Dios es argentino

El baúl de los recuerdos. Brasil apabulló a los albicelestes en los octavos de final de Italia ´90. Una gran jugada de Diego Maradona hizo posible el gol de Claudio Caniggia para el increíble 1-0.

Pocas veces un dominio tan abrumador de un equipo sobre otro que no se vio reflejado en el resultado permtió demostrar con tamaña claridad que el fútbol no es una ciencia exacta. Solo así se explica la victoria de Argentina contra Brasil en los octavos de final de Italia ´90. Los verdiamarillos tuvieron en jaque a los albicelestes. Remates en los palos del arco de Sergio Goycochea y otros apenas desviados impidieron el festejo de los dirigidos por Sebastiao Lazaroni. Una genial maniobra de Diego Maradona transformada en gol por Claudio Caniggia consumó un triunfo histórico que hasta sumó el insólito capítulo del bidón de agua que sacó a Branco del partido. La Selección de Carlos Salvador Bilardo tuvo la suerte de su lado. Sin dudas, ese día en Turín, quedó claro que Dios es argentino…

En los primeros cinco minutos Brasil tuvo tres oportunidades claras para ponerse en ventaja: un mano a mano de Careca con Goyco, un disparo de Alemao por arriba del travesaño y un tiro cruzado de Muller que se fue cerca del ángulo superior derecho del arco argentino. Los verdiamarillos salieron a llevarse por delante a su adversario. ¡Y eso que Lazaroni armó el seleccionado menos brasileño que ese país haya tenido en la historia mundialista! ¡Si hasta defendía líbero y stoppers!

Es verdad, a Argentina no le sobraba juego. Para nada. Solo se parecía al equipo campeón en 1986 en el esquema táctico patentado por el Narigón. No disponía de la calidad individual que había mostrado cuatro años antes y muchos de sus pilares estaban resquebrajados por problemas físicos. Diego tenía el tobillo izquierdo tan hinchado como una pelota de tenis y sufría por la uña encarnada del dedo gordo del pie derecho que le complicaba hasta para calzarse los botines… No tenía fútbol ese equipo, pero le sobraba corazón. Y suerte…

Ricardo Rocha no pudo empujar un córner lanzado desde la derecha en la que los argentinos perdieron todas las marcas. Dunga estrelló un cabezazo en el poste derecho de Goycochea y un peligroso cierre de Ricardo Giusti dejó a Careca cara a cara con el arquero albiceleste.

Los de Bilardo no podían reaccionar y eran arrinconados en las inmediaciones de su área. Apenas habían intentado replicar con una definición de Caniggia que fue anulada por posición adelantada y un débil remate de Pedro Troglio a las manos de Taffarel.

LA HISTORIA DEL BIDÓN

Antes del final de esa primera etapa en la que todo era amarillo y verde, se dio un hecho insólito que agigantó la leyenda del triunfo argentino. Bueno, del triunfo que en ese momento nadie imaginaba.

Corrían 39 minutos cuando Ricardo Rocha hizo volar a Troglio. El mediocampista necesitó la atención del doctor Raúl Madero. Los jugadores de uno y otro equipo aprovecharon para refrescarse. Hacía mucho calor. Miguel di Lorenzo, el inefable masajista que perdió su nombre y apellido para quedar en la memoria futbolera como Galíndez, les acercaba botellitas a los futbolistas.

Julio Olarticoechea recogió un envase verde y empezó a beber. Maradona le gritó algo e inmediatamente el Vasco escupió lo que había tomado y se refrescó con el líquido contenido en un recipiente transparente. Se acercó Branco, el lateral izquierdo brasileño. Un vaso de agua no se le niega a nadie.

Confiado, el defensor del Porto recibió lo que le ofreció el Gringo Giusti. Una botella verde con agua fresca. A partir de ese momento, según cuentan, empezó a sentirse mal. Estaba mareado, somnoliento, le dolía el estómago…

Pasó mucho tiempo, casi 20 años para que se filtrara la verdad en una suerte de pícara confesión. El propio Maradona contó la historia en un programa televisivo. Bilardo y su círculo íntimo lo negaron por mucho tiempo. No hace tanto se reveló que Galíndez iba equipado con envases transparentes con agua fresca y otros verdes cuyo contenido estaba adulterado con un sedante llamado Rohypnol.

La revelación desató la ira de varios integrantes del seleccionado brasileño. En el seno del equipo argentino del ´90 la situación se comenta entre risas traviesas. Sea cierta o no, esa anécdota dio vuelta al mundo y le brindó una dimensión aún mayor al triunfo albiceleste que en el instante en el que se dio ese intercambio de botellas parecía inimaginable.

LA MAGIA DE DIEGO Y EL GOL DE CANI

Bilardo reunió a sus dirigidos justo cuando estaban por regresar a la cancha. Se habían consumido los 15 minutos del entretiempo y el técnico no había pronunciado palabra alguna. Justo antes de abandonar el vestuario les hizo un pedido muy especial: “Ah, muchachos, una cosa nada más: si les seguimos dando la pelota a los de amarillo, vamos a perder”.

Al igual que en el arranque del partido, Careca tuvo una oportunidad propicia para abrir la cuenta, pero su cabezazo salió apenas desviado. Más tarde, Ricardo Rocha se escapó por la izquierda y lanzó un centro que casi terminó en gol por una mala respuesta de Goycochea. El arquero trató de desviar la pelota y la hizo estrellarse contra el poste izquierdo. Un susto enorme.

Goyco se lució inmediatamente con una gran volada que evitó que el peligroso remate de Alemao se introdujera en su valla. Las huestes del Narigón replicaron con un disparo de José Basualdo que Taffarel conjuró cerca de un palo. Pareció el anticipo de la increíble jugada que no estaba en la mente de nadie. No podía estarlo. Solo un fenómeno era capaz de concretarla.

Maradona, maltrecho pero con un corazón enorme, se pareció por un instante al Diego sublime que dejó el tendal de ingleses en México ´86. Esta vez se sacó de encima primero a su amigo Alemao, quien no se arriesgó a pegarle de atrás. Después eludió a Dunga y avanzó con esa determinación que solo tienen los elegidos. Pasó entre Branco, Ricardo Rocha y Mauro Galvao y, casi desde el suelo, encontró el espacio justo para alcanzarle la pelota a Caniggia. El Pájaro desplegó las alas gambeteó a Taffarel y depositó la pelota en el fondo del arco brasileño. ¡Un golazo!

Los albicelestes habían resistido el asedio y definido el pleito de un modo inesperado. Ese equipo de poco juego sobrevivió de la mano de su estandarte y de ese delantero veloz y decisivo al que Bilardo retuvo demasiado entre los suplentes al comienzo del Mundial.

Los de Lazaroni buscaron el empate lanzándose ciegamente al frente. Se expusieron dejando mucho terreno libre. El Pepe Basualdo se fue con pelota dominada hacia lo que se antojaba el segundo gol y fue derribado por Ricardo Gomes, quien se ganó la tarjeta roja. Diego pateó el tiro libre y obligó a una notable atajada de Taffarel.

Sobre el final, ya producto de la desesperación con la que los verdiamarillos intentaban evitar la eliminación, un largo pelotazo contó con la floja cobertura de Pedro Monzón y Juan Simón y el balón le quedó a Muller, que remató desviado desde una posición favorable. Ya no había más tiempo. Argentina había hecho realidad un triunfo imposible. Con la irrefrenable calidad de Diego y el gol de Cani. Y también con mucha suerte. Porque, quién puede dudarlo, Dios es argentino.

LA SÍNTESIS

Brasil 0 - Argentina 1

Brasil: Taffarel; Mauro Galvao; Jorginho, Ricardo Gomes, Ricardo Rocha, Branco; Dunga, Alemao, Valdo; Muller, Careca. DT: Sebastiao Lazaroni.

Argentina: Sergio Goycochea; Pedro Monzón, Juan Simón, Oscar Ruggeri; José Basualdo, Pedro Troglio, Jorge Burruchaga, Ricardo Giusti, Julio Olarticoechea; Diego Maradona, Claudio Caniggia. DT: Carlos Salvador Bilardo.

Incidencias

Segundo tiempo: 16m Gabriel Calderón por Troglio (A); 36m gol de Caniggia (A); 38m Silas por Mauro Galvao (B); 38m Renato Gaúcho por Alemao (B); 38m expulsado Ricardo Gomes (B).

Estadio: Delle Alpi (Turín). Árbitro: Joel Quiniou, de Francia. Fecha: 24 de junio de 1990.