El rincón del historiador

Dos siglos del asesinato de Monteagudo

En la noche del 25 de enero de 1825 caía apuñalado en un callejón de Lima el controvertido tucumano Bernardo Monteagudo. Sobre su muerte rodeada de misterio se afirma que ocurrió momentos después de despedirse de una dama con la que había estado conversando en la calle. Ramón Moreira y Candelario Espinosa fueron los autores materiales del homicidio.

El general San Martín, con quien había colaborado el 25 de abril de 1833 en carta fechada en París a Mariano Álvarez, residente en Lima, deseoso de alcanzar la verdad del luctuoso episodio le escribió para hacerle “una pregunta la cual hace años deseo tener una solución verídica y nadie como Ud. puede dármela con datos más positivos, tanto por su carácter, como por la posición de su empleo. Se trata del asesinato de Monteagudo: no ha habido una sola persona que venga del Perú, de Chile o Buenos Aires, a quien no haya interrogado sobre el asunto, pero cada uno me ha dado una diferente versión: los unos lo atribuyen a Sánchez Carrión, los otros a unos españoles, otro a un coronel celoso de su mujer. Algunos dicen que este hecho se halla cubierto de un velo impenetrable, en fin, hasta el mismo Bolívar no se ha libertado de esa inicua imputación, tanto más grosera cuanto que prescindiendo de su carácter particular incapaz de tal bajeza, estaba en su arbitrio si la presencia de un Monteagudo le hubiese sido embarazosa, separándolo de su lado, sin recurrir a un crimen, que en mi opinión jamás se comenten sin un objeto particular”.

Rafael Alberto Arrieta, en estas páginas, el primer día del año 1931 afirmaba que “la leyenda, nutrida por la calumnia de sus enemigos, lo presenta como un ser lúbrico, fastuoso y cínico. Sólo se sabe que amaba las joyas y los perfumes; que se alimentaba de manjares y de vinos exquisitos, aunque con sobriedad; que vestía con lujo y cultivaba una coquetería femenina sin perder su porte viril. Era un tipo hermoso, ligeramente amulatado, de facciones regulares y suaves; pero los ojos negros y centelleantes, endurecían el rostro con su mirada -la calificación pertenece a una dama- de salteador. Durante su apogeo limeño vivió en mansión opulenta, entre tapices. Cierto comentarista cree ver entonces el advenedizo afortunado y lo juzga despreciativamente. Diríase que sonríe, con la misma intención, pero desde el extremo antípoda, al modo del supuesto testigo porteño de otras horas. Y en Buenos Aires, como en Lima, la distinción, y el boato, la dignidad señoril y los hábitos aristocráticos, fueron siempre atributos naturales de Monteagudo, a despecho del misterio de su cuna, generador de tantos reproches crueles…”.

Sus métodos no merecieron en ningún momento el apoyo de muchos de sus contemporáneos. Don Cornelio de Saavedra tan mesurado en sus juicios, supo escribir que Monteagudo tenía “el alma más negra que la madre que lo engendró”.

REPATRIADO

Sus restos fueron repatriados en 1918 por la fragata Presidente Sarmiento que arribó al puerto de Buenos Aires el 14 de febrero, siendo recibidos por una comisión de homenaje en nombre de la que el historiador Carlos I. Salas según las crónicas de la época pronunció un “elocuente discurso”. El presidente Hipólito Yrigoyen y el ministro de Relaciones Exteriores Honorio Pueyrredon acudieron a la Recoleta, oportunidad en la que el último dijo las palabras de homenaje.

Podía verse en una foto de Caras y Caretas el cuerpo de Monteagudo a través de un vidrio, hoy descansa desde el 2016 en Tucumán su tierra natal.
Fue Mariano Pelliza quien escribió en 1880 el primer ensayo biográfico titulado Monteagudo, su vida y sus escritos, editado por la Librería de Mayo propiedad de Carlos Casavalle, en la calle Perú 115. En 1916 estos escritos recopilados y ordenados por Mariano Pelliza, con prólogo de Álvaro Melián Lafinur, fueron publicados por La Cultura Argentina.

Hace unos meses Villa Ediciones, que el Dr. Horacio Garcete dirige, y tiene como fin la reedición de algunas obras clásicas fuera de comercio, dio a conocer nuevamente el Monteagudo de Pelliza, que como lo señala en su presentación, para estar acorde con el controvertido biografiado (agregamos nosotros) dio lugar “ a una extendida polémica alrededor de la construcción del retrato del prócer concebido por un caricaturista de la época a pedido del autor. Anécdota que constituye una historia en si misma, reveladora además de la siempre enigmática, clandestina y, por tantas razones apasionante vida de Bernardo Monteagudo”.