La irrupción de no pocas protestas sociales desatadas con vigor en la Argentina de los Kirchner, paradojalmente, viene a coincidir con la perplejidad del gobierno ante el deterioro de la situación de los que menos tienen, frente a lo cual acaba de hacer propias –con variantes que aún se discuten- varias propuestas ajenas en torno de la niñez carenciada. Supuesta “zurda loca” en algunas fábricas y/o servicios públicos, tensión en las calles y puja piquetera por la administración de planes sociales, etc. Algo más habría que hacer. ¿Sorpresa?
El trayecto iniciado el año 2003, hay que reconocerlo, tuvo desde el comienzo una base conceptual fuertemente conectada con el asistencialismo y el rechazo, no a todo el capitalismo, sino a una amplia franja de “poderosos” a vencer y/o domesticar. Aparentaba ser sencillo.
Parecía postularse una acción superadora de la tradición fáctica del peronismo clásico, relativizando la meta de la conciliación de clases. Además, ¿qué otra cosa fueron la ignorancia sistemática de la figura de Juan Perón en tiempos de impronta patagónica absoluta, o la idea de la transversalidad y el desprecio inicial por el “pejotismo”?
No había, por entonces, apego exagerado por los principios de la comunidad organizada o reconocimientos enfáticos acerca del papel del sindicalismo como “columna vertebral del movimiento”.
Sin aseveraciones públicas demasiado expresas, es cierto, el accionar gubernamental post Eduardo Duhalde parecía encaminarse hacia el reconocimiento de la CTA como aparente contracara de las “burocracias obreras”.
Pero la necesidad, que tiene cara de hereje, tras el formidable envión de la revisión del pasado y el furor anti fondo-monetarista de los primeros tiempos fue marcando los límites de la propuesta del santacruceño, de modo particular tras el desarrollo de la ecuación inflación-caída de salarios.
La irrupción de la realidad, entonces, dio un paso firme hacia la búsqueda de una alianza estratégica con la CGT, aprovechando y retroalimentando a su “nueva” nave insignia representada por el camionero Hugo Moyano. Este marcaba el techo a tener en cuenta en paritarias y todo marchaba “sobre ruedas”.
Claro que la inflación no cesó, y aún no cesa, sobrepasando al INDEC, que no puede ocultar de modo absoluto (ante la gente común, especialmente) la cruda realidad en casi ningún rubro, pero muy en particular en materia de alimentos y bebidas, en obvia y letal combinación con la pérdida de puestos de trabajo en rubros clave como el de la construcción y varios más. La crisis del campo y una desbocada distribución de subsidios llevó a un cuello de botella de carácter fiscal que aún acecha. Para colmo, hubo ya un sacudón electoral el 28 J. ¿Qué hacer?
“Avanzar, avanzar y avanzar”, fue la consigna, más allá de alguna pausa táctica como fue el montaje del diálogo encabezado por Randazzo. Antes del ingreso al período de un tránsito de “pato rengo parlamentario” (el 10 de diciembre), había que seducir al centroizquierda…y se hizo.
Pero, claro, todo a la vez no se puede. ¿Domesticar al FMI, rechazarlo, o “vivir” en la austeridad sanmartiniana? ¿Arriesgarse a las supuestas traiciones de ciertas jefaturas de tropa del conurbano bonaerense, ceder ante ‘prepeadas’ de algunos ultraístas, posponer el ‘toma todo’ de las reforma política, qué? Tal vez, en este momento, Nestor Kirchner reconozca, como el clásico adalid guerrero, mariscal Foch, que tiene enemigos en sus flancos izquierdo y derecho; al frente y en la retaguardia, repitiendo aquello de “ya no se me pueden escapar”. ¿O cambiará?