La mirada global

¡Derribe ese muro!

Hasta ahora, por lo menos en los últimos cien años, los ciudadanos de los Estados Unidos de Norteamérica han configurado la sociedad con menos tolerancia a la mentira de sus funcionarios. Pruebas al canto.

El presidente Richard Nixon tuvo que renunciar a su cargo cuando se descubrió e hizo público que había mentido cuando declaró que ignoraba que funcionarios de su gobierno habían hecho escuchas ilegales a políticos del partido opositor; cuando Bill Clinton estuvo a punto de ser cesado por el Congreso, por haber negado su affaire con una pasante en el Salón Oval de la casa Blanca; y, también, cuando el senador por el estado de Wisconsin -mandato 1947/1957- Joseph McCarthy, quién se había hecho de una gran popularidad persiguiendo a supuestos comunistas, cayó en desgracia al ventilarse que sus acusaciones eran infames mentiras.

La mentira no paga en EE.UU. No así, como es evidente, en los regímenes nazis o comunistas. Es justamente por eso que los dichos, tanto de Trump como del vicepresidente, James David Vance, hacia el presidente ucraniano Volodimir Zelenski y sobre la guerra con Rusia, constituyen mentiras groseras que no resisten el análisis más elemental.

Decir que la guerra es responsabilidad de Zelenski es tomar al mundo (especialmente, a los ciudadanos de EE.UU.) por estúpidos. Como si no hubiéramos sido espectadores diarios de las depravaciones de Vladimir Putin.

Resulta que, primero, no tenía intenciones de invadir Ucrania, que la concentración de tropas rusas en la frontera era un ejercicio militar habitual; luego, que la guerra duraría una semana y, después, que lo hacía para librar a Rusia y al mundo del peligro que significaba el gobierno nazi de Zelenski. Lo anterior sobra para delinear el perfil criminal del exmiembro de la KGB.

Sin embargo, hay mucho más. Por ejemplo, el muestrario de asesinatos a opositores, periodistas y hasta de cómplices que Putin ha perpetrado en su larga gestión totalitaria como presidente de la Federación Rusa (desde el año 2000 a la fecha, salvo el período en el que gobernó a través del presidente títere, Dmitri Medvédev).

Trump, insólitamente, dijo entre otras cosas que confiaba en la palabra del exagente de la KGB ¿Acaso cree que su aval al tirano cambiará la opinión del mundo? Si es así, se equivoca de medio a medio. Y, como si no fuera suficiente con un presidente que se presenta como un matón de feria, se suma el vicepresidente James David Vance mostrándose como un discípulo de la retórica de Nicolás Maduro.

Así, penosamente, acusó a Zelenski de estarle faltando el respeto al pueblo estadounidense (¡Venezuela se respeta, carajo!, es la expresión original con la que Maduro hace escuela). Pero al extremo de lo retorcido se llegó cuando Trump acusó a Zelenski de estar patrocinando una Tercera Guerra Mundial.

FARO DE LA LIBERTAD

Es absolutamente cierto que sin la intervención de los Estados Unidos el mundo de hoy, muy posiblemente, sería nazi, comunista o de otro signo totalitario. Se pusieron la causa de la libertad al hombro y actuaron en consecuencia. Es verdad también que Europa y el resto del planeta no lo han reconocido en su justa medida. Pero, hicieron lo que hicieron porque ese es su talante y no porque se lo pidieron.

Lo que hace que sea mayor su grandeza. Pero ahora, parece que van en contra de eso que fueron.

Trump tiene otra interpretación de la historia. Para él, Franklin Rooselvet, Truman, Kennedy, Reagan, Bush y tantos otros presidentes fueron unos imbéciles que pusieron vidas y dinero a cambio de nada. ¡Pero, cuidado! Asociarse a esta interpretación de Trump no es gratis. Así, por ejemplo, la reputación del secretario de Estado, Marco Rubio, se ha caído (para el que suscribe y otros) como un piano.

Lo mismo acontece con Daniel Lacalle. Brillante economista español quién, con su defensa de Trump contra Zelenski, ha dilapidado (otra vez, para el que suscribe) años de prestigio laboriosamente ganado.

El presidente Javier Milei debiera estar atento a estas circunstancias.

Traicionar a Ucrania, además de constituir una inmoralidad, puede tirar abajo su imagen internacional en menos que canta un gallo. A esta altura de los acontecimientos, hacer declaraciones laudatorias sobre Hitler, Stalin, del líder de Hamás o de Putin es -para usar una ocurrencia del Turco Asís- “hablarse encima”.

Lo acontecido en el Salón Oval es una patraña burda, propia de un patán y no de un presidente estadounidense. Urdida, además, contra un país cuyo pecado es resistirse a desaparecer (al igual que Israel).

Me resisto a creer que la sociedad norteamericana comparta los exabruptos de Trump y Vance. De no ser así, prefiero recordarla como aquella que eligió a ese gran presidente que, el 12 de junio de 1987, frente a la puerta de Brandemburgo, afirmó: “Hoy, yo digo: mientras la puerta esté cerrada, mientras esta cicatriz del Muro permanezca, no es solo una cuestión alemana la que permanece abierta, es la cuestión de la libertad de toda la humanidad ¡Señor Gorbachov ¡derribe ese muro!”.