política

Duro ajuste al sector financiero acompañado de ruido político

En su lucha contra la inflación el gobierno pudo eliminar un seguro otorgado a los bancos que constituía un riesgo de emisión monetaria, pero peleas internas opacaron ese logro

El gobierno tiene a esta altura dos gestiones exitosas, las del presidente Javier Milei y del ministro de Economía Luis Caputo, y un problema político grave: las peleas de palacio.

Esto es responsabilidad de Milei por no asumir la conducción personal para ahorrarse el desgaste de la gestión. También de los enconos que quedaron expuestos con la llegada al poder de un grupo aluvional y sin experiencia.

Milei demostró que entiende el espíritu de la época y sabe ganar elecciones, pero su gestión es caótica en casi todos los aspectos que no estén vinculados con la batalla antiinflacionaria.

El presidente se considera un émulo de Carlos Menem, pero no tiene en cuenta un hecho central del gobierno del riojano. Menem logró afirmarse en el poder gracias al plan de convertibilidad, pero siempre tuvo la gestión política bajo control. Así, cuando decidió desprenderse de Domingo Cavallo no hubo crisis por la simple razón de que nadie dudaba de quién conducía todo el proceso.

El éxito de Milei fue electoral y el de Caputo es económico, pero falta que el presidente asuma una conducción que discipline al oficialismo; que muestre dónde está el centro de las decisiones y genere previsibilidad. Si esa es la función de su hermana Karina y de su asesor Santiago Caputo, alguien debería avisarles que no la están cumpliendo en vista a las constantes peleas a cielo abierto como la generada a propósito de las relaciones con Francia que involucró a la vicepresidente de la Nación, Victoria Villarruel.

Esos choques proyectan una imagen anárquica del gobierno en momentos en que el ministro de Economía mantiene una pulseada con los bancos para resolver el desastre financiero heredado y cortar fuentes de emisión con un objetivo prioritario: repotenciar la confianza que empezó a perderse respecto del plan de estabilización.

Dio en los hechos un paso importante al resolver en nada menos que un 80% el problema de los “puts”, seguros de liquidez otorgados a los bancos que significaban un peligro cierto de potencial emisión monetaria, en momentos en que el mercado comenzaba a dudar de su capacidad de controlar los dólares libres.

Esa desconfianza no era injustificada en vista de la magnitud de su adversario (el sistema financiero) y la condicionante falta de dólares.

Caputo aprende sobre la marcha. Primero decidió terminar con los llamados “pasivos remunerados” del Banco Central, canjeando pases por deuda a más largo plazo y con un deudor poco apetecible: el Tesoro. Después encaró los “puts” para dar una señal de estabilidad de los precios en el corto y mediano plazo, pero la decisión quedó opacada por una estrategia de comunicación contraproducente.

Esto debe ser atribuido tanto a la generalizada animadversión de los medios como a la falta de una difusión eficaz. Tan pobre fue la comunicación que dejó la puerta abierta a opiniones hasta de Cristina Kirchner cuya versación económica ha sido exhaustivamente testeada durante dos décadas y es computable en cero.

Más allá de la pésima comunicación oficial está a la vista que el dúo Milei-Caputo no cede y que el plan tiene cuatro etapas. La primera ya cumplida: consiguió superávit fiscal en todos los meses de su gestión. La segunda, la eliminación del déficit cuasi fiscal. La tercera, la eliminación de los “puts” y la convergencia del IPC con la devaluación del 2% mensual. Sólo cumplidas esas condiciones llegará la cuarta etapa, el levantamiento del cepo. La devaluación continua todavía fuera del programa, a pesar de las presiones de, entre otros actores, el FMI. (ver “Decepcionado”).

Las posibilidades que tiene el gobierno de imponerse en ese tironeo con el círculo rojo es una incógnita que debería quedar despejara en las próximas semanas. Todo lo demás, peleas con España, Francia, Brasil, Irán, etcétera, reforma de los servicios de inteligencia, reclamos de la oposición en el Congreso, y otras cuestiones de agenda, ceden ante el imperativo de bajar la inflación.

Lo único a favor de Milei en esta difícil situación es la ausencia de una oposición competitiva. Ejemplo de esto fue la situación en que quedó Axel Kicillof ante la puja con el gobernador de Rio Negro, Alberto Weretilneck, por la construcción de un puerto para exportar gas licuado. Se trata de una inversión de 30 mil millones de dólares que Kicillof quiere para Bahía Blanca y Weretilneck para Punta Colorada en su provincia. Este último adhirió rápidamente al régimen RIGI nacional, mientras Kicillof no quiso hacerlo para no plegarse a una iniciativa de Milei, aun a riesgo de perder la inversión. El rionegrino resumió la cuestión con una frase lapidaria: “Desde lo ideológico nos favorece la posición dogmática de Kicillof y el kirchnerismo”.