‘El jockey’, de Luis Ortega, y un diálogo con nuestras tradiciones culturales

De paseo por una galería de objetos

Lo mítico y lo terrenal de manera brutal. Gardel y el tango, los burros, un malandra que compra caballos, una sociedad heteroglósica, algo carnavalesca. Y muy porteña: el gesto de Carnaghi, la voz de Fanego, el cuerpo desencajado de Osmar Núñez.

Remo Manfredini, un jockey adicto a sustancias que mejoran el rendimiento de los caballos. Bebés y niños son sombras que siguen a Remo y al capanga de los malandras. Remo muere, una niña nace: alfa y omega, ciclo, retorno, mito.

Todo en ‘El jockey’ es mito. Los niños, Gardel, los caballos, San Jorge y el dragón, la Virgen de Luján. Incluso Palito Ortega, el Rey, metiendo esa pátina de redención al pasado. Como pasear por una galería llena de objetos de los años setenta y ochenta: radios, tocadiscos, adornos; Nino Bravo y Adriana Aguirre. Leonardo Favio: hay una réplica del primerísimo primer plano de Bebán en el ‘Moreira’ (el de Jorge Prado).

Guiños al neorrealismo: actores no profesionales, una estética que recuerda a Pasolini (‘Uccellacci e uccellini’), o incluso al realismo de Antonio Berni, Sin pan y sin trabajo (!): el padre que reprende severamente a sus hijos y los manda adentro.

Lengua escrita de la acción, decía Pasolini en el debate con Metz, remember? También en Luisito Ortega el montaje es puro artificio. Recuerda todo el tiempo: “Estoy editando, ¿ves? Estoy editando”.

La composición del cuadro, puro Marcos López: colores saturados, texturas que saltan de la pantalla, entradas y salidas estrictamente regladas. Un palimpsesto cromático de una belleza que se materializa en el cuerpo de Ursula Corberó, que deslumbra en el movimiento y en la presencia física, el atuendo del jockey (Pérez Biscayart), la danza, clímax de celebración: los dos bailan ‘Sin disfraz’, de Virus. Moura: el cuerpo eterno de la sensualidad. Y el homenaje, como en la película sobre Robledo Puch, a los bailes del Club del Clan, a Palito, a los míticos setentas.

El accidente, la nueva consciencia, el viaje de Dahlmann en ‘El sur’. Esta consciencia, en la película, deviene mujer. Se traza un nuevo camino, Remo corre toda frontera (¿qué era la Argentina?), y el caballo es un soporte, metonimia de indios y españoles, vicio y sacrificio; eje de una nueva existencia. La sociedad futura es femenina. El pene del jockey deviene vulva de una beba recién nacida. Lo transiciona un Remo trans.

Muerte y nacimiento. Alfa y omega. Isomorfismo.

‘El jockey’ es puro mito en su tratamiento visual, en el diálogo con las tradiciones culturales argentinas. Cada imagen, cada secuencia se inscribe en ese homenaje.

Muy necesaria.